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Así fue la primera vez que me presenté en público como mujer

Chelsea Manning

La primera vez que me mostré como mujer en público fue estando de permiso en Estados Unidos durante mi misión en Irak, en febrero de 2010.

Sabía que era una mujer desde hacía tiempo, pero hasta ese momento me daba miedo y cierta vergüenza mostrar en público mi verdadero yo. No solo me preocupaba que pudiera perder mi ya escaso vínculo con mi familia, sino que me aterrorizaba que el Ejército pudiera presentar cargos administrativos o incluso penales contra mí. El Don't Ask, Don't Tell (“No preguntes, no lo digas”, la normativa que prohibía a los militares LGTB estadounidense salir del armario y a sus superiores investigar su orientación sexual) estaba en su máximo esplendor, y en la comunidad homosexual y trans vivíamos habitualmente con miedo.

Después me fui a Irak, donde la muerte me rodeaba por todas partes. Eso me hizo ser consciente de lo valiosa y delicada que es en realidad la vida. Decidí que quería jugármela y hacer algo que quería hacer. Por una vez. Por mí.

Recuerdo el momento en el que compré, nerviosa, la ropa que me puse ese día. Había decidido ir a un centro comercial y comprar un deslumbrante conjunto de corte ejecutivo con un aire informal. Entré a la tienda y me deslicé hacia la sección de mujer. Estuve 10 ó 15 minutos dando una vuelta, echando un vistazo a muchos modelos de tallas diferentes. Me di cuenta de que no sabía por dónde empezar.

Fue entonces cuando una de las dependientas se acercó. “¿Puedo ayudarle?”, preguntó.

“Sí, la verdad es que sí”, respondí con un nudo en la garganta. “Estoy buscando un conjunto profesional para mi novia, para una entrevista de trabajo. Nunca se ha puesto ropa de ese estilo, así que no ha podido darme ninguna pista”.

“Ah, ¡por supuesto!”, dijo la vendedora, alegremente. “Puedo ayudarle con eso. ¿Cuáles son sus tallas?”.

Me callé durante unos segundos. “No me acuerdo”, respondí, pensando rápido. “Pero es más o menos como yo, solo que tiene una copa B”.

Entonces fue ella quien se quedó callada. “Esto puede parecer un poco raro”, dijo, “¿pero puedo tomarle a usted las medidas en un momento?”. Eso hizo, mientras yo le explicaba de forma engañosa que mi novia medía unos cinco centímetros más que yo.

“Eso no cambia la talla para nada”, respondió, sacando algunas opciones. La seguí: una vez sabía qué tallas buscar, podía empezar ya a elegir algunas cosas que me gustaran. Me sentía más cómoda mezclando y uniendo cosas que estando demasiado conjuntada, y la dependienta y yo pudimos montar rápido un buen modelo. Compré un traje gris casual de falda y chaqueta, una blusa blanca y unas medias negras.

Salí de la tienda, con paso decidido. Corrí hacia mi coche. ¿Adónde iba ahora?

La siguiente parada fue una tienda de cosméticos de lujo, y luego una de ropa con descuentos para comprar un abrigo bonito, ya que hacía frío. En ese momento ya no estaba tan desorientada. Ya sabía bastante de cosmética: había comprado y me había puesto maquillaje muchas veces antes. Me había hecho una idea de mi talla de abrigo con la simpática dependienta del centro comercial. Encontré un abrigo morado desteñido y me lo compré.

Corrí al coche y me fui a casa para cambiarme. Ya tenía una peluca que parecía natural: la había comprado en un episodio anterior de travestismo en privado. Era de un color rubio dorado y se dejaba caer sobre mis hombros. Me puse la peluca sobre mi cabeza rapada al estilo militar.

El conjunto quedaba bastante bien. Se veía muy natural, y podía mezclarme entre la  gente siendo yo misma.

La verdad es que pasé un día entero, en público, vestida de mujer, con mi nueva ropa y mi maquillaje. Digamos que me paseaba por ahí, iba a cafeterías y librerías, intentando pasar por una mujer aburrida en busca de algo interesante que hacer, a pesar de que en realidad estaba emocionadísima.

Ser yo misma durante todo un día me enseñó unas cuantas lecciones: tratar de cumplir con las expectativas que creía que la sociedad había puesto sobre mí era insostenible. Me habían dado un papel equivocado en el teatro de la vida y era urgente que lo admitiese, mejor antes que después. La alegría, la autoconfianza y la seguridad no pueden llegar hasta que consigues ser tú misma.

Traducción de Jaime Sevilla Lorenzo

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