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“Por encima de la iglesia, vimos volar metales de metro y medio que nos cayeron a los pies”

Expertos supervisan las labores de desescombro del edificio de la madrileña calle de Toledo en el que se produjo este miércoles una fuerte explosión de gas. EFE/J.J. Guillén

Cristina Armunia Berges

21 de enero de 2021 22:09 h

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Los vecinos tienen la sensación de que ocurrió poco para lo que podía haber pasado. Se comenta en las cafeterías y en las tiendas que siguen abiertas a pesar de los pequeños desperfectos. Todos hablan de la suerte, por decirlo de alguna manera, por que la explosión se produjera a la hora de comer, después de una gran nevada y en un edificio que no era un bloque de viviendas. La explosión en la casa parroquial causó cuatro fallecidos y una decena de heridos.

Veinticuatro horas después, en las vías cercanas al número 98 de la calle de Toledo, se pueden ver restos de ladrillo rojo y marcos de aluminio que saltaron por los aires en el momento del estallido. La iglesia está cerrada y acordonada, la pequeña replaceta permanece casi vacía y por la zona solo discurren algunos vecinos y varias madres del colegio afectado, que han acudido a recoger las mochilas que quedaron en el aula.

“Vimos volar metales de metro y medio por encima de la iglesia que nos cayeron a los pies. Eran trozos del edificio como los que hay en la calle de Toledo, los que se vieron en las imágenes de televisión”, relata Ana, madre de dos niños a los que acababa de dejar en el cole a la hora en la que se produjo el suceso. “Yo estaba aquí, en esta plaza porque les acababa de dejar a la hora de comer y lo vimos otra madre y yo en directo. La suerte fue que vi que el humo venía de más atrás, entonces me imaginé que no era del cole. En menos de un minuto estábamos en el colegio y nos dijeron que estaban todos los niños bien”, explica aliviada y de carrerilla. Se nota que lo ha contado ya unas cuantas veces.

Una vez fuera del colegio, el principal temor de los padres que habían llegado a la plaza era que lo sucedido pudiera repetirse. “Se vio la explosión, se vio el humo, estallaron los cristales de la zona, se vio a la gente salir y ponerse nerviosa. Tembló el suelo. Metales como este”, dice señalando una barra de metal, que han dejado a los pies de una papelera.

“Los fuimos sacando hacia aquí [hacia la zona de la plaza] por miedo a que volviera a pasar. La policía clausuró el cole y entonces nos fuimos yendo para allá, pegados a la pared, para que si pasaba algo no estuvieran en medio”, apunta, señalando la calle de Isabel Tintero. Por el momento, no saben cuándo reabrirá el colegio. Según ha podido saber ella misma, la instalación está bien. “Hay cristales rotos, pero parece que no hay nada de estructura. Pero tendrá que venir un técnico, todo el proceso que conlleve eso. No lo sabemos”, dice antes de despedirse.  

En la plaza de la Virgen de la Paloma, donde descansa el templo del mismo nombre, varios curiosos observan el edificio y miran hacia el cielo, intentando adivinar la trayectoria que dibujaron los cascotes un día antes.

“Ha sido milagroso que no pasase nada más”

“Concluyo que la tragedia podía haber sido mucho más grande. Sería porque hay nieve o por la hora, porque aquí normalmente hay gente mayor en esta especie de parquecito. Esos de ahí no son ladrillos de estos edificios. La verdad es que ha sido milagroso que no pasase nada más”, dice un jubilado que pasea por la plaza y recuerda haber ido decenas de veces al edificio dañado para llevar ropa usada para Cáritas.

En la replaceta también espera Maribel Illescas Taboada, directora del Centro de Atención a la Infancia del Ayuntamiento de Madrid. “Ayer estábamos trabajando todavía a la hora de la explosión y ya vimos daños materiales importantes en el centro, pero evacuamos enseguida a las personas que estaban dentro. Hoy he venido con los Bomberos y los técnicos municipales a revisar el edificio, a ver si había daños estructurales, para poder hacer un listado de las cosas que luego haya que reparar”, comenta con paciencia.

El edificio en el que trabaja no ha sufrido daños estructurales, confirma, “pero sí hay daños en la carpintería de aluminio, se han caído las lámparas del techo y hay cristales rotos”. La directora del centro considera que han sido afortunados porque cuando cayeron los cascotes que rompieron el tejado superior no había nadie en la sala de espera. “Ya no había niños en los despachos de terapia, donde se rompieron cristales, porque si no, hubiera podido ser un drama humano importante”, apunta.

Cuando sonó el estruendo y notaron la onda expansiva, pensaron que podía ser su propio edificio el que se estaba viniendo abajo. “En ese momento te aturdes. Me giré a ver la ventana y vi cómo se desplomaban las paredes del edificio, cómo se veían los armarios”. La parte de atrás del edificio en el que trabaja da al colegio y a la fachada que se vino abajo, que puede observarse desde varios puntos de la zona.

Frente al 98, en el pasaje comercial de La Paloma, se encuentra Antonio, terminado con el duplicado de una llave. El interior del coqueto centro comercial está intacto, el único desperfecto es la cristalera del bar que da a la calle y que en el momento estaba cerrado. “Estaba aquí dentro, trabajando. Yo trabajo con bastante ruido, trabajo de espaldas a la calle, y lo que oí fue un estruendo muy grande. Salimos a la calle con un poco de desconcierto. Había un montón de polvareda, un montón de gente corriendo. Sobre todo, desconcierto. Lo primero que pensé es que había sido parte del hotel, justo al revés”, recuerda desde el otro lado de una mampara. Por la magnitud, al principio, dudaron de si habría sido o no el gas el causante de la explosión.  

El tono de alivio contrasta con la confusión y las lágrimas que se vieron pasadas las 15:00 horas de este miércoles en la Puerta de Toledo. Varios familiares y amigos acudieron corriendo a la zona nada más enterarse de la explosión para ver cómo se encontraban las personas que trabajaban o vivían cerca de la casa parroquial. Aparte de los servicios de emergencia, en los primeros instantes también acudieron sanitarios del Centro de Especialidades de Pontones, para ver si podían echar una mano, y vecinos que querían ayudar a los mayores de la residencia contigua.

La demolición de la casa parroquial durará dos semanas. La planta superior, que fue la más afectada, ha empezado a retirarse durante esta jornada. Este jueves por la mañana, todavía se estaban llevando a cabo labores de evaluación en seis edificios y tres bloques de viviendas seguían desalojados. 

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