“Es el mercado, amigos”: la denuncia tras una obra de Pinta Malasaña
El pasado 17 de abril, un artista urbano habitual del centro de Madrid quiso plasmar su visión crítica del evento de arte urbano Pinta Malasaña participando en uno de los espacios que le ofreció la organización. El resultado se puede observar a día de hoy (cuando el comercio está cerrado) en la persiana del d-uñas, en el número 54 de la calle San Bernardo.
La organización seleccionó a Omiste sabiendo que su propuesta sería crítica, pero no conocía la performance que desarrolló durante el evento, que incluiría la participación de varios becarios, pago en especies y una reventa de parte de los 200€ en materiales que le fueron entregados.
La explicación de todo esto merece la pena ser leída del puño y tecla del artista, que reproducimos a continuación:
El Kapital. About Pinta Malasaña:
«Se dice que costará unos 60.000 millones de euros; yo creo que será más. Pero más caro ha sido para los accionistas, que han perdido 100.000 millones y han puesto otros 70.000 en ampliaciones de capital. ¿Es esto un saqueo? No, eso es el mercado, amigo».
-Rodrigo Rato-
«La peor lucha es la que no se hace».
-Karl Marx-
Mercado (def.):
8.m.Estado y evolución de la oferta y la demanda en un sector económico dado.
Tomando cierta distancia, hoy por hoy veo las cosas más relajado. Lo primero gracias a todos y todas, quienes hacéis posible que ocurran este tipo de cosas, tanto el evento Pinta Malasaña, este espacio y mayor agradecimiento a todos quienes han contribuido en mayor a menor medida a que tenga el privilegio de hacer realidad mis ideas. Todos sabéis quiénes sois. Gracias.
Sin embargo, Pinta Malasaña ha estado siempre rodeado de polémica desde muchos puntos de vista, y en mi cabeza se han ido formando una serie de preguntas:
Si Malasaña ya estaba pintada, ¿por qué hay que pintarla de nuevo? ¿prima lo nuevo por encima de lo viejo?, ¿lo legal por encima de lo ilegal? ¿habría que repintar la firma de El Muelle de la calle Montera? ¿debería salir a concurso el pintar las cuevas de Altamira? y añado: -Que yo sepa aquellos primitivos graffiteros tampoco tuvieron permiso para hacerse unos bisontes.
Ante estas preguntas, siempre me quedaba la duda de si entrar o no en este tipo de convocatorias.
Estaba entre el ande yo caliente y el qué dirán. No me veía pintando a Manuela Carmela, un animal estilo cartoon o una frase mainstream sobre “el barrio” y mi relación de amor/odio con él, ni mucho menos quería ser discípulo de Mr. Wonderful. Pero a su vez sabía que si no acepto lo que ofrece la realidad, mi trabajo artístico personal se iba a quedar en mi cuenta de Instagram o en “Mis documentos”.
Obviamente, la situación actual de visualización del arte para el público general es mejor que hace tan solo cinco años. Y aunque a algunos detractores les suene mal, Okuda o Boamistura han abierto una brecha en la masa, en la cotidianidad, aunque esta esté centrada en una experiencia estética. Esa punta de lanza puede llegar a traer algo positivo. Es un avance que haya propuestas y que existan este tipo de eventos. Aunque frustre que no haya dinero, nos gusta ser reconocidos y nominados artistas.
Poniéndome dramático y egocentrico, me cito a mi mismo:
«Después de dedicar tiempo, cabeza, emociones y dinero a mi obra, expongo: Es un hecho que mi trabajo, mi educación y mi tiempo no han repercutido mucho económicamente, aún siendo un coste real para mi familia, el estado y para mí. Siento que se aprovechan de mis necesidades de promocionarme para su propio beneficio económico y político. No me siento respaldado por las instituciones ni por mi propio gremio, pues al mirar mi numero de cuenta, ahí no veo ningún valor. ¿Cómo lo hago para valorarme a mí mismo?:»
No opino que alguien o algo concreto sea el enemigo: el problema esta en la raíz, es una cuestión de respeto y educación general hacia el arte a todos los niveles, y da la casualidad de que los artistas hacemos arte, por lo que somos los que sufrimos la mayor de las presiones; somos la base de la pirámide del arte.
«Siempre hay un pez más grande o uno más chico.»
