Lo que queda del Madrid de Baroja en Malasaña
Al decir el Madrid de enseguida habrá quien se apresure a apuntar: de Galdós, de Ramón, de Mesonero, de La Movida...de Barojade Baroja. Aunque el autor retrató en su obra muchos ambientes, este último suele ser sinónimo de un Madrid más incómodo y áspero, de paisajes humanos miserables y hasta distorsionados por la visión moral de la literatura burguesa imperante en el momento.
La Malasaña de 2015 rotula helvéticas sobre los cajones de madera de las viejas tiendas de comestibles, pero algo hay, sin duda, de aquel Madrid retratado de forma realista en muchas de sus páginas. Mucho hay que ya no habita aquí, sin embargo. Damos un paseo de la Malasaña de Baroja a lo que queda de ella.
Espíritu Santo, de los aguadores a la del dejarse ver
la del dejarse ver
Cuando los Baroja llegaron a Madrid en tren, desde San Sebastián, hacia 1879, se asentaron en la calle Real, en lo que hoy es la prolongación de Fuencarral más allá de la Glorieta de Bilbao. Posteriormente recayeron en la calle del Espíritu Santo, de cuyo ambiente se acordaba bien a la hora de redactar sus memorias:
“El panorama que ofrecía la calle Espíritu Santo, tanto inmóvil como semoviente, era pintoresco para un niño curioso. Las calles de Madrid, aunque, naturalmente, unas más que otras, conservaban todavía mucho carácter del sigo XIX. Aún existía el servicio de aguadores y aguadoras. Nosotros teníamos nuestro aguador, que, como todos los que se empleaban en este trabajo, era asturiano, llevaba traje de pana y la montera típica de los campesinos ; un cuero grueso, cuadrado, en el hombro y una zahona en una de sus piernas, donde apoyaba la cuba al verter el agua en la tinaja.
También se veían frecuentemente en la calle hombres vestidos medio soldados, medio vagabundos, entre verduleros y verduleras, y solían ser licenciados del ejército que habían estado en Cuba o Filipinas.
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No eran los mendigos y los vagabundos los únicos cantores. Las criadas madrileñas han tenido siempre la afición a cantar todas las músicas y letras que se pegan al oído, sean de zarzuelas, cuplés, jotas de los pueblos o seguidillas.
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Recuerdo indeleble para mí de un Madrid era el de la correa del maestro, el oír hablar a unos chicos que cogían tablas de las vallas de los solares y las llevaban a las pastelerías y bollerías donde, a cambio, les daban escorza. Entonces, no sé si ahora, llamaban escorza a los restos de las pastelerías y bollerías“.
Hoy la calle Espíritu Santo es muy otra, aunque en la senda adoquinada de balconcillos madrileños aún puede reconocerse cierto ambiente bullicioso, que remite al Madrid popular de la niñez de Baroja. Ya no hay aguadores y hasta las tiendas de sandwiches-siendo como son vintage- son más modernas que las pastelerías de antaño, aunque quedan negocios de tiempo, como la pastelería Diadema, que podrían trasladarnos lejanamente al establecimiento familiar de Viena Capellanes en el que entrara a trabajar el propio Baroja.
En la calle del Pez, a La Moda entonces y hoy
En esta arteria principal del barrio situó Pío Baroja la tienda en la que trabajaba, y en cuya trastienda vivía, Lulú en El árbol de la ciencia:
“Ese día, al salir de la casa del empleado, en la calle Ancha esquina a la de Pez, Andrés Hurtado se encontró con Lulú” La tienda en la que trabajaba el personaje bien podría ser La Moda, tienda de ropa para niños que lleva en la calle desde el año 1896.
Hoy en la calle del Pez se siguen vislumbrando en el horizonte las colas del comedor popular de San Antonio de los Alemanes, y se sigue hablando de libros, como entonces, pero muchos de los paseantes son capaces de recitar marcas de ginebra y cera para el bigote que desentonarían en las páginas de Baroja.
Últimamente, la crisis ha devuelto a las calles de Madrid a los traperos y chatarreros que Baroja tratara en La Busca, ahora rumanos y con carrito de supermercado. Las putas, en las cercanas calles de Ballesta o Barco, nunca se fueron pese a los proyectos presuntamente modernizadores como Triball.
La calle de Tudescos, rescoldos barojianos en la trasera
la trasera
En esta calle estaba la buhardilla de Silvestre Paradox, el mítico personaje de la novela del mismo nombre, que satirizaba el ambiente de la bohemia de principios el siglo XX que tanto abundara en el barrio. El propio Baroja, por ejemplo, compartió tertulia y ratos en la casa de Luis Ruiz Contreras, en la calle de la Madera, donde había aparatos de gimnasia para los tiempos libres, o en el café de la Luna.
Fue esta zona muy frecuentada y retratada por Baroja. En la calle Horno de la Mata sitúa el escritor la tahona donde Manuel, protagonista de La Busca, entra a trabajar a las órdenes de Karl, hornero alemán, alcohólico y sentimental. De la calle Libreros, entonces Ceres, dijo don Pío que bien podría llamarse también- por la mala fama de la vía- calle del Amor. Hoy la calle de los Libreros, con las colas de estudiantes al principio de cada curso escolar, es una de las pocas que recuerdan un barrio que, en tiempos en los que el autor estudiaba medicina, bullía juventud por la presencia de la Universidad Central (aunque él no cursó su carrera en San Bernardo). Hoy en la trasera de la Gran Vía - la presencia de esta calle es ya, en sí misma, una notable diferencia con el Madrid barojiano- sobreviven rescoldos del Madrid oscuro que tanto visitara el autor.
Son sólo, éstas, unas cuantas estampas del Madrid múltiple y real que aparece en las páginas de don Pío, y de cómo ha llegado hasta nosotros. Lo que tienen las novelas que habitan en ciudades de verdad, a diferencia de los cuentos de hadas, es que podemos saber cómo acabaron sus personajes después de la boda.
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