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Sí se puede

Barbijaputa

Edu Galán se chutó cinco horas de autobús el otro día para ir a ver a Felipe González a Badajoz. Y yo me reí de él, claro. Ya estaba bien de que me tocara a mí todo lo malo en esta campaña.

Ay, pero el karma es muy suyo. Y a mí me tocaba hoy ir a ver a Pablo Iglesias a Valladolid. Que el lector puede pensar: pues nada, un paseíto, una cosa liviana, vamos, que no es Vox ni se le parece. Y nada, allí que me planto, en el Centro Cultural Miguel Delibes dos horas antes, para no quedarme sin hueco. ¿Os acordáis de ese mote que siempre usamos para referirnos a Valladolid: Fachadolid? Bueno, pues ya le tenemos que buscar otro, porque toda la ciudad estaba allí reunida para ver a Podemos. Aquello era Vietnam pero en bien, el Vietnam de la sonrisa. Miles de personas hacían una cola kilométrica que serpenteaba y hacía meandros de alegría por todo el perímetro. Su miedo, nuestras colas.

El acto empezaba a las 7, pero después de dos horas de cola y mucho relente, aquello no arrancaba. Me hice amiga de mis camaradas colindantes, todos muy majos y de todas las edades y sexos, aunque más que para charlar lo hice para que me dieran calor humano, porque la noche ya había caído y estar parada tanto tiempo en aquella explanada me estaba causando placas en la garganta. Entre todos criticamos primero a Ciudadanos, luego al PP y finalmente al PSOE. Uno de los allí presentes protestó tímidamente por la crítica a los “socialistas”, ya que opinaba que no era comparable al resto. El resto lo miró ya sin tanta complicidad ni tan buen rollo. Yo intenté romper la tensión cambiando de tema, sobre todo porque el frío que hacía no era para que causáramos bajas en aquel grupito, necesitábamos todos los cuerpos posibles. Pero el buen rollo era tal en general y entre mis camaradas en particular que con alegría e ilusión aquella tensión se evaporó. Tu defensa a PSOE, nuestra sonrisa, parecían pensar.

Nos dieron las 7, las 7.30, y allí estábamos, formando colas mientras había gente que gritaba: “Sí se puede, sí se puede”.

-Sí se puede, ¿qué? ¿Qué es lo que se puede?, pregunté yo, que tenía los ojos escarchados y ya no podía ver muy bien.

Pero es que también nos dieron las 8 y aquello no empezaba.

-Luego que si sufren mucho por la gente que pasa frío, joder -le digo a uno de mis nuevos camaradas, que me mira sospechosamente. La verdad es que llamo la atención, porque estoy aquí y no estoy sonriendo. ¡Pero es que llevo tres horas de pie! ¿De qué material está hecha la ilusión de esta gente, por el amor de dios?

Justo había empezado a hablarles de 'Viven' y de cómo se comían unos a otros para sobrevivir en la nieve, que la cola empezó a moverse. Eran las 8.20 cuando dejaron entrar en el auditorio, pero sólo hasta llenar aforo, el resto nos quedamos dentro del edificio pero fuera de donde estaba toda la ilusión concentrada. En el pabellón había plasmas desde donde se veía el interior del auditorio, ya a rebosar. No me lo podía creer, primero el debate a través del plasma y ahora Pablo a través del plasma.

-A ver, ha habido un error en la organización -dice un señor uniformado saliendo del auditorio- pensaban que cabían más pero no. Pero ahora va a salir Pablo a hablaros.

La gente canta “Sí se puede” y ríe muy locamente.

-Pero, ¿qué es lo que se puede? Entrar no, desde luego -protesto.

A mis camaradas, que están allí por gusto, igual ya no les caigo tan bien porque no dejo de protestar. Pero entonces sale Pablo y se les pasa.

Como candidato nuestro que era, una explicación nos debía y como buen candidato nuestro que fue, una explicación nos dio.

Bueno, explicación tampoco, hizo más bien una síntesis de sus mítines: los abuelos... las abuelas... han luchado tanto... nosotros peleamos... con ilusión... nuestra sonrisa... sois grandes... gracias, gracias de corazón.

Yo no sonreí en ningún momento, hasta que vislumbré una barra. Ahí me dije que ya me habían conquistado. El voto no, porque esta vez la cerveza no fue gratis como la Fanta de Espe o la birra del debate, pero ya había entrado en calor y el cabreo por el retraso se me estaba pasando.

Así que vi el mitin acodada en una barra a través de una tele. Lo que este diario se ha gastado en transporte para que yo acabe haciendo las crónicas bebiendo cerveza y mirando la tele no creo que quieran calcularlo.

El mitin de Podemos, realmente, no es un mitin como tal, sino una especie de entrevista de trabajo donde el público le hace preguntas (fáciles, tampoco nos volvamos locos) a un Pablo Iglesias que porta un boli y un pizarrín para contestar, e intenta con sus respuestas conseguir el trabajo: el de presidente del Gobierno. Yo bebo. Su entrevista, mi cerveza.

En un momento dado, un chico se levanta y le pregunta por la renta básica.

-Nos llamaban populistas y ahora la incluyen sus programas -protesta Iglesias-. Porque dime tú -le pregunta al chico que supuestamente hace de entrevistador-. ¿Tú cuánto ganas?

“No se ha metido nada en el papel, eso no se pregunta a un entrevistador”. Pienso yo. “Es que desde cuándo no irá a una entrevista”, me digo, pero tampoco enfadada, en realidad estaba disfrutando del espectáculo. Y de la cerveza. Podría decir que me contagió la alegría el sentimiento colectivo, pero no quiero mentir, es que estaba ya achispada para ese entonces.

-480 euros -responde el chico.

-Eso es indecente -responde Pablo.

-Muchas gracias -contesta el chico.

Literal este trozo de diálogo. El público aplaude dentro del auditorio y aplaude fuera. A mi lado gritan: “¡Sí se puede!” Y esto pasará durante todo el mitin-entrevista. Sonrisas, aplausos, sisepuedes.

Yo miro a mi alrededor. Que sí se puede, dicen.

Cuando acaba la entrevista-mitin salgo del pabellón con un sentimiento agridulce. Igual necesito otra cerveza. O hacerme de Podemos y que me invada este espíritu, esta alegría, esta ilusión. ¡Sí se puede!, me digo. Y puedo, de hecho, hay un bar enfrente del Auditorio.

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