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Elena Cabrera: “Solo son capaces de mantener el discurso de la equidistancia quienes no han sufrido la derrota”

Café Español, donde trabajaba Raimundo Cabrera, con lo que hoy es la Caja Rural

Luis de la Cruz

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¿Qué mejor día que el 14 de abril para presentar un libro sobre memoria histórica? Hoy sale a la venta Algunas lagunas, que la periodista Elena Cabrera saca con La Imprenta, nueva librería-editorial radicada en Malasaña.

A medio camino entre el ensayo, el relato histórico y el reportaje (desbordado); con una novela en su interior, se podría decir, Algunas lagunas se mete hasta el tuétano en el debate sobre la memoria histórica en España. Desde la primera persona y el descubrimiento de la peripecia de Raimundo Cabrera, el abuelo de la autora, asesinado el 4 de noviembre de 1936.

“De una manera lenta y un poco sorprendente me fui dando cuenta de que llevaba un año preguntando a los demás algo que yo no me había preguntado. ¿Dónde está mi abuelo?”, anota Cabrera en la primera parte de su viaje, que la llevará desde el periodismo sobre memoria histórica, cubriendo emotivas entregas de huesos de desaparecidos a sus familiares, hasta el texto final, algunos años después.

 Elena ha sacado un libro que es una reparación dolorosa, lo que constituye, seguramente, su mayor valor: ser la voz, una muy vívida, de todos los nietos y nietas de Raimundos Cabrera que quedan, a montones, en nuestro país. Gente sin historia o cuya memoria familiar y pública ha quedado reducida a un trazo pálido y anecdótico.

Pero la historia de Raimundo no es solo la de una víctima, pertenece también a la de una generación que luchó por construir un mundo mejor y salió derrotada. El camarero que murió porque se encontraba en el lugar equivocado, según la memoria familiar, militaba en La Fraternidad, un sindicato del ramo implicado en los movimientos huelguísticos del periodo republicano, circunstancia determinante para su asesinato, según descubrirá la autora. Para Cabrera, que insiste en la importancia de conocer el pedazo de historia obrera anterior a la guerra, su abuelo no servía cafés en el centro de la historia sino que participaba de ella.

El libro nos conduce hábilmente por los espacios urbanos del protagonista y por los de su nieta: el Café Español, en la adoquinada plaza de Zocodover, con cuyas sillas se hicieron barricadas tras el golpe de Estado; el Toledo de los veranos infantiles, con un camino sembrado de silos y cuyas casas, adustas, tenían puertas con cristales amarillos; o su Madrid, con recuerdos de jeringas en los alcorques y atentados de la ETA. Escenarios muy diversos, pensará el lector, que sirven de suelo a un texto que trata como unidad el pasado y el presente. Que transita de la memoria personal a la de todo un país, y de la reparación de los traumas silenciosos propios a los compartidos.

En el transcurso de la entrevista, Elena Cabrera, me confiesa que tuvo la tentación de incluir en el libro la transcripción íntegra de la conversación que mantuvo para documentarse con el antropólogo Francisco Ferrándiz, toda ella muy reveladora. Al final, la charla aparece integrada en el relato y su intrahistoria, reflejada en el texto, cuenta más de lo que probablemente hubieran hecho las treinta páginas transcritas de entrevista. Hoy ambos volverán a conversar en la presentación del libro, por cierto. Algo así ha sucedido también con esta entrevista. En un primer momento, este artículo iba a estructurarse sobre las anotaciones del ensayo, e iba a terminar de tomar cuerpo con extractos de la charla que mantuve a través de Zoom con Elena. Estrategias de periodista. Pero, una vez hecha la entrevista, tuve claro que no debía podar sus respuestas.

SOMOS MALASAÑA: Muchas familias tienen un abuelo Raimundo cuyo pasado no conocen bien, incluso si no murió en la guerra como el tuyo, porque su memoria ha sido silenciada...

