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Análisis

Rusia recurre a células durmientes y espías no oficiales tras la expulsión de Occidente de sus agentes con cobertura diplomática

El presidente ruso, Vladimir Putin, en el Kremlin. EFE/EPA/Alexander Kazakov / SPUTNIK / KREMLIN POOL

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Una pareja argentina radicada en Eslovenia, un fotógrafo de ascendencia mexicana y griega con una tienda de costura en Atenas y ahora tres búlgaros detenidos en Reino Unido. A lo largo del último año, la policía y los servicios de seguridad de todo el mundo han acusado a numerosas personas con vidas aparentemente inocuas de ser agentes de los servicios de inteligencia rusos.

Muchos otros han sido acusados de pasar información a Rusia: entre ellos un guardia de seguridad de la embajada británica en Berlín, condenado a 13 años de cárcel, y más de una decena de personas detenidas en Polonia acusadas de haber realizado diversas tareas para la inteligencia rusa –entre ellas el periodista español Pablo González, que lleva año y medio en prisión en régimen de aislamiento y cuya prisión provisional se ha extendido por sexta vez consecutiva este mes. En su caso no se han hecho públicas pruebas y no ha sido juzgado–.

No se sabe mucho aún de los búlgaros que, según se dice, son tres de los cinco detenidos en un operativo realizado en febrero. Ya han sido acusados, pero su juicio no es hasta enero, aún no han presentado alegaciones y las autoridades británicas no han hecho públicos detalles sobre las acusaciones.

Pero una cosa está clara: desde que Vladímir Putin lanzó su invasión a gran escala en febrero del año pasado, Moscú ha tenido que recurrir a tácticas de espionaje más arriesgadas y menos convencionales, principalmente porque muchos de los espías que había colocado bajo cobertura diplomática en Europa han sido expulsados.

Históricamente, los tres principales servicios de seguridad rusos —Servicio Federal de Seguridad (FSB, por sus siglas en ruso), el Servicio de Inteligencia Exterior (SVR) y la Departamento Central de Inteligencia (GRU)— enviaron a sus agentes al extranjero bajo cobertura diplomática. También han recurrido a agentes que se hacían pasar por empresarios, turistas o periodistas rusos.

La guerra ha hecho que todo eso se haya vuelto mucho más complicado. El think tank estadounidense Center for Strategic and International Studies (CSIS) estima que solo en los tres primeros meses de guerra, más de 450 diplomáticos fueron expulsados de las embajadas rusas (principalmente en Europa).

“La época posterior a la guerra, con todas las expulsiones, ha sido fatídica para el sistema de inteligencia ruso y han intentado sustituirlo por cosas diferentes”, dijo en primavera a The Guardian un miembro de los servicios de inteligencia europeos.

Se han cerrado muchas vías que Rusia solía utilizar para sus agresivas operaciones de espionaje. Quienes envenenaron a Serguéi Skripal en 2018 utilizando Novichok eran agentes del GRU que habían utilizado pasaportes rusos emitidos con identidades falsas para obtener visados británicos.

El medio de investigación Bellingcat rastreó sus números de pasaporte hasta una oficina en Rusia, lo que permitió identificar y desenmascarar a muchos otros agentes del GRU que utilizaban pasaportes con números de serie similares.

Además, desde que estalló la guerra es mucho más difícil para cualquier ciudadano ruso obtener visados para viajar a Gran Bretaña o a la zona Schengen. A personas como los envenenadores de Skripal hoy se les complicaría obtener un visado, incluso si no se detectara su vínculo con el GRU.

Todo esto ha obligado a Rusia a recurrir a la activación de células durmientes y al traspaso de tareas de espionaje más activas a agentes y operativos no oficiales. Estos pueden ser ciudadanos de terceros países o “ilegales”, es decir, agentes rusos que se hacen pasar por ciudadanos de terceros países y que pasan años construyendo minuciosamente su identidad falsa.

Los ilegales, un remanente de las prácticas de la era soviética, tradicionalmente realizan pocas labores de espionaje activo, lo que les permite integrarse en la sociedad para misiones a más largo plazo.

Sin embargo, en el último año, al menos siete presuntos ilegales han sido desenmascarados en varios países como Noruega, Brasil, Países Bajos, Eslovenia y Grecia. Algunos lograron escapar y se cree que están de vuelta en Rusia. Otros siguen detenidos.

Los tres presuntos espías en Reino Unido fueron detenidos en febrero, dos meses después de la detención de “Maria Meyer” y “Ludwig Gisch” en Liubliana (Eslovenia). Las autoridades de ese país creen que la pareja de rusos que se hacían pasar por argentinos eran en realidad oficiales de carrera del SVR.

“Meyer” dirigía una galería de arte en Liubliana y utilizaba su trabajo encubierto para viajar con frecuencia, incluso a Reino Unido. Se desconoce si llevó a cabo tareas de espionaje en ese país y no se conocen pruebas que la vinculen a ella o a otros agentes rusos con los tres búlgaros acusados.

Traducción de Julián Cnochaert

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