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La decisión de Casado somete al PP a una complicada bicefalia entre Garrido y Díaz Ayuso hasta las elecciones

Ángel Garrido e Isabel Díaz-Ayuso en una foto compartida por el presidente el día de la presentación de los candidatos.

Sofía Pérez Mendoza

Nadie en la Puerta del Sol se creyó del todo que Ángel Garrido no fuese candidato en las autonómicas de mayo, y menos que la designada pudiese ser ella. La elección de Isabel Díaz Ayuso, una cara desconocida sin experiencia de gestión con quien el nuevo líder del PP, Pablo Casado, comparte generación y amistad, ha dejado al Ejecutivo congelado y lo ha devuelto de golpe a 2015, cuando Mariano Rajoy obligó a convivir durante dos meses al presidente Ignacio González con la candidata Cristina Cifuentes.

Salvando la distancias entre unos y otros, esa bicefalia extraña entre las dos figuras, la institucional y la de partido, va a volver a marcar la campaña de los conservadores en Madrid, que tendrán que engrasar al máximo los engranajes para que la maquinaria siga funcionando pese a las diferencias ideológicas que les separan y que ninguno de los dos ha ocultado en los meses previos al dedazo de Casado. Isabel Díaz Ayuso se presenta como valedora del legado de Esperanza Aguirre mientras Ángel Garrido ha forjado su poder como número dos del Gobierno de Cifuentes que intentó hacer borrón y cuenta nueva en la Puerta del Sol proclamando el fin del “tiempo de los corruptos”.

Varios dirigentes admiten que la relación entre la Puerta del Sol y el PP de Madrid ha quedado profundamente marcada por las “tensiones”, que se agudizaron por la demora del líder nacional en dar a conocer sus apuestas electorales. Ahora, una y otra pieza están condenadas a entenderse, y es el mensaje que se impone desde la séptima planta de Génova. “Toca unidad y cohesión, siempre nos hemos caracterizado por eso”, dice un dirigente destacado del partido, que ahora trata de coser las heridas para “ir todos a una” en unos comicios cruciales donde el PP por primera vez tendrá rivales por el centro y la derecha.

Casado quiere evitar afrontar ese proceso en medio de luchas de poder internas. Su objetivo es consolidar todo el apoyo posible en esta organización, que siente como la suya y donde dio sus primeros pasos en política y que tantos dolores de cabeza provocó a Mariano Rajoy con el hiperliderazgos de Esperanza Aguirre al que trató de poner fin con la designación de Cristina Cifuentes, cuya carrera quedó hecha trizas el pasado año con el escándalo de su máster.

Casado parte de una posición privilegiada: el partido regional fue decisivo para su elección en las primarias y su peso interno es muy fuerte. “Pablo es de los nuestros”, dijo en verano el número tres, Alfonso Serrano. Tanto es así, que varios dirigentes regionales dieron el salto a la dirección nacional con la llegada del nuevo líder. Una de ellas es precisamente la candidata a la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.

La primera escenificación de esa pretendida unidad, dirigida desde arriba, se dio el pasado domingo, cuando el propio Pablo Casado invitó al aún presidente regional, Ángel Garrido, a continuar en el partido porque no están “sobrados de talento”. En su discurso, se paró a mencionar uno a uno a varios cargos regionales, como Alfonso Serrano, Ana Camins o Antonio González Terol, el alcalde de Boadilla, a los que agradeció personalmente su implicación.

Garrido compareció en ese acto visiblemente afectado, pero felicitó a los candidatos y después recibió una gran ovación del auditorio que aupó a Isabel Díaz-Ayuso y José Luis Martínez-Almeida para dar la batalla por Madrid en mayo. Este martes ha recogido el guante para tratar de sellar la paz: en su primera rueda de prensa tras ser descartado ha evitado hacer “comentarios” sobre los candidatos –“también son mis candidatos”– y ha asegurado que no pedirá a Casado que su equipo forme parte de la lista de Díaz Ayuso.

Los más cercanos a Garrido llevaban días arrastrando malestar por las “formas” en las que Casado le había comunicado su decisión de dejarle fuera. La posibilidad de que saliera de la ecuación parecía posible, pero la sorpresa fue mayúscula cuando se conoció el nombre de la elegida. Garrido no había salido aún de Génova, 13, cuando se filtró a los medios el dúo electoral.

En Sol afrontan los meses venideros con “la tensión ya rebajada” y “con la vista puesta en cumplir todos los compromisos y el programa electoral que queda”. Previsiblemente la agenda se descargará, especialmente en lo que concierne a entrevistas y apariciones televisivas, donde ahora todo el protagonismo se ha trasladado a la candidata, que no tiene cargo institucional. En los últimos meses, el presidente había cargado al máximo su agenda como última baza para intentar ser cabeza de cartel en la Comunidad, una institución clave para el PP que gobierna ininterrumpidamente desde 1995.

Lo que aún no ha puesto sobre la mesa el partido son las directrices que marcarán la convivencia entre Garrido y Díaz Ayuso. “Estamos aterrizando todavía y construyendo los equipos. Lo que sí sabemos es que tendrá que haber canales de comunicación constantes entre partido y Gobierno”, asegura un dirigente regional. El partido admite que no puede dejar de un lado el legado del Ejecutivo de Garrido porque ese será uno de sus “avales” de cara a convencer al electorado de que vuelvan a confiar en ellos en mayo.

De momento, el presidente y la candidata han hablado al menos en una ocasión. “Tendremos que hablar todos los días, y siempre que ella me lo requiera voy a estar para ayudarle como militante”, ha dicho este martes Ángel Garrido. El domingo, Díaz Ayuso se mostró a “disposición” del equipo de Gobierno para “trabajar juntos” y ya dio por hecho el relevo en las listas: “Vais a dejar una herencia excepcional al equipo que entremos”.

Los equipos de ambos saben que en los meses que restan uno y otro, separados ideológicamente y con heridas aún por cicatrizar, tendrán que compartir el protagonismo. Él dice que “a estas alturas” no está dispuesto a “afilar el colmillo” y ella, “sin complejos”, asegura que quiere hacer “más política” que Garrido, aunque de momento no ha aterrizado ninguna propuesta completa para la campaña, más allá de vaguedades sobre “atraer el talento” y potenciar “la tecnología”.

Así que, contra todo pronóstico, el PP vuelve en Madrid a la bicefalia de 2015. Entonces los tiempos se acortaron. Mariano Rajoy comunicó su decisión de prescindir de Ignacio González, ya rodeado de sospechas por corrupción en marzo, a dos meses de la cita electoral, para lanzar a la que entonces era delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes. Desde ese despacho institucional, Cifuentes cimentó su imagen y apenas compartió actos con el Gobierno de González, que languideció mediáticamente.

Que ocurra lo mismo o no con el Gobierno de Garrido depende de Casado, que tendrá que lidiar, como añadido, con una discrepancia ideológica entre el presidente y la candidata que ninguno ha tratado de disimular.

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