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Por qué Trump se pelea con Suecia por un rapero: un presidente racista a por el 'voto negro'

Kanye West visitó a Donald Trump en el despacho oval (Casa Blanca)

Carlos Hernández-Echevarría

A$AP Rocky está en prisión preventiva en Estocolmo por una presunta agresión y, tras su detención, su buen amigo y también megaestrella del rap Kanye West decidió hacer una llamada a la Casa Blanca y pedir ayuda. El presidente Trump, al que no le sobran los partidarios afroamericanos de fama mundial, descolgó entonces el teléfono y habló con el gobierno sueco. A ojos de Trump, el primer ministro sueco ha pasado en solo unos días de ser “el muy talentoso” Stefan Löfven a convertirse en “el muy decepcionante” Stefan Löfven. Y todo por comentarle al presidente que todo bien, pero que esto es Suecia y que el gobierno no le puede decir a un juez lo que tiene que hacer. Trump está muy enfadado porque “con todo lo que hacemos por Suecia”, pero rebobinemos un poco: ¿por qué demonios se ha metido Trump en este jaleo?

Esta historia comienza en las últimas elecciones presidenciales, cuando Donald Trump obtiene un apabullante 8% del 'voto negro'. Su gran argumento para seducirlos fue “¿qué demonios tenéis que perder?” y su resultado no es particularmente desastroso, ya que los demócratas llevan décadas arrasando entre los afroamericanos. La clave, sin embargo, estuvo en el descenso de la participación negra con respecto a las elecciones de Obama, una bajada que sí marcó la diferencia en algunos estados. La campaña de Trump realizó varias campañas en Facebook con el objetivo declarado de que muchos votantes negros se quedaran en casa el día de las elecciones y, por lo que parece, lo logró. Pero para ser reelegido el año que viene, Trump tiene ambiciones más elevadas: “Mira lo que he hecho por los afroamericanos”, ha dicho, presumiendo de que el paro entre ellos está en mínimos históricos. Ha declarado que quiere ganar el 'voto negro' y, para eso, necesita aliados dentro de la comunidad.

Si Trump está dispuesto a pelearse con Suecia para seguir siendo amigo de Kanye West es porque pocas figuras afroamericanas influyentes están dispuestas a hacerse fotos con él. Y desde luego ninguna con el predicamento del músico / influencer / gurú / ídolo de los realities. Su relación con las estrellas afroamericanas es oportunista: Trump suele alabar a ídolos negros del deporte, por ejemplo, pero siempre que no hablen de desigualdad, de política y, por supuesto, que no le critiquen. Parece que le interesa más la imagen de camaradería con ellos que sus opiniones.

Trump siempre felicita al golfista Tiger Woods, por ejemplo, pero reclama obsesivamente el despido de los jugadores de fútbol americano que protestan contra la brutalidad policial. Presume de su amistad con boxeadores negros, pero llama estúpido a la estrella de la NBA LeBron James por criticar sus políticas. De hecho, el presidente tiene un largo historial de cuestionar la inteligencia de cualquier afroamericano que le planta cara, desde periodistas a diputados: “El más tonto del mundo”, “capacidad intelectual extremadamente baja”, “perra”... Una joya.

Puede que ese lenguaje tenga que ver con que Trump tiene 73 años y se crió en una época donde el racismo estaba mucho más aceptado públicamente. Ahí está su historial como empresario: el gobierno tuvo que obligarle a alquilar sus apartamentos a más afroamericanos y muchos empleados le han acusado de discriminación. Además tiene un rosario de declaraciones racistas, entre las que brilla una supuesta explicación de que los negros son vagos por naturaleza aunque “no es culpa suya”. Pero, más allá de qué piense realmente Trump, al explotar abiertamente el lado más racista de la sociedad estadounidense para llegar la Casa Blanca, ha provocado una desconfianza que va a tener difícil superar. Entró en política poniendo en duda que el primer presidente negro fue verdaderamente estadounidense y, por mucho que baje el paro, es complicado que la comunidad afroamericana olvide sus homenajes a esclavistas o su argumentación de que en una marcha neonazi había “muy buena gente”. La inmensa mayoría de los afroamericanos tiene raíces en EEUU desde hace siglos, pero también es razonable creer que les rechinará oírle hablar de África como “países de mierda” y explicar que los inmigrantes africanos “no quieren volver a sus chozas”.

Trump seguirá compadreando con Mike Tyson y promoviendo a algunas de sus incondicionales afroamericanas como Diamond and Silk. Tal vez incluso saque a A$AP Rocky de Suecia y se reúna de nuevo con Kanye West. Podrá presumir en campaña no solo de la bajada del paro entre los afroamericanos, sino también de una reforma legal del sistema de prisiones que ha sido muy popular en la comunidad negra. Pero su lenguaje intolerante e incendiario siempre va a crear una brecha con un grupo de personas que ha vivido y vive el racismo muy de cerca. Puede que Trump no les llame “violadores y traficantes” como a los mexicanos, o les acuse de complicidad con el terrorismo como a los musulmanes estadounidenses, pero sus coqueteos con el nacionalismo blanco y sus salidas de tono, además de sus furibundos ataques a los afroamericanos que le discuten, son motivos suficientes para la desconfianza.

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