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FRANCIA

Vecinos de un barrio pobre y con la biblioteca quemada: “No ha cambiado nada en 40 años”

Una vecina mira lo que queda de un coche incendiado tras una noche de disturbios en Colombes, a las afueras de París, el 1 de julio.

Angelique Chrisafis

Metz (Francia) —

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Hanifa Guermiti llora mientras contempla los restos calcinados de la biblioteca pública, que durante años había proporcionado libros, cómics y un espacio tranquilo para hacer los deberes a los niños de los bloques de casas populares de Borny, un barrio de la ciudad de Metz que figura entre los más desfavorecidos del país. “Se me rompe el corazón”, dice Hanifa recordando a los niños a los que ayudaba con sus deberes del colegio.

El incendio deliberado de la modernísima biblioteca de este barrio de Metz, en el este de Francia, constituye uno de los ataques más graves contra las infraestructuras del Estado francés desde el inicio de las protestas, con más de 110.000 libros y documentos destruidos y daños estimados en unos 12 millones de euros.

Tras seis noches de disturbios provocados por la muerte de Nahel, un joven de ascendencia argelino-marroquí de 17 años, a manos de un policía en un control de tráfico, más de 5.500 vehículos han sido quemados, se han producido daños en más de 1.000 edificios y más de 3.300 personas han sido detenidas (cuyo promedio de edad oscila en torno a los 17 años).

Más allá de Borny, en la región que incluye a las antiguas ciudades mineras de la frontera con Alemania también ha habido enfrentamientos entre jóvenes y policías, además de coches y contenedores de basura quemados. En esta zona, donde ha aumentado el voto a la ultraderechista Marine Le Pen, se prendió fuego a un establecimiento de kebabs y a un McDonald's, hubo ataques contra una comisaría y daños en un colegio.

Con una población de 17.000 habitantes, una tasa de desempleo superior al promedio y más de la mitad de los residentes con ingresos por debajo del umbral de la pobreza, Borny tiene mucho en común con los barrios que en estos últimos días se están enfrentando a los policías. El barrio está a solo tres kilómetros del animado centro de Metz, donde hay una sede del centro de arte Pompidou y restaurantes con estrellas Michelin. Sin embargo, muchos de sus residentes aseguran que las personas de ascendencia negra y norteafricana se sienten excluidas de los servicios públicos, sometidas a discriminación racial en los controles policiales y desfavorecidas tanto en el sistema educativo como en el mercado laboral.

Dos mundos paralelos

La injusticia racial y el último tiroteo policial, explican, han provocado el estallido de una ira latente que se cocía a fuego lento. François Grosdidier, el conservador alcalde de Metz, dice que el contraste entre los barrios que se rebelan contra la policía y las zonas tranquilas del centro de Metz es como “estar en dos mundos paralelos”.

Al Gobierno francés le preocupa que la violencia se desate especialmente en lugares como Borny, que en los últimos años ha recibido millones de euros en inversiones públicas para la renovación urbana, igual que muchos otros barrios franceses afectados por la crisis. Pero el derribo y la nueva construcción de algunos bloques de viviendas no ha alcanzado para terminar con los viejos problemas sociales ni la arraigada sensación de injusticia.

En 2005, Borny también fue uno de los muchos lugares donde los jóvenes incendiaron coches y lanzaron proyectiles contra la policía, cuando Francia declaró el estado de emergencia nacional tras las semanas de disturbios desencadenadas por la muerte de dos jóvenes que se escondían de la policía en una subestación eléctrica de Clichy-sous-Bois, a las afueras de París.

Las autoridades locales intentaron responder a ese sentimiento de exclusión social de la juventud con proyectos de infraestructuras y de construcción, como la ampliación de la biblioteca de Borny, que ahora ha quedado en ruinas. El edificio del Ayuntamiento, que también se construyó entonces, figura entre los incendiados estos días. Y las paradas de autobús de la nueva red de transporte público que se había creado también han sido destrozadas. Este fin de semana, las madres han montado guardia en torno al colegio de Borny para impedir que lo incendiaran.

“Las cosas han empeorado considerablemente desde 2005”, cuenta Hanifa Guermiti, que lleva 31 años viviendo en un bloque de apartamentos de Borny, donde ha criado a sus hijos y ha sido concejala socialista. En 1983 participó en la famosa marcha contra el racismo y por la igualdad y actualmente ayuda a refugiados. “En los 40 años transcurridos desde entonces, nada ha cambiado”, opina.

“Siguen muriendo adolescentes de color. El racismo ha empeorado y está en el centro de la política. Antes se limitaba a la extrema derecha, ahora se ha filtrado a la derecha tradicional y hasta al Gobierno”, añade. “La pobreza se ha visto agravada por la COVID-19, por la inflación y por el encarecimiento de la energía. La igualdad de oportunidades no existe y la discriminación es moneda corriente. La gente de aquí sigue siendo objeto de los mismos clichés. No hay esperanza, ese es el problema. La gente no tiene la esperanza de escapar nunca de la estigmatización por el lugar donde viven y por el color de su piel”, sostiene.

