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20 AÑOS DE LA INVASIÓN DE IRAK

Viaje a Tikrit, la ciudad de Sadam Huseín atravesada por las divisiones 20 años después de la invasión de Irak

Vista general de la ciudad de Tikrit en 2015.

Simona Foltyn

Tikrit (Irak) —

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Construidos en lo alto de un acantilado sobre el río Tigris, los palacios semidestruidos de Sadam Huseín se ciernen sobre Tikrit, su ciudad natal, y los solares desiertos muestran las huellas de invasores que han pasado a lo largo de la historia. Los soldados estadounidenses grabaron en los muros de color arena la fecha de su llegada en 2003. Una década más tarde, el ISIS cavó fosas comunes en el suelo montañoso y destruyó parte del complejo.

Mucho menos evidentes que las ruinas del antiguo régimen son las divisiones que perduran en esta comunidad, centro del poder durante el Gobierno de Sadam Huseín, a pesar de que han pasado 20 años desde el derrocamiento del dictador. El proceso de reconciliación por los crímenes se ha complicado por las repetidas oleadas de violencia que han asolado el país desde entonces, acumulando agravio sobre agravio, reabriendo viejas heridas y perpetuando el conflicto.

Sadam Huseín fue ejecutado en 2006, pero algunos miembros de la población suní de Tikrit consideran que siguen cargando injustamente con el legado de su brutal régimen. Los sucesivos gobiernos de Irak siguen imponiendo castigos a aquellas personas sospechosas de tener vínculos con el régimen de Sadam Huseín en el marco de un proceso de justicia y rendición de cuentas que muchos consideran que ha quedado obsoleto, pero que pocos se atreven a cuestionar públicamente. Las duras leyes que prohíben el partido Baaz y todo lo que pueda percibirse como su promoción hacen que aquellas personas que cuestionen el proceso puedan ser castigadas.

Las divisiones se agravaron cuando el ISIS se hizo con el control de amplias zonas del norte de Irak en 2014. La guerra abrió una brecha en la comunidad, enfrentó a colaboradores y libertadores y alteró irrevocablemente la demografía y las estructuras de poder. Los paramilitares chiíes que ayudaron a derrotar a los yihadistas junto con las fuerzas tribales locales permanecieron en Tikrit y siguen controlando lugares estratégicos, y simbólicos, como el palacio y la casa natal de Sadam Huseín.

Mientras tanto, la tribu de Sadam Huseín vive al margen de la sociedad. Los al-Bu Nasir son una tribu suní integrada por unas 40.000 personas, que principalmente habitan en Tikrit. En una reciente tarde de invierno, algunos de ellos se reunieron en las afueras de la ciudad, para compartir, no sin cierto recelo, ejemplos de lo que consideran un castigo colectivo por sus vínculos con el antiguo régimen y, más recientemente, por su supuesto apoyo al ISIS y su controvertido papel en una matanza de cadetes chiíes. Les cuesta presentarse a las elecciones, obtener cargos en el gobierno y regresar a sus tierras.

“Han tratado con dureza a la población de Tikrit y a la tribu al-Bu Nasir”, dice Khalid Amin, líder de la tribu. “Han pasado 20 años. Salvo que alguien tenga una cuenta pendiente con las autoridades, deben dejar que se integre en la sociedad”.

Amin, que fue parlamentario antes de 2003, ha intentado reincorporarse al sistema político. El jeque se inscribió para presentarse a las elecciones de 2021, y aunque dice que presentó la preceptiva carta de la comisión de justicia y rendición de cuentas que le exime de cualquier delito, la comisión electoral le informó de que estaba inhabilitado “por ser baazi”, según explica.

El estatus privilegiado de Tikrit durante los 24 años de gobierno de Sadam es más que evidente en los muchos palacios que mandó construir el dictador, solo igualados por la capital, Bagdad, situada a unos 170 kilómetros al sur. El dictador concedió a los habitantes de su ciudad acceso privilegiado a los puestos de gobierno. Los escalones superiores de su férreo aparato de seguridad solían estar ocupados por parientes cercanos y otros miembros de su tribu.

'Desbaazificación' 

Tras la invasión estadounidense de 2003, el nuevo gobierno dirigido por chiíes emprendió un proceso de desbaazificación, más tarde rebautizado como “justicia y rendición de cuentas”, para limpiar las instituciones iraquíes de leales al régimen. Sadam y algunos de sus lugartenientes cercanos fueron juzgados y ejecutados. Cientos de miles de empleados del Gobierno que eran miembros del partido Baaz fueron despedidos u obligados a jubilarse anticipadamente.

Pero muchos se preguntan si este proceso de desbaazificación fue más un acto de venganza que de justicia. “Seamos sinceros, la mayoría de los iraquíes pertenecían al partido Baaz en aquella época”, dice un alto cargo del Gobierno, que añade que el acceso a la educación y al trabajo estaba condicionado a la lealtad al partido. “El Gobierno debería haber formado una comisión para procesar a quienes realmente cometieron delitos. Pero muchos de ellos no han sido capturados”, dice esta fuente, que pide hablar de forma anónima para poderse expresar con libertad.

