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The Guardian en español

Las olas de calor matan más en los barrios pobres

Varios niños y adultos combaten las altas temperaturas refrescándose en una fuente pública

Nika Lakhani

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Un estudio pionero muestra que las olas de calor urbano, que en ocasiones resultan mortales, afectan de manera desproporcionada a los barrios con peores servicios públicos debido a las políticas de vivienda y urbanismo.

Según el Centro para el Control de Enfermedades, el calor extremo mata a cientos de personas al año en Estados Unidos. Más que el resto de eventos naturales como huracanes, tornados e inundaciones. Las olas de calor ocurren con mayor frecuencia desde mediados del siglo XX y se prevé que sucedan cada vez con más regularidad, intensidad y duración a consecuencia de la crisis climática.

Pero esa exposición al calor no va a ser la misma para todos: las temperaturas pueden registrar variaciones de 10 grados en diferentes barrios de la misma ciudad. Quienes viven en esas 'islas de calor' suelen ser personas con pocos ingresos y comunidades de personas negras que históricamente han disfrutado de menos zonas verdes o cubiertas vegetales y viven rodeadas de cemento. Este contexto significa que están peor preparadas para lidiar con las consecuencias del calentamiento global.

El nuevo estudio, un esfuerzo conjunto de la universidad Portland State y el Museo de Ciencias de Virginia, revela que las diferencias de exposición a una u otra temperatura reflejan los ecos de la planificación urbanística de otra época. Los barrios a los que se denegaban servicios públicos y acceso a la propiedad a mediados del siglo pasado son hoy los lugares en los que se registran las temperaturas más altas del 94% de las 108 ciudades analizadas.

Vivek Shandas, profesor de urbanismo y planificación de Portland State que firma el la investigación, afirma que “esta pauta sistemática refleja una planificación negligente y lamentable que privilegia sobremanera a las comunidades de mayor poder adquisitivo y mayor renta”.

Shandas añade que “a medida que el cambio climático provoca olas de calor más largas y frecuentes, esos mismos barrios que tradicionalmente han contado con peores servicios, que a menudo incluyen a comunidades afroamericanas y hogares de recursos limitados son los que afrontarán más consecuencias”.

Las temperaturas de todo el planeta llevan subiendo desde comienzos del siglo XX y desde 2001 se han registrado 18 de los 19 años más cálidos de la historia. Cada año mueren más de 600 estadounidenses debido a una exposición excesiva al calor. Alrededor de 65.000 solicitan ayuda médica de emergencia. La comunidad científica prevé que el incremento en intensidad y duración de las olas de calor incremente el número de muertes y dolencias relacionadas, sobre todo en grupos vulnerables como niños, personas mayores, comunidades de menor renta y enfermos crónicos de dolencias cardiacas, asma o diabetes.

Zonas rojas e islas de calor

A partir de la década de los 30 del siglo pasado, algunos barrios, en su mayor parte barrios negros, fueron clasificados como “zonas rojas” y por tanto de riesgo para los inversores. En esos lugares se denegaban hipotecas y seguros.

Como consecuencia, las viviendas se deterioraron y sus habitantes no lograron beneficiarse de ser propietarios ni, desde ellas, mudarse a barrios mejores, lo que incrementó la segregación y la desigualdad en la distribución de la riqueza. Los barrios marcados recibieron menores inversiones tanto públicas como privadas. Los autores del estudio partieron de imágenes tomadas por satélites para analizar la relación entre temperaturas de verano a ras de tierra y “zonas rojas” en 108 ciudades de todo el país.

En ese ámbito, el nacional, los investigadores descubrieron que las zonas señaladas están varios grados por encima de la media de las que no fueron señaladas. En algunas ciudades las diferencias son muy grandes. En Portland, Oregon y Denver, Colorado, los investigadores encontraron una diferencia de temperatura de hasta ocho grados entre ambos tipos de barrio. En lugares como Pittsburg, Pennsylvania o Flint, Michigan, la diferencia es mucho menor.

Shandas explica que “los patrones que muestran las temperaturas más bajas en algunos barrios concretos no son fruto de la coincidencia. Son resultado de décadas de inversiones en lugares específicos que recibieron parques, zonas verdes, árboles o políticas de transporte y vivienda que proporcionaron un ”servicio de enfriamiento“ y coinciden con aquellos que además son más blancos y disponen de mayores recursos. No todos los barrios son iguales”. Y añade: “vemos como esas decisiones políticas matan a los más vulnerables por olas de calor intenso”.

Roberto Bullars, profesor de planificación y política medioambiental de la Universidad del Sur de Texas, señala a The Guardian que “el código postal es aún una manera de predecir la salud y el bienestar. La vulnerabilidad medioambiental coincide en el mapa con la injusticia racial”.

La declaración de ciertas partes de una ciudad como “zona roja” se prohibió en una ley de 1968, la Ley de vivienda justa. Pero aquellos barrios aún albergan a una mayoría de personas con pocos ingresos y de color que se ven así expuestos de manera desproporcionada a una serie de riesgos medioambientales como mala calidad del agua y el aire, plomo, un desarrollo incontrolado o pocas zonas de sombra.

Múltiples estudios han mostrado la herencia dejada por esas políticas en cuanto a salud, acceso a comida sana, encarcelamiento, los recursos públicos destinados a cada escuela, el transporte y, en definitiva, la provisión de servicios públicos. Ahora, esos resultados ponen de manifiesto la necesidad de una mejor planificación urbanística y políticas de mitigación de las adversidades climáticas.

Jeremy Hoffmann, del Museo de Ciencias de Virginia, uno de los autores de la publicación, dice que “el estudio es sólo el primer paso para identificar un mecanismo de resiliencia justa en torno a lo climático que tome en cuenta esos patrones sistemáticos detectados en nuestras ciudades”.

Shandas añade: “Al reconocer y poner la atención sobre los desastres históricos creados por la planificación del pasado, nos situamos ante una oportunidad de reducir los impactos en salud pública e infraestructura del calentamiento del planeta”.

Traducido por Alberto Arce

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