Muchos políticos locales y trabajadores de ONG llevan tiempo diciendo que los proyectos de construcción acometidos en todos los polígonos franceses han servido para tapar grietas, pero no para frenar la segregación, las desigualdades sociales, el racismo y la pobreza que a diario sufren los residentes.

La trampa de la pobreza

Tras su primera elección como presidente, Emmanuel Macron dijo en 2017 que liberalizaría la economía y pondría fin a una desigualdad persistente que, según él, “encarcelaba” a las personas. Pero la trampa de la pobreza se ha convertido en uno de los problemas más duraderos de Francia y sigue sin tener solución. La relación de los jóvenes con la policía se ha ido deteriorando a la vez que se han ido sucediendo los episodios de policías que disparaban contra hombres negros o del Norte de África.

Noura, de 21 años, vio desde su ventana cómo las llamas devoraban la biblioteca. “Hace poco estuve repasando allí mis exámenes porque era un lugar muy tranquilo para trabajar”, asegura. “Ahora mis hermanos pequeños no podrán sacar libros prestados y comprarlos es demasiado caro; aquí siempre ha habido mucha rabia por la discriminación y las injusticias cotidianas; lo entiendo, pero la forma de hacer justicia no es destruyendo el barrio”, cuenta.

El Gobierno francés se está centrando en la edad de los que salen a lanzar petardos contra la policía. Macron ha declarado que algunos adolescentes “reviven en la calle los videojuegos que les han intoxicado” y que los padres no deben permitir que sus hijos salgan de casa. Pero en barrios como el de Borny, la cantidad de personas de menos de 18 años es tan alta que el número de los que participan en los disturbios nocturnos sigue siendo una pequeña minoría dentro de ese grupo. “Si por la noche hay 200 chavales fuera, eso significa que al menos otros 8.000 están en casa”, dice Charlotte Picard, profesora de instituto en Metz.

Las desigualdades del sistema educativo francés están detrás de la sensación de abandono y segregación que sufren los adolescentes. Según la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), para un niño nacido y escolarizado en un barrio desfavorecido de Francia la probabilidad de salir de su entorno socioeconómico es menor que para un niño de condiciones similares en la mayoría de los países considerados ricos. Dentro del mundo desarrollado, el sistema escolar francés sigue figurando entre los más desiguales.

Tras los disturbios de 2005, los adolescentes negros y norteafricanos de los bloques en la periferia parisina dijeron que una de las mayores injusticias que sufrían era ser empujados, a los 14 años, a inscribirse en institutos técnicos especializados en formación para empleos peor pagados o trabajos manuales, y no en los liceos que preparan a los alumnos para ir a la universidad.

En el instituto técnico donde da clases Charlotte Picard la mayoría de niños son negros y de origen norteafricano. “La palabra clave es humillación”, sostiene. “En un debate reciente en clase, los chicos dijeron sentirse humillados constantemente por la policía, que les pide sus documentos de identidad varias veces al día solo por estar en la calle”, cuenta.

Picard cree que la sociedad se ha vuelto más violenta en general, con los enfrentamientos que en 2018 y 2019 se produjeron entre manifestantes y policías durante las protestas antigubernamentales de los chalecos amarillos y con el aumento de los últimos años en el número de muertes de hombres negros y árabes durante controles policiales de tráfico, algo que ha generado miedo y enfado.

“Con los disturbios actuales escuchas a gente decir que 'los narcotraficantes conseguirán calmar las cosas, no querrán que su negocio se vea perjudicado'… Es horrible, la sensación de ausencia de Estado es tan terrible que la gente dice que los traficantes son los que tienen el control”, dice.

Diálogo

Danièle Bori, antigua enfermera y ahora concejala comunista de Borny, pasó la noche despierta junto a otras mujeres protegiendo el colegio del barrio. Los residentes no tenían claro si las personas que habían incendiado la biblioteca formaban parte de bandas de otras ciudades o si eran los adolescentes de la zona que estaban prendiendo fuego a los coches.

“Para que esto no vuelva a ocurrir tiene que haber un proceso de diálogo y escucha. Sí, aquí hubo renovación de edificios y se crearon nuevos transportes públicos, se decidió invertir mucho desde arriba pero eso no ha dado los resultados que necesitábamos. La gente ha seguido en la pobreza y en el desempleo. La solución no es más policía, la solución tiene que ser invertir en personas, no solo en edificios”, opina.

Muchos piensan que el único partido político de toda Francia que saldrá beneficiado por los disturbios será el movimiento de extrema derecha de Le Pen, teniendo en cuenta la escasa participación electoral que caracteriza a los vecinos de viviendas populares. Laurent Jacobelli, diputado de extrema derecha por una circunscripción del Mosela, al norte de Metz, dijo hace unos días que no creía que existiera el racismo policial.

Marie-Claire, de 57 años y que vive junto a su hija y a su nieta de siete años en un edificio de viviendas de Borny, teme no llegar a su turno de noche como limpiadora en una clínica médica si le queman el coche: “El barrio ha cambiado un poco con la renovación, pero nos sigue costando llegar a fin de mes”. “La rabia sigue aquí, la miseria también; estoy preocupada, las cosas pueden volver a arder en cualquier momento”, alerta.

Traducción de Francisco de Zárate

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