Pinta Malasaña también es una buena oportunidad de obtener botes a cambio de trabajo, de pasarlo bien, tomarte una cerveza del patrocinador, conocer gente, que te conozcan y compartir con los demás. Pero me las voy a dar de tan sobrado que ni yo voy a pintar mi propio cierre. Pensé: voy a vender una idea de crítica social, estética, contemporánea, y a la vez atribuirme todo eso al plantar mi cara en el barrio. Por detrás voy a ofrecer a alguien más joven que yo, con más ganas que yo en autorealizarse, la oportunidad de participar en el concurso y de colaborar conmigo por la mitad del material que me ofrecen a mí, material que entiendo como pago por mi trabajo, mi experiencia, carrera, tiempo, dinero y esfuerzos volcados en los últimos ocho años.
Para cumplir con esta estrategia dual de venta de valores críticos y empleo de mano de obra barata elegí como obra para el cierre un autorretrato caracterizado como Karl Marx que realicé allá en el 2013, como siempre con mucha ilusión y gracias a la ayuda de la gente que está a mi alrededor.
Al igual que el barrio de Malasaña, mi barrio, ese autorretrato es pura fachada: aparentar ser algo que no eres ni quieres llegar a ser, vender una imagen de uno mismo que es, a la par que actual, contemporánea, una muestra de compromiso social, influyente en redes sociales, de alguien atractivo, viajero, reflexivo, feminista, obrero, deportista, urbanita con huerto en una farola, alegre, que incluso da dinero al músico de la Plaza de San Ildefonso mientras se toma su café ecológico de mercado justo descafeinado con leche desnatada de almendras, aderezado con el nuevo azúcar sin azúcar, servido por un camarero con dilataciones, tatuajes y un título universitario en comunicación audiovisual.
Al igual que el barrio de Malasaña, mi barrio, ese autorretrato es un producto.
Yo no veo artistas conceptuales o artistas figurativos, yo veo camareros.
Yo no veo fotógrafos o modelos, yo veo dependientes.
Me comuniqué con Daniel Lupión, un colega que fue mi profesor en el CES Felipe II: le expliqué lo que pretendía y solicité becarios que realizaran mi obra a cambio de la mitad del material que me ofrecían a mí, así como la oportunidad de trabajar conmigo.
La idea era ejercer la crítica a la situación dotando, mediante una acción artística, a la propia acción de los valores del contexto a juzgar. Es decir: establecer una crítica a los modos de oferta y demanda en el mercado del arte y el mercado laboral mediante la creación de una situación en la que los propios actores críticos están siendo explotados, por y para la acción artística, con las mismas condiciones que habría en el mercado, al mismo tiempo que realizan la obra crítica. Situación a juzgar y crítica puestas al mismo nivel, con una distinción establecida internamente, pero no desde un punto de vista externo.
Aparecieron dos becarios Elena Colino y Darío Gil que entendieron esta acción a la japonesa, haciendo crítica mientras formaban parte de mi beneficio particular, todo ello anunciado previamente. Les ofrecí realizar mi cierre, mi diseño, mi obra, a cambio de la mitad de material que me ofrecían a mí, entendiendo que ese material era el que debían usar para realizar la pieza, por lo que al final todo quedó en cosas del directo, en su tiempo y esfuerzo. Una experiencia de haber estado allí, de conocernos; una camiseta de NOSOTROS, unas fotos y, por encima de todo, un mensaje que aquí el menda, un supuesto Karl Marx, se atribuye sobre un local de uñas frente a la boca de metrode noviciado:
“Es el mercado, amigo!”
PS: Intente vender los botes de Liquitex y solo me dieron likes.
Omiste, 2018 @omisteteama
Anexo Becarios:
“Nosotras entramos en el juego desde el principio. Había que realizar un trabajo que no iba a estar remunerado de ninguna forma, pero del que gracias a las herramientas y el funcionamiento del sistema es muy fácil aprovecharse. Omiste solo tuvo que convencernos para entrar en el proyecto. El recibía una dotación en material, de la que para justificarnos solo tendría que darnos una parte en forma de ”honorarios“.
Eso no llego a ser así, obviamente era una forma de articular la farsa que tendría como fin hacer una analogía a la posición de becarios que sufrimos día a día como estudiantes de Bellas Artes por parte de instrumentos del mundo del arte y en algún caso por alguno de nuestros profesores“.
Elena Colino y Darío Gil
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