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Del “par de cojones de Ayuso” al “hasta los cojones de todos”: así viven las elecciones en los barrios con mayor y menor participación de Madrid

Un grupo de hombres conversa en un banco en el barrio de Orcasur.

David López Canales

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Menos de diez kilómetros separan en Madrid los barrios de Estrella, en el distrito de Retiro, y Orcasur, en el de Usera. El primero está entre el 3% más rico de España y el 15% de la Comunidad de Madrid. El segundo pertenece al 10% más pobre del país y al 3% de la comunidad. Del primero, cuando se introduce en Google, apenas aparecen noticias pero sí webs que invitan a pasear y descubrir su historia, sus restaurantes o la gran oferta de pisos que algún portal inmobiliario asegura que tiene allí en venta o alquiler. Del segundo hay más noticias. “Orcasur también existe”, titula una. “Orcasur, uno de los barrios más duros de Madrid”, dice otra. “Los hombres de Orcasur viven siete años menos que los del barrio de Salamanca”, anuncia una tercera.

En Estrella tienen el Retiro a menos de quince minutos y el casi secreto parque de Roma como patio trasero. En Orcasur el Ayuntamiento montó recientemente unas barras para hacer musculación que los vecinos miran incrédulos pensando por qué están ahí y cómo y para qué van a subirse a ellas.

Son dos realidades opuestas de una misma ciudad. En Estrella, edificios rodeados de jardines y calles silenciosas. En Orcasur, vivienda social de ladrillo y rejas oxidadas, ni una tienda abierta desde que el mercado cerró hace tres años, y los vecinos se quejan de que están “abandonados de la mano de Dios”. En teoría. Porque en algo coinciden ambos barrios. Ni los vecinos del primero ni los del segundo saben que son quienes más y menos votan de la ciudad, respectivamente. También coinciden en que muchos de ellos esconden su apellido cuando se les pide. Después de haberse calentado hablando de política como si estuvieran en un casting de tertulianos, evitan dar sus nombres completos. Sin embargo, todos posan para las fotos. Lo que separan la desigualdad y la política lo une la vanidad, al menos, en campaña.

En Estrella hay casi 20.000 personas censadas. En las últimas elecciones autonómicas se superó el 80% de participación, 12 puntos por encima de la media en la ciudad. El Partido Popular se llevó un 33% de los votos seguido por Ciudadanos (22,8%), PSOE (20%), Más Madrid (11,2%), Vox (8,9%) y Podemos (2,91%). En Orcasur viven 9.500 ciudadanos. En 2019 votó el 51,68% de ellos, 17 puntos por encima de la media de abstención, que estuvo en el 31,5%. Allí ganó el PSOE con el 36,4% de los sufragios, seguido por Más Madrid (22,9%), Ciudadanos (13,9%), PP (12,2%), Vox (6,6%) y Podemos (6,2%).

Ana González es de Vallecas pero lleva más de una década acudiendo a diario a Estrella a trabajar. Lo hace en la librería infantil Kirikú y la bruja. Los más de diez años conociendo a los vecinos del barrio, pero sin pertenecer a él, la han convertido en una espléndida analista. “Hay sentimiento de comunidad. No tanto como en Vallecas, que somos más peleones, pero se nota”, dice. Ana recuerda que este fue, en su origen, un barrio de gente trabajadora y que muchos de los pisos fueron viviendas sociales. Eso hace que, pese a ser un barrio que vota mayoritariamente a la derecha, dé aún un tercio de los votos a la izquierda, a diferencia de otros barrios cercanos y comparables como el de Salamanca. Y eso propicia, dice también, que la gente mayor, que es la que más abunda aún, hable mucho de política.

En Orcasur la mejor analista resulta ser Milagros, su quiosquera. También este, dice, es un barrio envejecido, pero allí nadie habla nada de política. Y nada es tan literal que Milagros no es capaz de decir siquiera qué piensan sus vecinos de Ayuso. “Esta gente mayor de ahora fue la gente joven que luchó por sus pisos”, cuenta, recordando la época en la que en Orcasur no había bloques de viviendas sino chabolas y casas bajas, arrabal de la ciudad en su origen. “Luego ya, cuando consiguieron el piso, dejaron de luchar”. Milagros se lamenta de que en Orcasur no hay vida porque no hay tiendas y tienen que irse a los barrios aledaños a hacer la compra, y que muchos de sus vecinos viven de las ayudas sociales, sin trabajo ni futuro.

– ¿Cuál cree que es la palabra que mejor define esa abstención: desconfianza, desencanto, olvido…?

– Que pasan, simplemente.

