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The Guardian en español

Siria es un campo de batalla con demasiados actores e intereses en juego

Los embajadores ruso y estadounidense en la ONU Vassily Nebenzia y Nikki Haley en un raro momento de distensión en el Consejo de Seguridad.

Julian Borger

Washington —

Como secretario general de Naciones Unidas, António Guterres tiene el deber, cada vez más frecuente, de advertir a las grandes potencias que se precipitan hacia la catástrofe. El viernes, en vísperas de los ataques aéreos de Estados Unidos en Siria, Guterres, que fue primer ministro de Portugal, volvió a alertar de la gravedad de la situación en una serie de reuniones del Consejo de Seguridad sobre Siria que se encontraban en punto muerto.

“La Guerra Fría ha vuelto con sed de venganza y una diferencia”, afirmó Guterres. La diferencia es que ha dejado de ser fría. Los soldados estadounidenses se encuentran a una granada de distancia de los rusos e iraníes, y este fin de semana, los misiles y los aviones de Estados Unidos, el Reino Unido y Francia atacaron al régimen sirio.

“Los mecanismos y salvaguardias del pasado para evitar una escalada del conflicto ya no parecen existir”, dijo el secretario general. Determinar cuándo fue la última vez que el mundo se encontró ante una situación tan peligrosa generaría debate. Tal vez haya que recordar el incidente del otoño de 1983, cuando las maniobras Able Archer de la OTAN casi provocaron el pánico y el lanzamiento de un ataque nuclear por la Unión Soviética.

No hemos llegado a esos niveles de paranoia pero la crisis actual presenta otras características que posiblemente son más peligrosas. En la actualidad, hay menos comunicación entre Washington y Moscú, y ya no hay solo dos jugadores en el terreno de juego, ya que el número de grandes potencias en declive va en aumento, como también la cantidad de potencias intermedias.

En este campo de batalla abarrotado de actores, cada vez es más difícil defender los intereses nacionales sin chocar con los de otro país. De hecho, el objetivo más específico de los ataques del viernes pasado era precisamente evitar choques catastróficos con otros actores. Pese a lo anterior, se cree que la Casa Blanca ejerció presión sobre el secretario de Defensa estadounidense, James Mattis, y sus generales para que aprovecharan los ataques para propinar un buen golpe a Irán.

Este tipo de tentaciones no van a desaparecer, especialmente tras la llegada a la Casa Blanca de John Bolton, un halcón radical en relación a Irán y cuyo nuevo cargo como consejero de Seguridad Nacional de Trump le permitirá reforzar las opiniones que al presidente ya le están llegando desde Israel, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos.

Esta fuerza gravitatoria de intereses y alianzas se parece, alarmantemente, al ambiente vivido antes de la Primera Guerra Mundial. Guarda más de una similitud con el Sarajevo de 1914. Esta vez con armas nucleares listas para entrar en escena.

Demasiados protagonistas en varios conflictos

Las líneas de batalla en Siria son mucho más complejas que las de los Balcanes en los últimos días de los Habsburgo. El oeste del país está dominado por el Gobierno sirio, sus aliados rusos e iraníes, y diversas milicias. Los insurgentes que se encuentran en esta zona intentan resistir en sus enclaves locales y, al mismo tiempo, ser leales a sus aliados regionales. Ahora que el régimen ha consolidado su control sobre Damasco, la supervivencia de esos enclaves es tenue en el mejor de los casos.

En el noroeste, una ofensiva turca ha permitido tomar Afrin y ahora amenaza Manbij, donde las unidades kurdas están aliadas con las fuerzas especiales de Estados Unidos en una coalición que quiere acabar con el Estado Islámico. De hecho, uno de los mayores quebraderos de cabeza de Washington es precisamente encontrar la manera de preservar esa coalición y acabar con los últimos focos de resistencia del Estado Islámico y evitar al mismo tiempo un enfrentamiento con Turquía, su aliado más impredecible en la OTAN.

Este dilema ha dividido a la Administración de Trump. En febrero, en una reunión celebrada en Ankara, el ex secretario de Estado Rex Tillerson intentó alcanzar un acuerdo secreto con el presidente turco Recep Tayyip Erdoğan y su ministro de Asuntos Exteriores, cuando se ordenó a los traductores y ayudantes políticos que salieran de la sala donde se estaban negociando los detalles de este pacto. Supuestamente, el acuerdo implicaba la cesión de Manbij.

Sin embargo, cuando este acuerdo llegó a oídos del Mando Central de Estados Unidos (Centcom, el mando militar para Oriente Medio y Asia Central) lo rechazó de plano por considerar que ponía en peligro los planes por acabar con el Estado Islámico.

Esta tensión permanente pone en duda la capacidad de Centcom para utilizar su base aérea en Turquía, cerca de la frontera siria en Incirlik. No parece haber participado en los ataques aéreos del sábado.

La lucha contra el Estado Islámico sitúa a Estados Unidos y a sus aliados en una situación de vulnerabilidad frente a otras consecuencias imprevistas. En un contexto en que los restos del “califato” del Estado Islámico desaparecen y crece la rivalidad entre los vencedores por el territorio y los yacimientos petrolíferos, las tropas estadounidenses que luchan junto a los kurdos han derribado drones iraníes y han intercambiado disparos con personal militar ruso de una empresa privada contratada por el Gobierno sirio.

