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El cierre de El Palentino: entre la gentrificación y la idealización de una Malasaña que ya no existe

El bar El Palentino en su penúltimo día de actividad.

Belén Remacha

El Palentino cierra: desde que el lunes lo adelantó Público es el tema recurrente en Malasaña. La noticia llega dos semanas después de la muerte de Casto Herrezuelo, uno de sus dueños, y aunque Lola López, su cuñada, socia y encargada detrás de la barra de las mañanas asegura que le gustaría “que alguien lo cogiese y lo continuase como está”, reconoce que “va a ser difícil”. “Aunque como los modernos imitan lo antiguo, a lo mejor tenemos suerte. O a lo mejor ya no es bar y lo hacen otra cosa”, imagina quien vive enfrente y disfrutaría viendo a este enclave emblemático mantenerse.

Que se va a vender está decidido, pero por cuánto y cuándo no. Se tienen que reunir todos los dueños (los tres hijos de Casto y ella) para “valorarlo”. Interesados ya tiene, entre ellos algunos clientes frecuentes: “A quien le guste, si tiene dinero, le da lo mismo pagarlo”. Un local de esas características (unos 180 metros cuadrados) y en esa ubicación oscila ahora mismo en El Idealista en la gran horquilla de entre 300.000 y 800.000 euros. Teniendo en cuenta la “inflación y especulación” que imperan en ese tipo de plataformas y de las que advierten desde el Sindicato de Inquilinas.

En todo caso, Lola quiere evitar, aunque no sabe si podrá, que se lo quede “gente de fuera”. Se refiere a las franquicias que abarrotan el masificado centro de Madrid, y coincide con ella Jordi, de la Asamblea Ciudadana del Barrio de Universidad (ACIBU): “Desde luego sería una mala noticia que lo cogiera alguien y lo convirtiera en una franquicia, o en una cosa moderna que parece antigua. También la tristeza tiene que ver con que era un sitio del barrio, con precios baratos, para todo tipo de gente y público. Algo que está en peligro de extinción: los precios han subido alrededor de un 30%; los desayunos han pasado de 2,50 a 3, y luego a 3,50”. Y resume: “Es un desastre”.

Opina igual Javi, de la Plataforma Maravillas, un conglomerado de varios colectivos y asociaciones de la zona: “Nos da muchísima pena. No tanto por ella, que deseaba jubilarse, sino por el devenir del barrio. Estamos viendo cómo los comercios de toda la vida nos van abandonando y dan pie a lo más horrible, que es cuando llegan las franquicias de grandes establecimientos”. “Los hosteleros que participan en la plataforma se quejan de muchos problemas, de los que produce la presión de los alquileres, el botellón, la venta ambulante y las licencias del Ayuntamiento. Vemos que estamos abocados a que esto acabe convirtiéndose en un parque temático para recibir turistas, no en un barrio”, repite en un discurso sobre la gentrificación que tiene uno de sus picos en Malasaña y que ya es de consenso.

Desde ACIBU también hablan de la precariedad y temporalidad que suelen traer muchas veces los nuevos contratos, que contrastan con el de Juan, mítico camarero que cuenta llevar 39 años detrás de la barra en El Palentino; él era uno de los tres fijos. “Desconozco la situación laboral ahí, pero sí está claro que pasaban muchas horas y es normal que estén cansados”, describe por otra parte Javi. Lo recuerda Raquel Peláez, autora del libro Arde Madrid: “Es que mantener un bar como negocio independiente y familiar cada vez es más duro. Es un modelo de vida, y a los bares ha llegado también el fenómeno de la globalización y economías de escala”.

“Con el oficio de camarero ocurre parecido a la romantización de la minería surgida con la reconversión de las cuencas: es muy lógica, porque son pioneros que nos han hecho sentir muy orgullosos, pero es un sector muy duro donde luego la gente no quiere trabajar”, prosigue. Y reflexiona: “Es triste ver bares con tradición e historia que desaparecen, pero no hay manera de evitarlo. También es triste que no se respete este tipo de patrimonio. Y por supuesto la situación dramática que viven muchas familias con los cambios de renta. Pero también hay una resistencia al cambio que a veces roza lo reaccionario. La cosa es dónde está el punto medio”.

“La gente viene y va, y los bares abren y cierran”

Fernando se tomaba un cortado la víspera del cierre definitivo de El Palentino y reconocía que, aunque la primera vez que lo pisó fue alrededor del año 88, los últimos tiempos “pasaba por delante de él más que entraba”, como mucha gente. Peláez cree en este sentido que hay una especie de “idealización” de ciertos bares y, sobre todo, de “lo viejo” en esa moda de frecuentar este tipo de establecimientos. Y que muchas veces además no se lleva tan a cabo: “Mi padre, que tiene casi 70 años, me contaba que le encantaba de joven ir a bares como estos, tipo tasca, y conforme se ha ido haciendo mayor más le han ido gustando los sitios nuevos y limpios. Es un culto a lo viejo que quizá se va pasando con la edad, quizá tiene que ver con que no te recuerden que pasa el tiempo”.

Cuando presentó su libro, en 2014, ella se “permitió” decir en algunos medios que la gentrificación en Madrid no era para tanto comparada con Londres, de donde acababa de llegar. “Ahora creo que fui imprudente. El panorama ha cambiado estos 4 años radicalmente, y además es que estas cosas pasan de un día para otro. Actualmente creo que sí hay un fenómeno así, con toda su virulencia, con un desplazamiento obligado de gente que llevaba una vida tranquila y a la que le llega un burofax y tiene que dejar su vivienda. Eso es síntoma de que algo no va bien”, recalca, así como que piensa que hay una “maniobra orquestada” para “limpiar” barrios y darles “otra salida inmobiliaria”. Pero también considera cierto que “la gente viene y va, y los bares abren y cierran”.

En este caso, además, el ciclo vital ha estado marcado por el fallecimiento del dueño. Javi también relata que los últimos meses han muerto la regenta de Bodegas El Maño y de El Dosde, y la vendedora de cupones de la Plaza Juan Pujol. La extinción del barrio se reparte así entre “pérdidas y expulsiones vecinales”. Jordi de ACIBU recuerda en esta última línea El Bocho, ubicado casi enfrente de El Palentino, una casa de comidas barata a cuya familia la “obligaron a irse. Con los locales está pasando como con los pisos, si suben los alquileres de manera desproporcionada te tienes que ir”. Y achaca otros problemas: “La competencia desleal. Si tienes un local al lado con ventajas respecto a ti porque no cumple la ley, es más complicado”.

En ACIBU sí temen que, aunque quien compre El Palentino no solo comprará el local sino la marca, el sitio se convierta finalmente “vete a saber, en un Taco Bell”. Peláez llama al optimismo: “Cuando ocurrió lo del Café Comercial hubo una explosión de histeria absoluta, en la que me incluí. Y luego lo han reabierto respetando bastante la fisionomía. Pensábamos que se iba a convertir en un Bershka, y al final no”. Y tiene un deseo, entre las últimas cañas, cafés y pepitos: “Ojalá, como quiere la dueña y como ha pasada ya en algún sitio, lo compre algún cliente que le tenga cariño”.

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