Le parece una situación absurda. Para la profesora Marci Shore, una historiadora experta en fascismo, la idea de que The Guardian o cualquier otro medio de comunicación quiera entrevistarla sobre el futuro de Estados Unidos es ridícula.
Es una académica especializada en la historia y la cultura de Europa del Este y se describe a sí misma como “eslavista”. Y, sin embargo, desde que anunció públicamente que dejaba la Universidad de Yale, ha recibido un aluvión de peticiones de medios de comunicación internacionales que quieren hacerle preguntas sobre un país del que no es experta, desde un punto de vista académico: el suyo. “Es un poco desconcertante”, reconoce.
La explicación es bastante sencilla. Shore, junto con su marido y colega, el también experto en historia europea Timothy Snyder, y el académico Jason Stanley, fueron noticia en todo el mundo en mayo cuando anunciaron que dejaban la prestigiosa Universidad de Yale, en la Costa Este de Estados Unidos, para irse a la Universidad de Toronto, en Canadá. Lo que llamó la atención no fue el traslado en sí, sino el motivo. Como señalaba el titular de un breve vídeo que los tres académicos hicieron para el New York Times y en el que daban su testimonio: “Estudiamos el fascismo y nos vamos de Estados Unidos”.
En EEUU somos como los pasajeros del Titanic cuando se decían que el barco no podía hundirse porque era el mejor, el más sólido y el más grande. Y lo que he aprendido como historiadora es que no existe un barco que no pueda hundirse
Shore invocó con crudeza una de las lecciones más importantes de la Alemania de la Segunda Guerra Mundial: “La lección de 1933 es: hay que salir más pronto que tarde”. Con esta afirmación parece afirmar que lo que ocurrió en Alemania podría ocurrir ahora en los Estados Unidos de Donald Trump, y que cualquiera que tuviera la tentación de acusarle de alarmista o exagerada se equivoca.
“Mis colegas y amigos no paraban de afirmar, entre resoplidos, que hay mecanismos de control y equilibrios. Así que respiremos profundamente y repitamos: 'mecanismos de control y equilibrios...”. Pensé: “Dios mío, somos como los pasajeros del Titanic cuando se decían que el barco no podía hundirse porque era el mejor, el más sólido y el más grande. Y lo que he aprendido como historiadora es que no existe un barco que no pueda hundirse”.
El autoritarismo de Trump
La realidad es que desde que Shore, Snyder y Stanley anunciaron sus planes, la evidencia empírica parece haberse decantado a su favor. Ya sean las escenas de los tanques desfilando por Washington o las escenas del despliegue de la Guardia Nacional y los soldados para suprimir las protestas en Los Ángeles contra las redadas a migrantes, los últimos días han traído el tipo de acontecimientos que podrían servir como guion de un dramaturgo para describir el viraje hacia el fascismo.
La académica afirma que lo que vive hoy EEUU “es un cliché de lo que es el fascismo”. “Un desfile militar al estilo de los años 30 como muestra teatral para posicionarse como caudillo, para mostrar su Führerprinzip”, señala, en referencia a la doctrina instaurada por Adolf Hitler, que centró todo el poder en la figura del dictador. “En cuanto a las protestas de Los Ángeles, mi intuición de historiadora es que el despliegue de la Guardia Nacional es una provocación que se utilizará para fomentar la violencia y justificar la ley marcial. La palabra rusa del día aquí podría ser provokatsiia”.
Esa respuesta capta la doble lente a través de la cual Shore ve el fenómeno Trump, informado tanto por el Tercer Reich como por el “neototalitarismo” exhibido más claramente en la Rusia de Vladímir Putin, señala por videollamada mientras intenta hacer su trabajo diario. Shore salpica la conversación con términos extraídos de un léxico político ruso que, de repente, parece encajar con un presidente estadounidense.
“El narcisismo descarado, este nivel de narcisismo a lo Nerón y esta falta de disculpas... en ruso, es obnazhenie; ‘dejar al descubierto’”. Es un enfoque de la política “en el que toda la fealdad está a flor de piel”, no se oculta de ninguna manera. “Y ese es su propio tipo de estrategia. Haces una exhibición de la fealdad sin esconderte”.
Teme que la absoluta desvergüenza de Trump haya “dejado sin poder y sin voz a la oposición”. “Nuestro impulso es seguir buscando lo que está oculto y sacarlo a la luz, y creemos que eso va a ser lo que haga que el sistema se desintegre”. Pero el problema no es lo que está oculto, sino “lo que hemos normalizado, porque toda la estrategia consiste en mostrarlo todo a la cara”.
El camino al trumpismo
Según la experta en fascismo, nada de esto ha aparecido de la noche a la mañana. Llevaba años gestándose, con orígenes anteriores a Trump. A sus 53 años, la académica estudia desde hace tres décadas los fascismos de la Europa del Este y apenas se había interesado, como estudiosa, por la política estadounidense. Sin embargo, las elecciones presidenciales del 2000, en las que se llegó a un punto sin salida, y el caos que generó el recuento de votos en Florida le hicieron darse cuenta de algo: “No sabíamos realmente cómo contar los votos”.
