Al inicio de su novela El desierto blanco, Luis López Carrasco desgrana la rocambolesca dinámica de grupo a la que una compañía de grandes almacenes somete a los condidatos de un proceso para la selección de personal. En un pasaje ambientado en la década de los dos mil, el escritor y cineasta describe así a la mayoría de aspirantes al puesto: “El resto de nosotros cumplía con la limitada gama de recursos estéticos que caracterizaba en aquellos años al universitario con inclinaciones culturales y presumible vida interior: entre la trenza y las gafas de pasta, entre las botas de montaña y el piercing. Una tierra de nadie, por así decirlo, entre Ingeniería de Montes y Bellas Artes”.
López Carrasco no cita ninguna empresa concreta. Pero los pormenores del proceso de selección, la ubicación en la calle Preciados y la mención de los “Grandes Almacenes de la Cultura” traslada a muchos lectores a la icónica Fnac de Callao (de la misma forma que cuando habla del “gran centro de consumo del tardofranquismo” habrá quien piense en otro espacio comercial de la zona). Es un lugar de paso habitual y característico, muy presente y muy reconocible en el imaginario colectivo.
Ahora Fnac Callao, inaugurada en 1993, se enfrente a un cierre temporal de varios meses que comenzó el pasado 11 de enero y que ha dejado a su plantilla en ERTE. Según la nota de prensa de la entidad, la clausura es transitoria hasta alrededor de finales de año y busca ejecutar una reforma “con el objetivo de mejorar la experiencia de los consumidores”. Las obras forman parte en realidad de una remodelación integral: el inmueble, propiedad de la empresa Merlin, está cambiando por completo la distribución del edificio para introducir restaurantes y otros operadores, lo que le restará un sustancial espacio a Fnac. Pasará de contar con 7.000 metros cuadrados a unos 4.000. Se espera que varias plantas pasen a ofrecer otros servicios.
La de Callao fue la primera tienda en España de Fnac (acrónimo de Federación Nacional de Compras de Ejecutivos en su traducción al francés), compañía fundada en París a mediados del siglo pasado. El edificio, diseñado por Luis Gutiérrez Soto y construido en los años cuarenta, fue antes una de las sedes de las recordadas Galerías Preciados. “Cuando Galerías Preciados abrió sus puertas allí, en 1943, se convirtió en apóstol de una nueva tipología arquitectónica, la de los grandes almacenes”, explicaba el arquitecto Enrique Domínguez Uceta en un artículo publicado en elDiario.es.
Del “sitio al que ir” a la invasión de los 'funkos'
Y al igual que el edificio fue un referente arquitéctónico, lo que pasaba en su interior lo convirtió en uno sociocultural. “Tengo muy buen recuerdo de la Fnac porque yo iba mucho antes de mudarme a Madrid. Soy de Ávila y cada vez que veníamos me pasaba por la tienda de Callao”, dice Guillermo, que ahora a sus 32 años reside a pocos metros de Plaza de España. “Era el sitio más sencillo al que ir si no sabías de librerías o lugares así más concretos. Tenías todo concentrado: videojuegos, discos, películas, libros...”, recuerda en declaraciones a Somos Madrid.
Según cuenta, cuando se mudó a la capital continuó yendo, aunque sobre todo al principio. “Con el tiempo fue cambiando un poco. Llenaron todo de funko pops mientras quitaban secciones. En el 2018 recuerdo quedar con amigos para ir a la Fnac, pero últimamente a lo mejor iba una vez cada tres o cuatro meses. Y solo porque vivo cerca”, apostilla.
La suya, como la de tantos jóvenes y no tan jóvenes de los últimos 30 años que han pasado por Fnac Callao, es una historia de encuentros sociales, paseos, alguna que otra cita e incluso una de esas pruebas laborales descritas por López Carrasco. En su caso no acabó por prosperar, pero para muchas personas la tienda sí fue un sustento que compaginaron con sus estudios o con ese tiempo de incertidumbre al terminarlos.