Es mañana laborable en Estrella, amenaza lluvia y Elena Pérez camina presta hacia su portal. Tiene 79 años y ha vivido en el barrio toda la vida. Dice que es el más bonito de Madrid y que está muy contenta en él y que así les sucede a todos los vecinos y por eso votan más. Elena, entre tímida por las preguntas y con ganas de hablar, dice también que ella habla de política pero que nunca discute y que tiene en la piscina a la que va casi a diario amigas de todos los partidos, “incluso del de la coleta… ¿cómo se llama?… eso, eso, ¡Podemos!”. A pocos metros de la casa de Elena salen de clase del instituto Marta, Andrea y Almudena, que están como locas por dar sus nombres con todos los apellidos y porque les hagan fotos. Marta no se sorprende por el dato de su barrio. “¡Claro, es que votar hay que votar!”, exclama. Acaba de cumplir los 18 y lo hará. A Andrea, que aún no los tiene, sus padres le han dicho que lea, que lea mucho y que vote. “Porque si no votas, luego no te puedes quejar del Gobierno”, explica. Almudena cuenta que entre sus compañeros que votarán el 4 de mayo, como ella, por primera vez, “hay un poco de todo”. “Aunque sí he escuchado que van a votar más a partidos de derechas porque está el Gobierno de izquierdas”.

“Para que nos roben me da igual a quién votar, pero sí lo haré”. Jorge también acaba de salir de clase del Instituto Enrique Tierno Galván en Orcasur y fuma con sus colegas en la puerta. Todos miran con desconfianza a los periodistas que se acercan. “Se deben pensar que somos secretas”, lo explicará el fotógrafo después. Estudian primero de Eficiencia Energética y Solar Térmica y piden que lo pongamos y aquí queda puesto. Jorge se queja de los políticos, de todos por igual, porque cree que una vez que “se sientan al sillón no hacen nada, solo poner la mano”. A su lado, su amigo Edu dice que él también votará y que cree que lo hará en blanco. Ambos se lamentan por un barrio que ven olvidado y en el que ni siquiera saben qué hace la gente que vive en él. “Mirad allí, en ese banco, por ejemplo, siempre están esos hombres sentados. Y así con todos. Veréis todos los bancos llenos de hombres que no sabemos de qué viven ni qué hacen”, dice Jorge, señalando al otro lado de la calle.

En esa otra acera, cuando se cruza, está Ángel pegando la hebra con tres amigos. Llevan todos el mismo uniforme: ropa sin marca alguna, pantalones oscuros, zapatos desgastados, camisas de rayas o cuadros de mercadillo. Ángel, de 61 años, habla bajo su sombrero negro. Es gitano, del barrio de siempre, como dice. Chatarrero de profesión, aunque ahora sin trabajo porque, como explica, como hay menos dinero hay menos reformas y no hay chatarra que recoger. Ángel resulta un analista económico revelador. “Lo mío es como todo. Forma parte de una cadena. Si tú tienes dinero el dinero se mueve y todos tenemos dinero. Tú encargas la reforma, uno hace la obra y yo recojo la chatarra y llevo dinero a casa. Pero si se rompe la cadena no hay nada”, lo explica. Ángel vive con su esposa y su hijo, la mujer de su hijo y su nieta en un piso de la Empresa Municipal de la Vivienda por el que paga 100 euros de alquiler. Tenía un “dinerillo”, confiesa, ahorrado, pero “me se ha acabao”. Ángel fue a votar una vez. Hace más de diez años. No lo ha vuelto a hacer. “Ellos [los políticos] tienen un sueldo que les chorrea. Y yo, ¿qué? Na”.

Avisan algunas vecinas que a la zona del mercado de Orcasur es mejor no acercarse. Que ahí hay de todo y nada bueno. Es primera hora de la tarde y lo que hay, de momento, frente a las instalaciones abandonadas del mercado y los locales comerciales de enfrente, también recuerdo de una época que ya no existe, son más bancos con más hombres sentados que fuman y miran con recelo, a partes iguales. “Que por qué no se vota aquí, pues porque estamos hasta los cojones de todos”, dice Juan, uno de ellos, pensionista, como se define, antes de ponerse nostálgico y recordar la dictadura y de lanzarse después a hablar de pistolas y balas y así seguirá haciendo mientras nos marchamos. Otro mundo, parece, en teoría, por el escenario, a lo que sucede en Estrella.