Me temo que vamos hacia una guerra civil. En EEUU hay muchas armas. Hay mucha violencia armada. Hay una habituación a la violencia que es muy americana y que los europeos no entienden
Lo siguiente que se preguntó fue: “¿Por qué fuimos a la guerra de Irak?”. Pero el momento en que su trabajo académico empezó a arrojar una luz incómoda sobre el presente estadounidense llegó en la carrera presidencial de 2008. “Cuando John McCain eligió a Sarah Palin como candidata a la vicepresidencia sentí que la gobernadora de Alaska era un personaje sacado de los años 30”. La candidata republicana a la vicepresidencia vivía, pensaba Shore, “en un mundo totalmente ficticio... no constreñido por la realidad empírica”. Según Shore, un perfil como el de Palin tenía la capacidad de alborotar a una multitud.
Y entonces llegó Trump.
Una vez más, fue la falta de veracidad lo que la aterrorizó. “Sin una distinción entre la verdad y la mentira, no hay base para una distinción entre el bien y el mal”, afirma. Mentir es esencial para el totalitarismo; ella lo ha comprendido tras años de investigación académica. Pero, mientras que las mentiras de Hitler y Stalin estuvieron al servicio de una vasta “visión apocalíptica”, la posverdad deshonesta de Trump o Putin le parece diferente. El único criterio relevante para cada hombre es si tal o cual acto le resulta “ventajoso o desventajoso en un momento dado. Es pura y desnuda transacción”.
La reelección de Trump
Cuando Trump ganó por primera vez las elecciones presidenciales en 2016, Shore se encontró “tirada en el suelo del despacho y vomitando en una bolsa de plástico”. “Sentí que era el fin del mundo. Sentí que había ocurrido algo que era simplemente catastrófico a escala histórica mundial, que nunca iba a estar bien”.
¿Se planteó entonces irse de Estados Unidos? Lo hizo, entre otras cosas, porque tanto ella como su marido habían recibido ofertas para trabajar en una universidad de Ginebra. “Le dimos muchas vueltas”. El instinto de Snyder era quedarse y luchar. “(Mi marido) es un patriota comprometido”, señala la académica. Además, sus hijos eran más pequeños; había que pensar en su escolarización. Así que se quedaron en Yale. “Estas cosas son tan contingentes; no se puede hacer un estudio de control sobre la vida real”.
Pero cuando Trump volvió a ganar el pasado noviembre, ya no tuvo ninguna duda. La situación en 2016 pintaba mal, pero ahora el panorama era mucho peor. “Se habían desmantelado tantas cosas (...) los controles, la separación de poderes, habían sido sistemáticamente desmontados. La decisión del Tribunal Supremo de Estados Unidos que le otorga inmunidad penal; la incapacidad de exigir responsabilidades a Trump, haga lo que haga, incluido el hecho de incitar una insurrección violenta en el Capitolio; que alentara a una turba que amenazaba con colgar a su vicepresidente; que llamara al secretario de Estado de Georgia y le pidiera que revirtiera el resultado electoral de ese estado y buscara 11.780 votos (como reveló un audio del Washington Post). Todo ello me hizo sentir que estábamos en un escenario mucho más peligroso”.
Cuando John McCain eligió a Sarah Palin como candidata a la vicepresidencia sentí que la gobernadora de Alaska era un personaje sacado de los años 30
Los acontecimientos hasta ahora han confirmado esos temores: como las deportaciones, los estudiantes desaparecidos de las calles —una de ellas grabada en vídeo mientras era introducida en un coche sin matrícula por agentes de inmigración enmascarados—, la humillación de Volodímir Zelenski cuando Trump y el vicepresidente de Estados Unidos, JD Vance, ordenaron al presidente ucraniano que les expresara su gratitud. Fue un episodio “sacado directamente del estalinismo”, dice Shore, por no hablar de los ataques habituales de Trump a los “jueces que odian a Estados Unidos” que fallan en contra del poder Ejecutivo. Se trata de un manual de fascismo demasiado familiar: “Las fantasías oscuras se hacen realidad”.
Admite de buen grado que su reacción a estos acontecimientos no es total o fríamente analítica. Es más personal que eso. “Soy una catastrofista neurótica”, dice. “Creo que podríamos subtitular [este periodo] como la reivindicación del catastrofista neurótico. Quiero decir, he sido ansiosa y neurótica desde que nací”. Señala que su marido es muy distinto: “Tim no es una persona ansiosa por naturaleza y eso es algo innato”.
