Comida rápida para el alma: la 'uberización' llega a la psicología a caballo de la pandemia
La fórmula lleva ya alrededor de una década en funcionamiento. Una plataforma tecnológica desarrolla una aplicación 'disruptora' que va a suponer la transformación de un nicho de mercado. El servicio, aderezado con una inversión publicitaria potente, despega por la comodidad de uso y los precios bajos. En el reverso, la precariedad de los trabajadores, cuyos ingresos caen en picado a cuenta de los márgenes del intermediario. Ha pasado notoriamente con los taxis y los servicios de reparto de comida a domicilio. Ahora, tras año y medio de pandemia, encierros y restricciones del contacto social, el modelo ha explotado en un ámbito distinto: la atención psicológica.
El pasado fin de semana abrió en Madrid una tienda efímera en el barrio de Malasaña, La Llorería. En sus estancias, cubiertas de eslóganes como que “a veces estar mal también está bien”, se invitaba a desdramatizar la salud mental. Había un rincón para llorar, se entiende que metafóricamente, y un espacio para autofotos, entre otros elementos evocadores. Al final, un folleto publicitario del Therapy Chat, una aplicación de consulta psicológica en línea. La primera sesión era gratuita, anunciaban. La maniobra publicitaria salió regular. Por un lado, la cola del local llegó a dar la vuelta a la manzana. Por el otro, numerosos psicólogos, una profesión donde las condiciones de trabajo —autónomo, en la gran mayoría de los casos— ya no son excesivamente boyantes de partida, se lanzaron a protestar a las redes sociales por lo que consideran la banalización y ‘uberización’ del oficio.
Los confinamientos por el coronavirus han tensado los servicios de salud mental de prácticamente todo el mundo, según la OMS. En España, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunció este mes un plan de acción dotado con 100 millones de euros para tratar esta epidemia secundaria de ansiedad y depresiones. Pero al mismo tiempo, asoma el negocio. La aplicación Therapy Chat [la charla terapéutica, en castellano] es un producto de la empresa Altania de Mar, a su vez propiedad de Nextchance Invest, de la que es administrador Nicolás Luca de Tena, de la familia de los fundadores de ABC. Desde hace una década se dedica a financiar empresas noveles basadas en Internet, o a promoverlas directamente. A desarrollar el chat ha destinado cinco millones de euros.
Eslogan simpático, contrato leonino
Con ese músculo, las posibilidades publicitarias se acrecientan. Además del experimento de la Llorería, the Therapy Chat forró los reposacabezas de los asientos del AVE con el lema “la vida no es fácil, hacer terapia ahora sí”, siempre en el mismo tono distendido. El compadreo se acaba, no obstante, en el texto de uno de los contratos que firman los psicólogos que se adhieran a la empresa. En este documento (desfasado, a tenor de la compañía) se establecía una tabla de precios en el que la sesión se cobraba a 44 euros, de los que el psicólogo solo facturaba finalmente 15. El resto, descontando IVA, para un patrón que formalmente no es tal. En función del número de sesiones, los ingresos iban aumentando ligeramente: 16 euros a partir de la quinta semana, 19 si se llegaba a la novena. Si al profesional le iba bien, acababa ascendiendo de categoría, con tarifas ligeramente superiores. En total eran cuatro peldaños, bautizados con el nombre de psicólogos famosos, de menor a mayor: Maslow, Beck, Minuchin, Hayes. La sesión inicial para el primerizo solo se cobraba si el paciente-cliente se apunta a más sesiones: eran 10,5 euros, descontados de la comisión de la compañía.
Nicolás Sainz, un portavoz de Therapy Chat, señala que el precio actual por sesión es de 40 euros, de los cuales 16 van a la empresa. Avanza que en breve empezarán a permitir que los psicólogos cobren lo que quieran dentro de una horquilla entre los 35 y los 45 euros por sesión, vista la repercusión negativa de la Llorería. “Entendemos la frustración y las acusaciones de banalización. Metimos la pata y no repetiríamos la campaña”, admite. Sobre las condiciones económicas previas, reconoce: “Es posible que, en algún momento muy anterior, en un número inapreciable, tuviésemos esa estrategia con algún psicólogo por alguna razón”. Las tarifas, asegura, se “consensúan” con “un grupo de psicólogos grande, los más afines”. También defiende las multas por romper la permanencia, “como antes con los teléfonos móviles”, y pide comprensión: “Somos una compañía muy pequeña. A 30 de agosto hemos facturado 460.000 euros. Todos vamos aprendiendo y modificando el negocio en función de las circunstancias del mercado”, defiende. La compañía dice contar con “cientos” de psicólogos y unos 2.000 pacientes propios.