En el parque Roma pasean tres señoras, con sus anoraks y sus paraguas plegados como bastones. Son Isabel, Mari Paz y Petra. Las tres son enfermeras, aunque sólo Isabel sigue en activo. Las tres han empezado hablando de su barrio y recordando que cuando hubo que movilizarse lo hicieron y que por eso ahora votan tanto como lo hacen. Movilizarse, sobre todo, llaman a las protestas que hubo en el barrio cuando se construyó una pasarela que atravesaba la M-30 y que de pronto unía su barrio, su apacible, recóndito y casi bucólico barrio, con el de Moratalaz, más pobre, y con una zona especialmente poblada de viviendas sociales. Según hablan las tres mujeres van sacudiéndose el frío húmedo del parque, entrando en calor y subiendo el tono. Isabel es la más combativa. Votará, dice, a “Isabel Diaz Ayuso, que no es el PP, que es ella sobre todo”. “A mí me ha demostrado que tiene un par de cojones. Me gusta como mujer y todo lo que ha sufrido”, dice.

A Isabel por gustarle le gustaba “hasta Jairo, el novio que tenía”. Isabel fue votante del PSOE pero cuando llegó Zapatero se pasó al PP de Aznar y tiene un hijo, que vive en Alemania, al que siempre ha animado a votar, “aunque ahora cuando lo hace lo mataría, porque es de Podemos”. Isabel no puede con Podemos, bueno, tampoco con el PSOE, y lo dice muchas veces, “porque han destrozado todo lo que se ha creado en este país”. Isabel está tan convencida que Petra y Mari Paz asienten y les falta aplaudir como si fuera un mitin. Sobre todo, Mari Paz, que cuenta que estuvo en Comisiones Obreras y que votaba a Julio Anguita y a quien ahora sus hijos le dicen que es “facha” porque vota al PP. Petra asiente, aunque con cautela. No difiere y votará a Ayuso, aunque cree que es “poco conciliadora”. Antes de marcharse cada una a su vida Mari Paz asegura que allí votan mucho porque son “los mejores ciudadanos y los más responsables”. Las tres se van con la cabeza alta tras haber descubierto que son el barrio con más participación y desahogadas por el mitin improvisado.

“Aquí, pese a algunas noticias, no pasa nada malo, ¿eh? No nos vayas a poner mal”, dice Milagros, la quiosquera de Orcasur, un rato después. “Hay gente muy buena en este barrio”, añade. Lo que pasa en Orcasur no es una excepción. Sucede en todo el mundo. La desigualdad y la pobreza hacen que las personas se desconecten del sistema. Se sienten excluidas de la política y no importa ni siquiera el partido político ni la ideología. Con tanta abstención no son atractivas para los políticos, y como no lo son, se acentúa la brecha, la distancia y la desconexión.

“¿Ah, sí? Pues nosotros siempre vamos a votar”, afirma Jesús cuando escucha esta explicación. Se ha sentado en el banco que ha dejado Ángel, el chatarrero, porque le andaba llamando su mujer para comer y no quería hacerla enfadar por hablar con unos periodistas. Jesús viste un uniforme parecido y lleva el abrigo sobre los hombros. Luce un reloj dorado que él mismo avisa que es de “pastel” y que compró en teletienda. Diez euros al mes en 20 cuotas. Lo hubiera preferido plateado, pero no lo había, porque ahora le miran los vecinos y se piensan que es de oro pero no es de oro porque si lo fuese ya lo habría vendido. Jesús lleva las manos negras de grasa.

–¿Es mecánico?

–No, pero tengo que arreglarme yo todo lo que pueda y ahí he andado cambiando ruedas.

Jesús está jubilado y tiene una paga de 400 euros de los cuales le “quita” 20 el banco cada mes como comisión. Más caro que teletienda. Jesús cuenta que en el barrio no están contentos con los políticos porque todos creen que les roban. “Todos van a coger poder. Es lo único que les interesa. Se ha visto con la pandemia. En vez de hablar, ponerse de acuerdo y arreglar el país lo están matando. Y en ese juego el pobre siempre es el último”, lo analiza. La sonrisa le brilla como el reloj.

Lo que sucede en Estrella, a diez kilómetros de allí, en una galaxia que parece muy lejana, tampoco es exclusivo del barrio. Quien mejor lo cuenta es Cristóbal, que se guarda el apellido pero comparte su análisis, a la carrera, tras ir al quiosco a comprar el periódico. “Aquí se vota mucho porque es un barrio muy fachoso”, dice. “La gente que llegó al principio progresó mucho socialmente. Pasó de ser una clase media-baja a prosperar y ahora se creen millonarios y se comportan como tal”. Cristóbal va tan apresurado que no hay tiempo ni para cambiarle el apellido fantasma por una foto. En Orcasur los vecinos votan menos, pero tienen menos prisa. En algo bueno tenían que ganar.

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