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La historia secreta del Cerro de las balas y los locos en la Dehesa de la Villa

El Cerro de los locos

Luis de la Cruz

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El último domingo de junio, como en ocasiones anteriores, el Cerro de los Locos (en el parque de la Dehesa de la Villa) albergó una exposición fotográfica sobre su historia llamada Gentes del cerro. Los vecinos ofrecían sangría en una mesa a la fresca de la zona ajardinada por ellos mismos a lo largo de los años. Las fotografías y recortes de periódicos plastificados colgaban de aquí y de allá: en la loma del cerro, donde hay una antiquísima torreta que sirve de frontón y en la que se lee la placa “Cerro de las balas y los locos (1915-2015). Cien años de deporte popular. Escuela de campeones. Circo, pelotaris, boxeo, luchadores, ciclistas, fútbol y ecologistas”;  en los jardines y en el Parlamento.

El Parlamento es un solarium y espacio de reunión semi circular en piedra construido por los asiduos al cerro. En un primer momento se hizo de tierra, aprovechando el desnivel del promontorio. Luego se hizo en piedra y  se ha reconstruido cuando ha sido víctima de actos vandálicos. El espíritu de la autoconstrucción siempre ha sido uno de los ejemplos de la viveza de los moradores del Cerro de los locos: también por las duchas y por aparatos de gimnasia, que en algún momento fueron retirados por el Ayuntamiento (hay ahora otros, habituales del catálogo de mobiliario urbano del Ayuntamiento).

Unas semanas atrás, paseando por el cerro me había encontrado con Ángel Vázquez el Titiritero, uno de los locos más antiguos del lugar. Agrupaba las numerosas  litronas abandonadas en el Parlamento en un gran saco para llamar a al Ayuntamiento para que las recogieran –“ayer tuvieron una buena fiesta aquí”– me dijo; bajaba a la fuente más cercana con unos esquejes y saludaba a otras personas en la zona de gimnasia. “En un rato vienen unos amigos y sacamos las raquetas”, decía señalando el cuartito abierto de la vieja torreta que corona el cerro, en cuyas paredes han jugado campeones de frontón.

Aun hoy es frecuente que haya botellones nocturnos en el Cerro de los Locos, como corrobora la rutina mañanera de Ángel limpiando el lugar, pero hubo un tiempo, a principios de los 2000, en que fueron muy frecuentes las raves. La inmensidad de la Dehesa ahogaba el sonido de la música, alimentada por generadores llevados ex profeso para la ocasión, pero el lugar quedaba hecho un asco al día siguiente.

Aunque hoy nos parezca extraño, los terrenos del cerro pertenecieron al Colegio de Huérfanos de Hacienda, que se lo permutó al Ayuntamiento por otra parcela en Moratalaz en 1998. El Colegio de Huérfanos se creó en 1927 y recibió 28.000 metros cuadrados de terrenos, separados por el canalillo del contiguo Colegio de Huérfanos de Ferroviarios. Todas estas construcciones hay que pensarlas en el contexto de la urbanización en marcha de la Ciudad Universitaria, que se entendía como un pequeño ensanche de la ciudad.

En la Gaceta Agrícola del Ministerio de Fomento de 1882 ya se hace mención al Cerro de las Balas (que es como se conocía antes), a propósito de una canalización de agua del Canal de Isabel II para riego de las tierras del Instituto Agrícola de Alfonso XII, que estaba en terrenos que luego serían de la Universitaria. Las tierras del cerro fueron utilizadas para algunas de sus actividades, como los congresos de maquinaria agrícola.

El cerro aparece en prensa histórica por las prácticas de tiro que se hacían en el cercano campo de Tito Nacional, que seguramente dio nombre popular al sitio –otro tipo de disparos eran los de la caza furtiva– y el 22 de mayo de 1923 el diario La Voz alertaba de lo peligroso de las balas perdidas:

“Los pastores, gañanes, obreros, capataces, guardas, del campo la Moncloa, y a cuantos visitantes frecuentan aquella zona y alturas del canalilllo, conocidas por Cerro de las Balas, donde hasta los chopos del quijero están perforados por los proyectiles”

Los terrenos de la Dehesa aparecen también desde muy temprano en las secciones deportivas de los periódicos con motivo de carreras automovilísticas, ciclistas o de atletismo. En los años veinte, por ejemplo, se desarrollan importantes campeonatos de cross country, en los que competían equipos deportivos como la Ferroviaria, la Gimnástica o el Rácing (equipo de Fructuoso del Río, varios años campeón de la prueba) y e cerro aparecía consignado como un lugar relevante dentro del recorrido.

