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El año de Rajoy en diez portadas

Iñigo Sáenz de Ugarte

Rajoy ganó las elecciones con el argumento de que España necesitaba un Gobierno serio y previsible. Como Dios manda. Mal asunto para los periodistas y las portadas de la prensa, que podían esperar grandes dosis de aburrimiento. Lo que ha ocurrido este año ha sido al final todo lo contrario. No ha habido promesa o previsión que no haya saltado por los aires y las portadas, incluidas las de la prensa fiel, han sido testigo de este loco viaje hacia un lugar aún indeterminado.

Por eso, las diez portadas del primer año tienen que empezar antes de su victoria electoral.

Antes de las elecciones, todo era algo más que fácil, evidente, nítido. Rajoy ni siquiera necesitaba toda la legislatura. Y no es que las cosas fueran a mejorar, no. En dos años, la economía iba a estar perfectamente remendada y arreglada. ¿Cómo no iba a suceder eso si tenía diez medidas para recuperar el crecimiento y el empleo?

Una vez más antes de las elecciones la prioridad era reducir el paro. No, no es exactamente así. No es que el Gobierno fuera a hacer todo lo posible para reducirlo. Es que el desempleo iba a bajar, sí o sí. Y para que quedara constancia gráfica de la promesa, se fue a una oficina de empleo a hacerse la foto. Con gesto triste para estar a tono con el paisaje.

En la campaña electoral, hubo que moderar el optimismo. Ya no cabía prometer el paraíso terrenal. La situación económica obligaba a plantear medidas para reducir el déficit. Pero con límites. Había cosas que eran intocables, por ejemplo, la sanidad y la educación. Ahí la tijera no entraría.

Llegó la realidad y Rajoy terminó subiendo el IRPF, un trago duro para sus votantes. Pero podían estar tranquilos. El IVA no se iba a tocar, en absoluto. Si hasta su propio ministro de Hacienda decía que sería un error mayúsculo. Por ahí podíamos estar tranquilos.

Desde el primer momento, Rajoy dejó claro que sería un buen alumno de Alemania. Nada de sorpresas. España cumpliría y Merkel terminaría orgullosa de su colega español. Iba a ser el inicio de una gran amistad.

De repente, las cuentas no cuadran. El Gobierno anuncia que no cumplirá el objetivo de déficit marcado por la UE para 2012. La prensa afín le jalea hasta el punto de utilizar una expresión que todos relacionamos con los animales que dejan su orina para delimitar el territorio que controlan.

Otro salto hacia atrás. El Gobierno recorta 10.000 millones en sanidad y educación (eso que se iba a salvar de la tijera). “Rajoy ofrece a los mercados un recorte en sanidad y educación”, titula El Mundo. Tras estrujarse los sesos, otros prefieren definirlo como un “golpe de autoridad”. La foto no es del día, del momento en que se anuncian unas medidas que contravienen una promesa de Rajoy. La autoridad es tanta que el recorte se anuncia un viernes por la tarde con una nota de prensa. Nadie tiene estómago para dar la cara.

En realidad, el barco de la deuda hace aguas y la prima de riesgo está a punto de hundirlo. Otra vez, Rajoy saca pecho y dice que todo está solucionado. El BCE se ocupará de todo.

Los sueños de Rajoy terminan dándose de lleno contra la realidad. España necesita decenas de miles de millones de euros para sanear el sector financiero, dinero que no tiene. Es la hora de pasar el platillo en la UE, pero incluso así no puede contenerse. Todo va bien. No es un rescate. Es una línea de crédito. No es una derrota. Es un triunfo. No agravará la situación de las cuentas públicas porque no computará en el déficit. No me han presionado. Yo he sido el que les he presionado. Y ahora, como todo ha ido bien, me voy al fútbol.

Fin del teatro. Ya no cabe endulzar la realidad. Todas las medidas anteriores no han servido para mucho. Nuevos recortes y la subida del IVA que nunca se iba a producir. La prensa más adepta renuncia a vender un futuro brillante. Llega la hora de empezar a buscar culpables. Ya no se promete el cielo, pero al menos el infierno son los otros.

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