“La primera cita no es una muestra de jamón en el supermercado”
Isabel (nombre ficticio) empezó a trabajar con Therapy Chat en marzo de 2020, recién empezado el confinamiento. Tras pasar las entrevistas, descubrió que no podía despistarse con el teléfono. “Te llegaba una notificación de que tenías un nuevo paciente, pero si las veías cinco minutos más tarde, ese paciente ya no existía, lo había cogido otro”, recuerda. También critica la estrategia de captación, en la que la frontera entre paciente y cliente se difumina. “Te obligan a retener al paciente, porque si no, no cobras la hora. A veces, en la primera sesión te das cuenta de que al paciente le ha ocurrido algo la víspera, y a lo mejor no es necesaria [la atención]. ¿Por qué tengo que retenerlo? Me estoy saltando el código deontológico”, critica. “La primera cita no es como una muestra de jamón en el supermercado”, abunda una psicóloga clínica con más de una década de experiencia. “Es la que más trabajo lleva, a la que más esfuerzo se dedica”, añade.
En plena pandemia, varios de los pacientes de Isabel renunciaron por la incertidumbre económica, la misma que a ella le hizo apuntarse a la plataforma, pero los avisos de nuevos clientes empezaron a escasear. En la empresa “dieron por hecho que no estaba haciendo bien mi trabajo”, señala. Ella se defendió: los pacientes con los que había seguido hablando la habían puntuado con cinco estrellas. Acabó tirando la toalla cuando le llegó una cita en horario de madrugada con un paciente de Latinoamérica.
“El funcionamiento interno es como un videojuego”, escribe María M. Valero, psicóloga sanitaria que también hace uso de las nuevas tecnologías a través de la plataforma de emisiones Twitch. “Esta aplicación es un claro ejemplo de la uberización de la psicología: psicólogos precarios a la espera de un pedido (en este caso de una sesión), siendo falsos autónomos y haciendo horas gratis en muchas ocasiones. Las personas que están trabajando ahí, al menos algunas, están quemadas. Conozco a quienes lo dejaron al mes de empezar a trabajar ahí”, critica.
El psicólogo forense y divulgador Alejandro de Miguel, de los primeros en manifestar su descontento en redes con la estrategia de negocio, apunta a un problema que afecta a todo el gremio. “Un mal común de la profesión son las condiciones laborales, con clínicas que contratan falsos autónomos por un porcentaje, cuando deberían ser relaciones laborales. Pero estas iniciativas [en línea] lo hacen de manera descarada y a porcentajes de risa. Puedes empezar por 12 euros la hora. En una clínica normal de Madrid te puedes mover entre 50 y 70 euros por sesión, y el psicólogo llevarse el 50 por ciento”, compara.
La empresa rechaza que esté emulando el 'modelo Uber'. “Somos fabricantes de tecnología, no nos dedicamos a los negocios de los conductores o los 'riders”, alega Sainz, que asegura que “la gran masa” de psicólogos adscritos ya tienen sus propios pacientes, y que si se apuntan es más por la publicidad, la facilidad para programar citas, cuadrar agendas o el servicio de respaldo, que deriva a otro especialista los pacientes que no da tiempo a atender. También señala que están preparando manuales de autoayuda para vender a los clientes interesados, sin intermediación de psicólogos.
En última instancia, que servicios como este se impongan depende de la aceptación social, opina Isabel, la psicóloga que abandonó Therapy Chat. “La atención psicológica no es algo muy instaurado en la vida diaria. 60 euros pueden parecer caro, pero 30 no. La sociedad debe decidir si una consulta psicológica es como un viaje en coche”, emplaza. El Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid, que posee una comisión de deontología, no había facilitado al cierre de esta edición su opinión sobre el fenómeno.
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