En 1923 ya aparecía en la revista Mundo Gráfico un artículo que certificaba que el cerro había pasado de ser conocido como de los locos. En el texto, que refiere las actividades deportivas de los toreros: “al parecer presuntos imitadores de los, gamos, las cebras y los gatos monteses, que dan la sensación de locos de atar en sus matinales ejercicios de acrobatismo y crosscountry”. Un año después, el diario La Voz descubría el ignoto paraje a sus lectores refiriéndose claramente a la práctica del nudismo en el cerro y a la autoconstrucción en el espacio, con una piscina que anticipaba las famosas duchas instaladas por los asiduos al paraje:

“Comenzamos a escamarnos cuando llevamos unos minutos de andar. No hay más que rastrojos, cortaduras de terreno y un regato que corre rumoroso hacia el Manzanares. No se ve un alma. No hay nada de lo que buscamos. A la sombra de una cortadura del terreno hay, sí, un ciudadano panza arriba, al que dan guardia de honor—a derecha e izquierda— dos buenas mozas, también tendidas con indolencia. No estaría en actitud más satisfecha ni cómoda sultán alguno del fabuloso Oriente”.

“En lo alto del cerro, entre la maleza, comenzamos a descubrir hombres y chiquillos completamente en cueros. Unos corren como despavoridos; otros hacen flexiones sobre las piernas; otros retuercen el torso de un modo extraordinario; dos, allá, hacen esgrima de boxeo”.

“En efecto, estos 'locos' se han construido una piscina sorprendente. Han ido formando en el regato como una hoya de cuatro metros cuadrados y uno de profundidad, donde pueden bañarse holgadamente dos o tres. Los toreros se distinguen de los deportistas en que llevan medallas de oro colgadas al cuello”.

Durante la guerra el cerro permaneció siempre en terreno republicano y fue muy bombardeado desde Garabitas por su naturaleza como observatorio cercano al frente. Son muchos los vecinos que conocen bien las zanjas de trinchera de la zona, cuevas para almacenar armas, hoy cegadas, y restos de metralla incrustadas en los árboles del entorno. Más de un proyectil, y más de dos, se ha vendido por chatarra en la posguerra, y los más mayores recuerdan haberse metido en las galerías que llegaban a los búnkeres, antes de que se sellaran. En estas cuevas y fortines también mal vivieron familias en los peores años del hambre.

El Cerro de los locos fue también durante el franquismo en un epicentro de lo que el antropólogo James C. Scott llama resistencias cotidianas. En un régimen en el que no existía el derecho de reunión y reinaba la vigilancia moral un montón de personas –la mayoría hombres, justo es señalarlo– se reunían a hacer gimnasia sin apenas ropa. Había artistas de circo, naturistas, gimnastas, pelotaris o luchadores de lucha libre. Uno de ellos, el propio Ángel Vázquez Sartí (Ángelo el titiritero), que empezó su carrera como equilibrista. No eran infrecuentes las visitas de la policía por llamadas de escandalizados, ha habido reuniones políticas clandestinas y la bandera republicana ha coronado el cerro muchos meses de abril.

Otro deportista asiduo al cerro fue Young Martín, campeón de España y Europa, conocido como El Zurdo de Cuatro Caminos. Boxeador muy querido en Tetuán y en la zona de la Dehesa de la Villa, seguía entrenando allí cuando disputaba títulos importantes pero en la exposición se le podía ver ya de niño en el cerro, junto a su padre. En Gentes del cerro también aparecían luchadores de la década de los sesenta, como Joe Rodry El terror de los Cuatro Caminos, o acróbatas como los Aliar, entre muchos otros locos.

Así mismo, la exposición fotográfica daba cuenta de la batalla de los vecinos de la zona contra el intento de hacer pasar una carretera por el bosque urbano, que llevó a la creación de la Coordinadora Salvemos la Dehesa de la Villa. Los vecinos y vecinas se plantaron a primera hora de la mañana delante de los tractores y articularon una sonadísima respuesta vecinal para evitar el desgaje de su parque.

En una explanada junto al cerro (hoy replantada de árboles) se jugaban también cada fin de semana partidos de fútbol multitudinarios que servían de entretenimiento y argamasa social al vecindario. Preguntados por aquellas pachangas, algunos asistentes recuerdan que un habitual, tijeras en mano, cortaba el pelo a la concurrencia.

En fin, he aquí algunos retazos de una historia vivida por muchas personas a lo largo de décadas, la de este promontorio de la Dehesa que, con atardeceres impagables sobre la Ciudad Universitaria y la sierra de Madrid, tiene un patrimonio cultural y humano tan denso que difícilmente cabe en un artículo.

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