Se refiere en parte a sus diferentes orígenes. Snyder es hijo de cuáqueros; Shore es judía y creció en Allentown, al este de Pensilvania. Su padre era médico y su madre “la mujer de un médico” hasta que más tarde trabajó como profesora de preescolar. Shore creció en una comunidad con supervivientes del Holocausto. “Creo que el hecho de haber oído historias del Holocausto a una edad temprana tuvo algo de formativo. Si oyes estas historias —personas que narran lo que vivieron en Auschwitz, aunque lo hagan para niños de ocho, nueve o diez años— se graba en tu conciencia. Una vez que sabes que eso es posible, no puedes ignorarlo”.
¿Hasta dónde cree que puede llegar la situación actual? Sin rodeos, dice: “Me temo que vamos hacia una guerra civil”. Reafirma una verdad básica sobre Estados Unidos. “Hay muchas armas. Hay mucha violencia armada. Hay una habituación a la violencia que es muy americana, que los europeos no entienden”. Lo que le preocupa es que las armas vayan acompañadas de una nueva “permisividad” que viene de arriba, tipificada por la indulgencia de Trump con la turba que se hizo con el Capitolio tras la victoria de Joe Biden, incluso con los que querían asesinar a su vicepresidente. “Puedes sentir cómo se está gestando”, señala la académica.
También le preocupa que, en lugar de luchar, “la población se atomice”: “La arbitrariedad del terror divide a la población. La población agacha la cabeza, se calla, se pone a la cola, aunque solo sea por la muy razonable y racional razón de que cualquier individuo que actúe racionalmente tiene motivos para pensar que el coste personal de negarse a llegar a un compromiso va a ser mayor que el beneficio social de su único acto de resistencia. Así que tenemos un problema clásico de acción colectiva”.
La culpa por abandonar EEUU
Esta experta en fascismo menciona “la belleza de la solidaridad”; esos momentos fugaces en los que las sociedades se unen, a menudo para expulsar a un tirano. Recuerda el sindicato Solidaridad en la Polonia comunista y la Revolución del Maidan en Ucrania. Preguntada sobre si siente que está traicionando la solidaridad que tanto venera al irse de Estados Unidos, responde: “Siento una gran culpabilidad”, suspira. Más aún cuando ve las críticas dirigidas a su marido.
Estaban juntos de año sabático en Canadá cuando Trump ganó las elecciones de 2024, pero “si hubiera estado solo, habría vuelto a Estados Unidos para luchar... Así es él. Pero él no nos haría eso a mí y a los niños”. A los que puedan acusarlos de traición y cobardía, les dice: “Diríjanmelas todas a mí. Yo soy la cobarde. Asumo toda la culpa”. Fue ella, y no Snyder, quien decidió que no iba a quedarse con sus hijos en Estados Unidos.
Esa “cobardía” se refiere a uno de los temores que llevaron a Shore a tomar esa decisión. Ella no duda de su propia valentía intelectual, de su voluntad de decir o escribir lo que cree, independientemente de las consecuencias. Sin embargo, reconoce que nunca ha confiado en sí misma para ser “físicamente valiente”. Le preocupa ser, de hecho, “una cobarde física”.
Reconoce que tras la victoria de Trump empezó a preguntarse: ¿qué haría yo si alguien viniera a llevarse a mis alumnos? “Si estás en una clase, sabes que tu trabajo es velar por tus alumnos”. Pero, ¿podría hacerlo? Muchos de sus alumnos son extranjeros. “¿Qué voy a hacer si vienen unos tipos enmascarados con pasamontañas e intentan llevarse a un estudiante? ¿Sería valiente? ¿Intentaría apartarlos? ¿Intentaría quitarles la máscara? ¿Gritaría? ¿Lloraría? ¿Huiría?”.
Así que ahora se encuentra en lo que ella llama “una posición privilegiada”: en una universidad al otro lado de la frontera, fuera del alcance tanto de las amenazas de Trump de recortar la financiación, como de los funcionarios del ICE que actualmente siembran el terror en los corazones de los estudiantes internacionales y otros. Como resultado, se siente “más obligada a hablar ... En nombre de mis colegas y en nombre de otros estadounidenses que están en riesgo”.
En un momento de la conversación, hablamos de aquellos ciudadanos estadounidenses que volvieron a votar a Trump y le allanaron el camino hacia la Casa Blanca, a pesar de que, como ella dice, sabían quién era. “Nunca ha ocultado sus posicionamientos. La gente tuvo tiempo de sobra para pensárselo, y lo votaron. Y ese disgusto, no podía quitármelo de encima. Pensé: La gente eligió esto, y yo no quiero tener nada que ver con esto”.
¿Significa eso que nunca volverá a Estados Unidos? “Yo nunca diría: 'Nunca volveré'. Siempre pienso que lo que la historia te enseña no es lo que va a pasar, sino lo que puede pasar. Las posibilidades suelen ser mucho más amplias de lo que nadie espera en ese momento”.
Esta observación encierra, si no una visión optimista, al menos la posibilidad de serlo. Y, en estos momentos, eso podría ser todo lo que se puede pedir.
Traducido por Emma Reverter