Un nuevo frente en el sur

En el suroeste está emergiendo un nuevo frente de batalla. Israel observa preocupado que Irán y, más concretamente, la Guardia Revolucionaria Islámica, han consolidado posiciones en Siria.

Las milicias chiíes formadas por el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica han proporcionado tropas terrestres al régimen. Si bien Teherán ha tratado de limitar el número de iraníes en Siria, ha trabajado arduamente para construir infraestructura militar, en particular bases aéreas.

“En mi opinión, la estrategia de Israel en Siria es un fracaso, en gran parte por su negativa a involucrarse”, señala Ehud Yaari, periodista israelí y miembro del Instituto de Política de Oriente Próximo de Washington: “No ha sido proactivo y no hecho nada para apoyar o ayudar a los rebeldes”.

Después de perder toda esperanza de que se produjera una intervención importante de Estados Unidos contra Asad e Irán, el primer ministro israelí, Binyamin Netanyahu, ha intentado convencer a Moscú para que frene la expansión militar iraní cerca del territorio israelí. Hasta ahora, Rusia no ha utilizado sus defensas aéreas contra aviones israelíes.

El último ejemplo tuvo lugar la semana pasada. Israel bombardeó una base de drones de la Guardia Revolucionaria Iraní en la provincia de Homs y Rusia no intervino a pesar de que Irán le pidió ayuda. Teherán ha prometido vengarse por el incidente, que causó la muerte de siete integrantes de la Guardia Revolucionaria Islámica.

“Ante la ausencia de un entendimiento sólido y amplio entre Estados Unidos y Rusia, Israel y los iraníes se precipitan hacia un choque”, señala Yaari. “La situación es cada vez más delicada. Hace años que no percibía tanto peligro”.

Estrategia disuasoria

Las líneas de batalla no son solo geográficas. Estados Unidos, Reino Unido y Francia afirman que llevaron a cabo los ataques aéreos para hacer cumplir una norma: la prohibición del uso de armas químicas, que a lo largo de un siglo se ha incumplido en contadas ocasiones. El envenenamiento [de un exespía ruso y su hija] con agente Novichok en Salisbury del pasado marzo no ha hecho más que aumentar esta sensación de urgencia; la sensación de que si no se actúa con contundencia, las armas químicas podrían convertirse en algo común por primera vez desde la primera guerra mundial.

La coalición de Occidente se cuestionó qué dimensiones debía tener el ataque para tener un verdadero poder disuasorio, habida cuenta que la última ofensiva aérea de Estados Unidos, llevada a cabo hace un año, no consiguió evitar que el régimen sirio volviera a utilizar armas químicas. Algunas voces eran partidarias de un ataque más amplio. Emmanuel Macron sugirió que las acciones militares debían responder a otros fines, como ejercer presión sobre Moscú y Damasco para que abran corredores humanitarios.

Sin embargo, cuanto más ambiciosa sea la campaña, mayor será el riesgo de escalada de conflicto. Mattis luchó con uñas y dientes para que los ataques aéreos fueran dirigidos únicamente contra las tres presuntas instalaciones de armas químicas. Como exmilitar, es muy consciente de la lógica militar de la escalada una vez que comienzan los ataques y las partes en conflicto se esfuerzan por dar el golpe decisivo.

La estrategia del bombardeo parece haber funcionado en esta ocasión pero no hay ninguna garantía de que vuelva a funcionar en un futuro. Nunca se ha sabido qué influencia tiene Moscú sobre Asad. El uso de armas químicas ha sido una herramienta efectiva para derrotar los enclaves rebeldes. De hecho, Duma se rindió unos días después del presunto ataque con armas químicas.

Al mismo tiempo, los otros intereses en conflicto y la gran rivalidad para controlar el territorio que va dejando el Estado Islámico harán que los principales actores se vayan pisando los talones. Si Trump, aconsejado por Bolton, rompe el acuerdo nuclear con Irán el mes próximo, como ha insinuado en repetidas ocasiones, Irán se sentirá más amenazado. Si la reacción de Teherán consiste en volver a impulsar su programa de enriquecimiento de uranio, se producirá un enfrentamiento de Estados Unidos, Israel y Arabia Saudí contra Irán.

Siria será uno de los campos de batalla, muy probablemente el campo de batalla clave. A medida que aumenten los enfrentamientos entre Israel e Irán, será difícil que Estados Unidos pueda mantenerse al margen.

Es posible que Rusia desee mantenerse fuera de este conflicto pero con tanto material militar sobrevolando un espacio tan reducido, la posibilidad de accidentes y errores de cálculo aumenta considerablemente.

A medida que la investigación rusa acecha a Trump [la relación entre Rusia y el equipo de Trump durante la campaña para las elecciones] su pasada admiración hacia Putin parece haberse convertido, al menos de momento, en enemistad personal, alimentada por una sensación de traición por el hecho de que Moscú no ha mantenido controlado al régimen sirio. Trump advirtió a Rusia que “se preparara” para la llegada de misiles después del ataque con armas químicas en Duma, y también le advirtió de que pagaría “un precio elevado” por haber apoyado a Asad.

Si se produce un enfrentamiento imprevisto e improvisado, el estado mental del presidente de EEUU es de vital importancia.

El hecho de que el protocolo de ataque nuclear de Estados Unidos no contemple que ningún otro alto miembro de la cadena de mando pueda revocar una orden de ataque nuclear del presidente es posiblemente la amenaza más aterradora a la que se enfrenta la humanidad.

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