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En busca de El Canalillo: caminar por la senda del agua en Madrid para reivindicar su itinerario peatonal

Pequeña parte del recorrido marcado en los Jardines de Carlos París

Luis de la Cruz

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La ciudad está llena de señales que nos hablan de sus vidas pasadas. A veces, incluso, de cuando no eran propiamente una ciudad. Es el caso del recorrido de El Canalillo, entre los distritos de Tetuán y Moncloa-Aravaca, cuya presencia sigue dibujando el mismo recorrido como un camino regado de pistas, que cuando se construyó en los años sesenta del siglo XIX.

Y esa es la senda oculta que siguieron un grupo de vecinos de Tetuán el pasado día nueve de mayo, la de El Canalillo, para descubrir el camino y para reivindicar su señalización y su interés como vía peatonal urbana.

 El Canalillo no era otra cosa que un canal de riego (una acequia) que se hizo para aprovechar el agua sobrante de la traída de aguas del Canal de Isabel II (a partir de 1868) con el fin de regar las huertas y tierras de labranza que circundaban el extrarradio madrileño. Fue diseñado por el arquitecto Juan de Ribera y se construyó en ladrillo, con un ancho aproximado de dos metros y una profundidad de uno. El Canalillo tenía un recorrido serpenteante que buscaba las pendientes oportunas y estaba flanqueado por arbolado. En la actual Avenida de Reina Victoria, en los límites del Ensanche, estaba el partidor de aguas, una construcción con forma de casa de donde salían los dos ramales de El Canalillo: la acequia del Este, y la del Norte, que son los seis kilómentros de los que hablamos aquí.

Duró hasta los años sesenta del siglo XX y aún está íntimamente ligado a la infancia de muchos vecinos, especialmente a su paso por la Dehesa de la Villa. También ha servido de escenario para numerosos pasajes literearios: de Pérez Galdós, Pedro de Répide, Pío Baroja o Miguel de Unamuno.

Vecinos y niños en busca del camino del Canalillo

La cita fue a las 11 de la mañana en los Jardines de Carlos París, junto a los ojos del Acuaducto de Amaniel. Para ser estrictos con el recorrido, habría que haber salido del lugar donde estuvo el partidor de aguas, más o menos donde se encuentra el busto de Pablo Iglesias, junto a Reina Victoria. Pero allí no queda resto alguno y este era mejor lugar para la quedada. José Vicente de Lucio, que lleva varias décadas interesado por la infraestructura, había congregado a un buen grupo, a pesar de que la convocatoria solo se publicitó a través del tú a tú. Niños y niñas portaban orgullosos su pegatina de “detective del barrio”, pues se les había encomendado la importante misión de hacer un análisis del barrio desde la altura de sus ojos. “Es la idea de la ciudad de los niños, del pedagogo Tonucci”, dijo José Vicente, que inistió también en que aquello no era una visita guiada sino una exploración grupal.

En los jardines de Carlos París se hizo hace pocos años un proceso participativo de mejora y en la parte de arriba se dibujó parte del trazado del Canalillo. Para continuar su recorrido cruzamos la calle de Pablo Iglesias, atravesando los ojos del acueducto de Amaniel, y nos topamos con la primera gran fractura urbana del itinerario: para llegar al parquecito de enfrente, por donde continúa el camino, se necesita sortear una gran vía por la que los coches pasan a gran velocidad, con hasta dos semáforos.

Pocos vecinos de los presentes conocían el camino de servicio que, tras pisos y bordeando los terrenos de la policía, dejan adivinar el viejo trazado curvilíneo de la acequia condicionando la alineación de los bloques (urbanismo canalesco se le llamó). Encontramos también algún viejo árbol de los que en el pasado se plantaron para el paseo de El Canalillo.

Durante el camino nos encontramos, sin señalizar, un capirote de un viaje del agua, registro de entrada a las canalizaciones de siglos anteriores a la traída del Canal de Isabel II. Y un muro. También nos topamos con una valla en la Avenida de las Moreras que nos obliga a dar un rodeo por la Ciudad Universitaria de 1 km y que, justamente, puede convertirse en una de las reivindicaciones sobre el camino. El recorrido de El Canalillo, tal y como veríamos más tarde a través de la valla, sigue existiendo dentro de una urbanización perteneciente al Consorcio de Viviendas de Profesores de la Universidad Complutense y son solo 90 metros de camino. La solución para dar continuidad al camino sería sencilla a través de una servidumbre de paso que, además, bordearía la finca.

Pero no hay mal que por bien no venga, y el rodeo nos obliga a pasar por los Jardines de Juan XXIII, donde podemos contemplar unos magníficos restos del Viaje del Agua de Amaniel. Allí aguardan el Arca Vieja de Amaniel (o Fuente de Caño Gordo), donde se reunía y decantaba el agua para ser canalizada hacia la ciudad, y una parte visible de las galerías. A pesar de que esta zona sí está señalizada (de hecho, se trata de un descubrimiento de 2005 y  ha sido recientemente musealizada) la información empieza a estar ya escondida por la maleza, lo que hace temer por la buena atención municipal hacia este rincón tan especial.

Seguimos bajando, bordeando colegios mayores, hasta el parque de Ofelia Nieto (también llamado de Don Quijote) y ¡vemos un tramo reconstruido de canalillo! Ese canal que atraviesa el parque, cuyos patos hacen la delicia de los niños, no es otra cosa que un vestigio en nuestro camino.Y seguimos hacia arriba, bordeando parques infantiles, trazados curvilíneos y vegetación que, ahora sabemos, alertan sobre el fantasma de El Canalillo entre la ciudad del siglo XXI.

La última etapa del camino llevó al grupo a la Dehesa de la Villa. Allí hay también un tramo impracticable, pues el trazado original se adentraba en la Dehesa rodeando el Colegio de Huérfanos de Ferroviarios pero hoy en día el camino está cortado por una casa de guarda (aunque la terquedad inocente de algunos de los niños los empujó a adentrarse por la senda del trazado original, entre la maleza). Salvada esta mínima falta de conexión, continuamos el camino por el interior del bosque urbano convertido en senda peatonal, bordeando el parque desde la puerta de la Universidad Antonio de Nebrija. Pasamos junto a viejos árboles que a buen seguro conocieron la popular acequia y nos topamos con lo que fue el cruce del Canalillo con la antigua carretera de la Dehesa de la Villa. Algunos, entonces, sacaron la comida de las mochilas para comer y seguir charlando.

La ruta seguiría -quedó pendiente- hasta el Parque Rodríguez Sahagún por la calle de Sinesio Delgado, donde el agua sobrante, que ya debía ser poca después del paso por todas las huertas, iba al Arroyo del Obispo (que desembocaba en el Arroyo del Fresno y este, a su vez, en el Manzanares).

El viejo lema fundacional de Madrid dice fui sobre agua edificada, mis muros de fuego son. En 2021 un grupo de vecinos de lo más variopinto, con el impulso de José Vicente, decidió seguir la senda de la vieja Matrice (madre de aguas) para reivindicar la señalización y conexión total de un camino muy prendido aun a la memoria de los vecinos del noroeste de la ciudad, ¿harás el camino tú también?

*El mapa actual del recorrido es cortesía de Olga Berrios y el mapa histórico de José Vicente de Lucio.

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