ELENA CABRERA: Antes de meterme dentro de esta historia, que me estaba esperando, nunca había pensado que en mi familia hubiera un agujero. Yo ya sabía por mi trabajo en memoria histórica cómo se ha transmitido el trauma de la Guerra Civil y el Franquismo y que en muchas casas hay cosas de las que no se habla. Me interesó mucho y me marcó el libro de Clara Valverdela pude entrevistar para elDiario.es– en el que habla de la herencia del trauma, muy poco estudiada en España. Cómo nuestros abuelos, o ya bisabuelos, quieran o no han transmitido su trauma. A sus hijos les legan una herencia de silencio y ellos no son capaces de arrancar el proceso de cura para sus heridas, o lo hacen muy tarde (cuando ven que se aproxima el final de su vida). Por eso, acaban siendo los nietos los que activan la reparación.

Pero los nietos, como es mi caso, no recibimos  un silencio con hueco. Es como si se hubiera plantado césped artificial sobre esos silencios, de manera que la vida se hubiera normalizado y las nietas, como yo, vivimos nuestra infancia sin darnos cuenta de que había una ausencia y un trauma.

Para la generación anterior, la de nuestros padres, todavía no era el momento; para nosotros, aunque llegamos tarde, el momento es ahora que nos hemos dado cuenta de que esos agujeros tienen que ser llenados y tenemos que reparar el dolor de nuestros padres. En el caso de mi familia, no es que no se quisiera hablar de mi abuelo, sino que se hacía como si su historia no tuviera importancia. Hasta que no he sido mayor y he reparado en todo lo que ha pasado en este país no me he dado cuenta de que tenía una importancia bestial.

¿De qué manera crees que tu libro entra en el debate público sobre memoria histórica? ¿Qué es lo que aporta o desde qué ángulo lo hace?

Creo que lo hace de una manera muy pequeñita, de uno a uno. Yo ya no creo en las grandes reparaciones, en que de repente salga la plana mayor del gobierno y diga “qué mal lo hicimos” (como Estado).  Además de la verdad y la justicia, que sí corresponden a instancias muy grandes, está la reparación, que he aprendido que no solo te la tienen que reconocer, tú también tienes que hacer un trabajo de rescate, de entender tu propia historia familiar. Esto es, averiguar qué pasó y procesarlo como se procesa cualquier otro duelo. De esto es lo que he escrito: de duelos mal curados.

Quiero que la lectura de mi libro sirva para entender que toda pequeña historia es necesaria porque es la pieza de un puzle que nos va a servir para entender lo que nos ha pasado y lo mal que lo hemos gestionado.

En el libro dice el antropólogo Francisco Ferrándiz que la prensa ha tenido una relación bulímica con la memoria histórica, con atracones informativos y momentos de ayuno, ¿en qué momento crees que está la sociedad ahora en relación al tema?

Estoy haciendo un reportaje sobre el Valle de los Caídos, que creo que es importante para mucha gente, y estoy viendo mensajes en twitter que dicen que es un tema sin interés, que se usa como arma arrojadiza. Pero los indicios que yo tengo dicen otra cosa: los temas que publicamos en elDiario.es al respecto son muy leídos y retuiteados.

Creo que, haciendo la analogía con las olas pandémicas, estamos en una fase de interés y de crecimiento por saber cómo nos lo vamos a montar con todo lo que falta por hacer al respecto. Además, políticamente tenemos un gobierno que de nuevo ha apostado por meter dinero en ello y la pandemia se ha llevado por delante a mucha gente que aun estaba esperando, de forma agónica, ver resueltas sus reclamaciones: reparar su duelo con los restos de sus familiares desaparecidos o una explicación sobre qué les sucedió. Creo que nos hemos dado cuenta de todo esto y por eso hay interés, en los medios por contarlo y en la gente por leer sobre el tema.