La primera experiencia de muchas vidas laborales
Es el caso de Magaceda, que llegó a Madrid en 2018 procedente de un pueblo de Cuenca para estudiar Literatura General y Comparada en la Universidad Complutense. “Antes de empezar a trabajar ya me pasaba por la tienda de vez en cuando, si te gustan los libros es el sitio al que ir”, opina. En noviembre de 2022 fue contratada para la campaña navideña de aquel año, aunque al final acabó llevando el chaleco negro y amarillo en la sección de libros hasta febrero de 2024: “La experiencia fue muy bonita y disfruté un montón. Lo dejé para preparme unas oposiciones, pero estaba muy cómoda. Esta Navidad me pasé a ver a mis compañeros y fue muy bonito”.
Magaceda reconoce que las campañas navideñas, del Black Friday o del Día del Libro son muy intenas, pero afirma que le gustaban: “Gestiono muy bien el estrés, de hecho eran mis épocas favoritas. Cuando fuimos a la feria del libro [donde Fnac siempre tiene sus popios puestos] fue mucho más intenso y aun así también lo disfruté un montón”. Su gran pega era tener turnos solo de findes, “con todo lo que eso complica la vida social”.
También guarda un buen recuerdo de la gran mayoría de clientela, aunque por la céntrica ubicación del establecimiento era muy cambiante y por sus características la proximidad no era lo más común: “Sí que había clientes habituales. Es verdad que a lo mejor no hablas con ellos con mucha cercanía, pero te van reconociendo, surge complicidad y familiaridad. Algunos se aprendieron mi nombre, porque como es tan raro...”, comenta a modo de anécdota. A la ahora opositora le encantaba aconsejar y recomendar lecturas: “Es hasta cierto punto como una biblioteca”.
Asegura Magaceda que el cierre, aunque sea pasajero, le genera “pena y morriña”. Y añade: “He escuchado que va a quedar reducido y es verdad que cuando fui en diciembre ya vi muchos cambios. Entiendo que se haga si no es viable, pero es un icono y un símbolo. Un lugar de encuentro para la gente y para autores y artistas, un espacio de presentaciones, de firmas y hasta de vermut. Ya no será solo el edificio solo de Fnac, y eso es un cambio muy importante”.
En las declaraciones se entrecruzan las tres formas de llamar a la marca: sin determinante, con el artículo masculino o con el femenino. Pero sea Fnac, “el” Fnac o “la” Fnac, está claro que la sucursal de Callao es una pieza importante de la educación cultural y sentimental de varias generaciones de jóvenes madrileños. Y para quienes trabajaron en la tienda, una importante piedra de toque sobre las ventajas, pero también los peligros, de trabajar rodeado de productos y elementos que en principio deberían apasionarte.
Igual que la llegada de Fnac Callao fue un síntoma de una ciudad y un país en transformación, su cierre temporal y su remodelación ejemplifican los nuevos procesos que atraviesan Madrid: “Si ahora se reforman las plantas altas del edificio de Gutiérrez Soto para alojar en ellas una colección de restaurantes, será una confirmación de la conversión de la Gran Vía en un escenario de ocio y turismo prácticamente desvinculado de las necesidades básicas de la comunidad”, avisaba Domínguez Uceta.
“La obra inicial de Galerías Preciados expulsó edificios de viviendas para instalar unos grandes almacenes destinados a la venta de objetos de consumo general, más tarde pasó a ser un centro comercial de ocio y cultura. Ahora el turismo gastronómico acaparará los pisos superiores para convertirlos en miradores sobre el propio espectáculo humano de una arteria urbana consagrada a la diversión, a la manera del Broadway neoyorquino o el Strip de Las Vegas”, exponía. Habrá que ver si esa acaparición deja respirar o en cambio asfixia un centro neurálgico comercial, pero también cultural (y cultureta), de la vida madrileña.