Algunas personas que habían integrado el partido Baaz consiguieron alinearse con los poderes fácticos y volver a afianzarse en el nuevo sistema, mientras que otras que cometieron crímenes encontraron refugio en el Kurdistán iraquí, donde un Gobierno semiautónomo los protege de la persecución judicial.

En el resto de Irak, sin embargo, el proceso de desbaazificación continúa, a pesar de la creciente preocupación de que se haya convertido en una herramienta de chantaje político y que sirve para enriquecer a las autoridades. Los políticos, tanto chiíes como suníes, utilizan la ley para descalificar y extorsionar a sus rivales, mientras que quienes disponen de los medios económicos necesarios pueden comprar fácilmente su inocencia.

A principios de este año, decenas de empleados de la Universidad de Tikrit recibieron la orden de jubilarse como parte de la última purga. “A todo el mundo le parece injusta pero nadie se atreve a cuestionar esta medida”, lamenta un exempleado de la Universidad que fue obligado a marcharse en 2020 por haber trabajado como recepcionista en una de las temidas agencias de seguridad de Sadam. Al parecer, algunos de sus compañeros han conseguido recuperar sus puestos de trabajo.

“Contratan a un abogado por 15.000 dólares que sabe a qué personas sobornar”, dice el miembro del Gobierno. “El proceso de justicia y rendición de cuentas se ha convertido en una puerta de entrada para la corrupción”.

La alianza política que llevó al poder al actual primer ministro, Mohammed Shia al-Sudani, acordó el año pasado abolir la comisión de justicia y rendición de cuentas y remitir los casos penales pendientes a los tribunales ordinarios. Sin embargo, la aplicación de tal decisión requeriría una votación en el Parlamento y, sobre todo, una postura firme en un tema controvertido que podría hacer caer a cualquier político.

La llegada del ISIS

La guerra contra el ISIS ha hecho que sea más difícil pasar página. Varios miembros de alto rango del partido Baaz se unieron al grupo terrorista en un intento de recuperar el poder, pero fueron asesinados. Lo que sigue siendo un punto de intensa polémica es el papel de la tribu al-Bu Nasir en la llamada masacre de Camp Speicher, que ha sido condenada con contundencia por las autoridades locales, los al-Bu Nasir y otras tribus de Irak.

Cuando el ISIS tomó Tikrit, los combatientes reunieron al menos a 1.500 jóvenes cadetes chiíes que entrenaban en la academia de la fuerza aérea, llamada Camp Speicher. Algunos cuerpos fueron arrojados a las profundas aguas del Tigris, mientras que otros fueron enterrados en fosas comunes poco profundas en los terrenos del palacio.

El lugar de la masacre se ha convertido en un monumento improvisado que ahora controlan las Fuerzas de Movilización Popular (FMP), un grupo de paramilitares que ayudó a expulsar al grupo terrorista. Al igual que los cadetes asesinados, la mayoría proceden del sur chií de Irak. Afirman que los al-Bu Nasir ayudaron al ISIS en un intento de venganza por la caída del régimen de Sadam. Su presencia continua, argumentan, es necesaria para evitar que vuelva a ocurrir lo mismo.

“Los al-Bu Nasir creían que Irak les pertenecía. Cuando perdieron el poder, consideraron traidores a todos los que participaron en el nuevo Gobierno”, dice Ahmed Hassan, comandante adjunto de la sexta brigada de las FMP, más conocida como Kata'ib Jund al-Imam. “Fueron los principales participantes en la masacre”, dice en una entrevista en el interior de uno de los palacios que ahora le sirve de oficina.

Los habitantes de la zona consideran que este tipo de declaraciones prolongan innecesariamente las divisiones y responsabilizan injustamente a los habitantes de Tikrit de un crimen cometido en su territorio. “Lo ocurrido en Speicher fue obra de una organización terrorista”, dice Ammar al-Baldawi, vicegobernador de la provincia. “Atribuir este incidente a una sola tribu es distorsionar la realidad”.

El tira y afloja sigue

Mientras continúa el tira y afloja en torno a la verdad, también lo hace el señalamiento con el dedo en torno a una decisión muy controvertida de permitir el regreso de los al-Bu Nasir al pueblo natal de Sadam. A poca distancia en coche al sur de Tikrit, Al-Awja fue en su día el hogar de 3.000 personas, entre ellas Sadam y sus familiares.

Se dice que ahora es una ciudad fantasma controlada por las FMP, y los lugareños acusan a los paramilitares de apropiación de tierras. La solicitud de The Guardian para visitar Al-Awja fue rechazada.

Las autoridades locales y las tribus han pedido reiteradamente al Gobierno federal que permita a quienes no tienen cargos penales reclamar sus tierras, la última vez durante la visita del primer ministro a Tikrit en diciembre.

“Queremos cerrar este expediente de una vez por todas”, dice el vicegobernador. El jeque Amin, de los al-Bu Nasir, pidió a Sudani que hiciera una declaración pública para limpiar el nombre de la tribu. El primer ministro escuchó atentamente y tomó notas. Los habitantes de Tikrit siguen esperando una respuesta.

Traducción de Emma Reverter

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