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Sobre este blog

De la realidad a la ficción o de la ficción a la realidad. La inquietante mirada de Isaac Rosa merodea por los recovecos de la actualidad para contarla, semana a semana, de otra manera

¿Te acuerdas de aquel paseo que dimos, cogidos de la mano?

¿Te acuerdas de aquel paseo que dimos, cogidos de la mano?

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Estamos los dos en el balcón, apoyados en la barandilla, la calle desierta ahí abajo, ventanas iluminadas en la fachada de enfrente, y arriba un rectángulo estrecho de cielo urbanizado, sin estrellas.

-Ya es primavera –dice Manel.

-En el Corte Inglés –le completo la frase.

-Eres una borde. ¿Nos escapamos esta noche? Estaría bien salir un rato.

-Sí, claro, a bailar –respondo, en efecto demasiado borde. Llevamos unos días de tensión doméstica, hemos discutido esta misma mañana y a mí todavía me dura el mal humor.

Quedamos unos segundos en silencio cotilleando el vecindario frente a nosotros: cenas familiares, penumbras azuladas de televisores, una silueta borrosa tras la ventana esmerilada de un baño, una mujer que pedalea aburrida en una estática. Y el del saxofón. Tiene la ventana abierta y ataca con el saxo un tema que cruza la calle como un cable hasta nosotros. Veo la sonrisa de Manel al reconocer la melodía, y me digo a mí misma: venga, Luisa, acepta esta casualidad musical como oportunidad para reconciliaros.

-¿Te suena? –me pregunta, y la silba por si no me he enterado.

-Mmmm… No caigo ahora –bromeo, como muestra de buena disposición.

-Siempre que la oigo vuelvo a aquel día…

-Peligro, desprendimiento inminente de nostalgia, despejen la calle –imito voz de megáfono.

-Ríete, pero es que cuando me acuerdo me parece increíble que nos conociésemos, porque podía no haber sucedido, y no estaríamos hoy aquí tú y yo. Faltó poco aquel día para no encontrarnos. Fíjate que yo no pensaba salir, llevaba ya tres días seguidos de fiesta. Me convencieron los compañeros del curro para tomar unas cervezas, como todos los viernes a la salida. “Una y me voy”, prometí. Recuerdo que estaban todos los bares llenos, nadie se quería ir a casa, era el día grande de las fiestas. Para llegar a la barra tenías que abrirte paso con el machete entre cuerpos apretados. Y entre tantos bares y tanta gente se produjo, oh, el milagro: tú y yo nos encontramos.

El del saxofón sigue poniéndonos banda sonora, y decido unirme al juego nostálgico:

-El milagro puedes agradecérselo a mi compañera de piso de entonces: nada más llegar a las fiestas se perdió con ¡un italiano! al que acababa de conocer, y me dejó colgada. Por eso llamé a mi amigo Rafa y terminé uniéndome a vuestro grupo, no tenía ganas de irme ya a casa.

-Apareciste en el bar, diste abrazos y besaste a todo el mundo. Rafa nos presentó, y tú me diste dos besos, pero no los típicos besos tirados al aire sin siquiera rozar, sino dos besos bien plantados. Muac, muac.

-Y ahí ya te enamoraste de mí, ¿no?

-No, eso fue un poco después. Al principio no me fijé mucho en ti, pensaba que estabas con Rafa, ya que él te echaba el brazo por el hombro mientras hablabais. Siempre tan sobón. De allí nos fuimos al concierto y…

-No, primero estuvimos en el parque, compartiendo unos litros.

Pasamos un rato reconstruyendo aquel día, legendario de tantas veces que nos lo hemos contado, aunque hoy con especial detalle. El concierto en la plaza, los empujones para llegar al escenario, las oleadas nerviosas del público que nos acercaban y alejaban. Cuando por fin empezamos a hablar entre nosotros, y teníamos que aproximar la cara para hacernos oír, la calidez de su aliento en mi oreja. Lo mucho que bailamos pese a que casi no podíamos movernos. Y cuando al salir del concierto, para no perdernos, nos dimos la mano y así avanzamos entre la multitud, tomados de las manos calientes que siguieron enlazadas cuando alcanzamos una calle más despejada y ya no nos soltamos. El bar en que nos metimos muertos de hambre y que estaba lleno de viejos, lo que nos reímos con aquellos abuelos, acabamos bailando pasodobles, cada uno con una pareja que nos doblaba la edad. El largo paseo que dimos por el casco antiguo, había gente por todas partes y nosotros caminábamos sin rumbo, a paso lento, por el puro placer de recorrer la ciudad, hacerla nuestra, estirar por sus calles el hilo de nuestro deseo. Aquella plaza en la que nos sentamos a descansar, en un banco, apretados para aliviarnos el relente de la madrugada, y a la que luego hemos vuelto tantas veces para sentarnos en el mismo banco.

-Y el amanecer en la playa, descalzos sobre la arena fresca.

-Algo más que descalzos.

-Eso ya es contenido adulto, ten cuidado no haya niños escuchando.

-No había quien nos metiera en casa aquel día. Tras la playa buscamos un bar de desayunos, no queríamos irnos a dormir, seguimos deambulando por el paseo marítimo, por parques llenos ya de deportistas, y avenidas donde los comerciantes levantaban perezosos las persianas a nuestro paso. Qué bien se estaba en la calle, qué acogedor era el mundo en aquellas horas felices.

El del saxo hace ya un rato que calló, quedan pocas luces encendidas en el edificio de enfrente. ¿Le brillan los ojos a Manel? Enfatiza sus palabras con un suspiro:

-Me metería ahora mismo en la máquina del tiempo para aparecer en aquel día. Las fiestas, el paseo, la playa, la deriva por la ciudad. ¿Tú no?

-Sí que te ha dado fuerte la nostalgia. Pero sí, no me importaría volver a estar allí, fue bonito.

-No solo por nuestro primer encuentro: todo en aquel día era especial, la ciudad parecía electrizada, nos recorría a todos una energía que no había dónde encerrar. Todo el mundo recuerda las fiestas de aquel año.

-Normal. Fueron las primeras después de la cuarentena. No hacía ni dos meses que habían levantado el estado de alarma.

-Celebrábamos que estábamos vivos. Que habíamos recuperado todo aquello que llegamos a creer perdido.

-Recuerdo que durante un tiempo, cada vez que en una película veía gente abrazarse, cogerse de la mano por la calle o simplemente hablar a corta distancia, me sobresaltaba, sentía un reflejo de extrañeza.

-No me importaría pasar una cuarentena contigo, amor.

-Eso ni en broma. Venga, ¿salimos un rato? Todavía hay bares abiertos.

-¿Qué tal un paseo nocturno por el casco antiguo? Sin rumbo, a paso lento, por el puro placer de recorrer la ciudad…

-Acabaremos en la playa, te veo venir.

-Vámonos. A la calle. Ahora.

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