La salida de Franco del Valle de los Caídos tiene un gran componente simbólico, en el libro recoges la opinión de un recluso ilustre de Cuelgamuros, Nicolás Sánchez Albornoz, que preferiría que la naturaleza y la ruina acabaran con el complejo. Una vez fuera de allí Franco, ¿tienes una opinión sobre qué habría que hacer con el Valle de los Caídos?

Sí que la tengo, en el libro me la he callado porque no me parecía que encajara con la historia que estaba contando. La tengo para el Valle y para otros símbolos. Creo que, salvo los muy ofensivos, no hay que eliminarlos porque entonces puede parecer que nunca sucedieron las cosas. Todos estos símbolos atroces de la muerte, la represión, la falta de libertades y de derechos hay que explicarlos.

Entonces, no tiraría el Valle de los Caídos, tiene que ser intervenido y explicado. Tú tienes que poder ir ahí y entender qué pasó, vas hoy y no entiendes nada, es alucinante. No ha cambiado mucho salvo que Franco ya no está, pero sigue habiendo misas, con su escolanía, y encima ahora se cae a cachos… da mucho miedo y nadie te cuenta qué es, qué significa, cómo se hizo o cuál es su historia anterior y posterior a la llegada de la democracia. Se puede contar de mil maneras pero yo no lo transformaría en otra cosa. No lo resignificaría, lo explicaría.

Por ir a un ejemplo más pequeño, yo vivo en una colonia de casas falangistas, construida por la Obra Sindical del Hogar. Es un grupo arquitectónico súper ideológico en su planteamiento. Hay símbolos franquistas y ahora existe la duda sobre si quitarlos o no. Por la Ley de Memoria Histórica habría que hacerlo y yo no estoy a favor porque, siendo profundamente de izquierdas y republicana, creo que tiene que haber una placa que los explique. Si no, la gente no va a entender cómo y por qué se hizo esa colonia así.

Háblame de los códigos QR que has incluido en el libro. Es un texto en el que está muy presente tu voz y a través de estos enlaces a audios lo está aún más

Es una idea de La Imprenta (la editorial). El primer manuscrito tenía treinta páginas más y ellos me aconsejaron recortar algunas cosas para que el libro funcionara mejor. Se quedaron fragmentos fuera que están a través de los QRs. De todas maneras, la editorial también los ha incluido en el libro que ha editado a Yeison F. García, tienen la idea de que el libro no debe ser una cápsula desanclada del organismo en el que se ha desarrollado. En su caso, esta vinculación se ha hecho con vídeos y cuando me preguntaron a mí cómo desarrollarlo pensé en las notas que tenía en mis cuadernos, escritos durante los muchos años que, con idas y venidas, ha durado la escritura del libro. Como la radio y los podcasts son algo muy natural para mí me parecía que estaba muy bien juntar la palabra escrita con la oral, porque además la oralidad es muy importante en el tema de la memoria histórica. Refuerzan la idea de que son aspectos sobre los que hay que hablar.

En este libro, en general, llevas un poco más allá algo que ya habías hecho en tu blog, explicando cómo se habían hecho determinados reportajes

Es verdad, me gusta mucho ver las partes de atrás de las cosas, las entrañas.

Elena, ¿se puede o debe ser equidistante en la relación con la memoria histórica de la guerra y el Franquismo?

Rotundamente no. Estoy visceralmente en contra de la equidistancia en este asunto, ante un conflicto donde hay derrotados y vencedores. Y no puedo con el discurso de la equidistancia, me revuelve, solo son capaces de mantenerlo quienes no han sufrido la derrota, creo yo. No hay dos bandos, esto es algo que he intentado no usar en el libro porque no hay un equilibrio entre dos partes iguales, esto no es verdad. Cuando lo veo en un libro de texto o se lo escucho a alguien –recientemente a la vicepresidenta Carmen Calvo– pienso “no hemos entendido nada”. Era una guerra entre la legalidad y quienes dieron un golpe de Estado y los que ganaron siguen haciéndolo cada día si usamos el lenguaje de la equidistancia. Y, por lo tanto, los que perdimos seguimos perdiendo.

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