Calle de Mesonero Romanos: donde se juntaban la literatura y el Madrid golfo
Entre las calles del Carmen y de Desengaño (con breve paso por la Travesía del Horno de la Mata), encontramos la calle de Mesonero Romanos. Se trata de una de esas vías con solera a la que la Gran Vía dio un buen bocado en el siglo XX. Estuvo dividida
en un principio en Olivo Alta (entre Desengaño y Jacometrezo) y Olivo Baja (entre Jacometrezo y Carmen). El origen del nombre se atribuía a algún árbol solitario que debió quedar como recuerdo de los que había en los terrenos del convento de San Martín, y desde 1835 lleva el nombre actual en honor al escritor, que nació en la calle.
Mentar a Mesonero Romanos es hablar del monarca de los madrileñistas. Su afán costumbrista por contar un Madrid que también vivía (en tertulias, como la del Parnasillo y en las calles), le ha hecho pasar a la historia de la ciudad como el gran cronista de la Villa. Hoy sus escritos siguen siendo referencia, y aunque los historiadores profesionales acostumbran a poner sobre aviso de imprecisiones contenidas en los mismos, hay que tener en cuenta que cuando él y otros madrileñistas escribían, no existía nada parecido a una historiografía profesional dedicada a esta ciudad.
Mesonero nació en la calle que hoy lleva su nombre y estuvo siempre muy ligado al barrio: fundó una biblioteca popular en el lugar donde hoy está el colegio Pi y Margall, cuyos fondos acabaron en la del Hospicio, donde se creó la Biblioteca Municipal, de la que fue el primer director.
Periodistas, libreros bohemios, modernistas y grandes de las letras
No es Mesonero Romanos el único literato de relumbrón que ha frecuentado la calle . En
tiempos donde la cultura se fraguaba en rincones oscuros, en tertulias de redacción, librerías y tabernas, no han sido pocas las historias nacidas en este rincón del barrio.
En tiempos estuvo en la calle la librería de Gregorio Pueyo. El editor y librero comenzó sus andanzas en Madrid vendiendo fotos y libros pornográficos por los cafés, práctica que le permitió sumar monedas suficientes para abrir su librería, que mudaría a la calle Mesonero Romanos en 1905. En esta calle se granjeó Pueyo la fama de editor de los modernistas madrileños, aunque su cueva era muy visitada también por bohemios y demás fauna de la noche culta madrileña. Los Valle Inclán, Carrere, Felipe Trigo y Juan Gris, entre otros, fueron asiduos a su tertulia. Pueyo fue literaturizado en diferentes ocasiones por las gentes que frecuentaban su casa, pero la caricatura de más importancia es sin duda la que le hizo Valle en su Luces de Bohemia. Allí Pueyo se reconoce en el librero Zaratustra. A su muerte, en 1913, su familia continuó la actividad de la mítica cobacha -como la llamaron sus amigos- con el nombre de Librería Hispano-Americana de Viuda e Hijos de Gregorio Pueyo.
También estuvo en la calle la redacción de El Imparcial, importante periódico vespertino que sacó su mancheta entre 1867 y 1933. Su fundador fue Eduardo Gasset y Artime, curiosamente abuelo de José Ortega Spottorno, fundador de El País, cuya empresa matriz, PRISA, tiene entrada trasera por la calle. Entre las cosas en las que fue pionero El Imparcial destacamos el hecho de tener desde sus comienzos una plantilla fija de periodistas a sueldo, algo no tan usual en la época. La imprenta y las oficinas fueron engullidas por la Gran Vía en el año 1913.
Para seguir contando la tradición de escritura de la calle podríamos decir que ocupa también un breve capítulo de la historia del Madrid Galdosiano, ya que Galdós, buen amigo de Mesonero por cierto, vivió en la calle en su época de estudiante. Y del Barojiano también. El madrileñísimo escritor donostiarra situó en la calle uno de los escenarios de su obra cumbre La lucha por la vida (trilogía que incluye La busca, Mala hierba y Aurora roja), la pensión de doña Casiana. Baroja trabajó también en El Imparcial y de esta y sus calles vecinas dejó escrito en Las calles siniestras que:
“Era el rincón de Madrid donde había más prostíbulos, tabernas, cafetuchos, tiendas oscuras, casas de citas, y consultas de enfermedades secretas. También había librerías de viejo, y esto no atraía a muchos” Baroja daba por finiquitado este Madrid oscuro con la irrupción de la Gran Vía, pero nosotros sabemos que el carácter de esta barriada se mantendría en cierto modo también después de la gran avenida. Aún hoy -desconocemos si con escritores-sobrevive en algún club que pervive, en la esquina con Desengaño.
En la calle encontró también su lugar Vicente Blasco Ibáñez, que fundó la Editorial Hispano-americana. Allí, bajo un cuadro de Zola que presidía el despacho, trabajaba el autor de Cañas y barros. En ese local se vendieron a precios poco habituales libros de temática social, de Dickens
a Tolstoi. Entre los jóvenes que los compraban estaba, según él mismo cuenta en La Forja de un Rebelde, Arturo Barea.
Hasta que se apagó la música
En Mesonero Romanos hubo por muchos años colas de gente que doblaban la Gran Vía al llegar la noche . Hasta este mismo año, y por más de diez, estuvo funcionando uno de los clubes más locos de la noche madrileña. Cada sábado -el
enorme sótano cambiaba de nombre y de clientela según el día de la semana- abría el Ocho y Medio, escenario favorito del indie nacional y de parte del extranjero (se desvirgó musicalmente en España Lady Gaga, por ejemplo). Tras un año de litigio con el grupo Trip, que también regenta el hotel contiguo, el sótano quedó vacío.
La fiesta de despedida del Ocho y Medio en su casa de siempre (el equipo y el nombre han sobrevivido en otras salas) fue sonada. Los responsables del la discoteca pidieron a los asistentes que nadie vistiera ropa del grupo Inditex, que se decía ocuparía el local -como ya hace con prácticamente toda la calle- y añadieron en una nota que : “Esta vez no ha ganado la música, aunque como decían algunos grupos de Facebook, la música va a durar para siempre y A.O. [iniciales de Amancio Ortega, el dueño de Zara], el hombre más rico de España, no”. Hoy, el local sigue cerrado y parece que la vida nocturna de esta discoteca, heredera de otras que ocuparon el sitio, como el King Club en los ochenta, ha tocado a su fin.
La calle de Mesonero Romanos es hoy demasiado pequeña para sostener la leyenda golfa -de letras y ambientes- con la que carga. Sigue resistiéndose sin embargo, por ser uno de los corredores entre la Gran Vía y su trasera, a convertirse en un lugar tan serio como su nombre sugiere.
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