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Los billares de Torrente: cómo una escena cinematográfica puede activar la memoria colectiva del barrio

Fotograma de la escena de Torrente rodada en Nieto

Luis de la Cruz

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En 1998 Santiago Segura dio la campanada con su película Torrente, el brazo tonto de la ley, que se convirtió en la película más taquillera de la historia del cine español hasta la fecha (la segunda parte de la saga le quitará poco tiempo después el honor).

En una de las escenas más recordadas de la cinta, Rafi (el personaje interpretado por Javier Cámara) lleva a José Luis Torrente a unos billares para enrolar a algunos de sus amigos en la misión que se traen entre manos. Los chavales son cada uno más extraño que el otro, pero mucho menos inquietantes que el personaje de Javier Bardem, un tipo con el rostro desfigurado y camiseta rota de Extremoduro, con quien Torrente tiene un altercado. En la misma escena hay otro cameo memorable, el de Poli Díaz, que deja ir al ex policía corrupto con la cara intacta después de que este le recite su récord pugilístico.

La escena reavivó los recuerdos de adolescencia de varias generaciones de vecinos del barrio de Tetuán, que reconocieron de inmediato los billares Nieto, en los que, muchos, pasaron sus horas de pellas. Aún hoy la escena y una vieja fotografía de su frontal salen a relucir a menudo en lugares de internet como el grupo de Facebook Amigos de Tetuán de las Victorias y hasta, asómbrense, existe desde hace tiempo un grupo monográfico de los salones, en donde se pueden encontrar muchas fotos de sus clientes, con colorido y peinados de otra época. Este rincón de la red social es lugar de encuentro de vecinos –la mayoría masculinos, como la propia clientela de los billares– y de intercambio de relatos sobre Pepe (el dueño de los billares, fallecido en 2018).

Billares Nieto había sido fundado por Julio Hernández Nieto y luego los regentaría el citado Pepe, ayudado por su mujer o Paco, otro trabajador muy querido por los chicos del lugar. Los Nieto fueron escenario de muchas más historias que las que se circunscriben a las partidas de billar –francés o americano–, las máquinas recreativas, el futbolín, el pinball o las mesas de ping pong del sótano. Como en los Victoria, los de General Peón, la calle Almansa y muchos otros que hace algunas décadas poblaban todos los barrios de Madrid.

Los Nieto eran especialmente frecuentados por los chavales de los colegios cercanos, como el Liceo Sorolla o el Colegio Academia Norte, situado justo encima (Bravo Murillo 261). Seguramente, pocos de quienes ponían duros para entrar al futbolín sabían que Mario Tanco, director de este último colegio, maestro represaliado y militante socialista, prestaba los salones del colegio para las reuniones del PSOE clandestino, y allí acudían hombres que años después acabarían gobernando este país.

La gente de localizaciones de Segura no es la única que ha escogido los Nieto como escenario. Los míticos billares de la calle Bravo Murillo aparecen en un volumen de cuentos del escritor Carlos Castán, o en Autobiografía de Manuel Martínez (Pepitas de Calabaza, 2019), el periplo de un preso común de barrio que, tras pasar por la cárcel, se convirtió en miembro de la COPEL (Coordinadora de Presos en Lucha). En el pasaje que cita los billares, en los años sesenta, se adivina el lado más sombrío de los estos:

“Ya no volví. Tampoco regresé a casa, a Begoña, sino que marché a Tetuán, un barrio siempre guerrero. Ahora había mucho golferío: descuideros —que tenían mucho arte—, legionarios, buscavidas, carteristas. En los billares Nieto se juntaban todas las gentes al borde —o al otro lado— de la ley.

En aquellos tiempos, si no estudiabas o trabajabas, a ciertas horas no podías estar en la calle. Había continuas redadas policiales. Los grises te obligaban a mostrar las palmas de las manos y, aunque todo era bastante arbitrario, quienes enseñaban manos curtidas por el curro tenían más posibilidades de librarse. A los que metían en el furgón, el comisario les recetaba quince o treinta días en la cárcel de arresto gubernativo“.

Hoy hay una tienda donde durante muchos años estuvieron Billares Nieto. Ya no hay chavales merodeando ni derbis trucadas aparcadas en la puerta, pero es curioso como una fotografía, o dos minutos de película, pueden activar un montón de recuerdos colectivos.

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