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Huelga revolucionaria de 1917: mientras algunos bailaban en la verbena de la Paloma, en el extrarradio peleaban con el ejército

Plaza de Cuatro Caminos (entonces Ruiz Jiménez) después de haber disparado contra la multitud para evitar su avance hacia dentro de la ciudad

Luis de la Cruz

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“En vista de la anormalidad de las circunstancias se ha suspendido la verbena de la Paloma, aplazándola para el sábado próximo”, decía el diario La Época el 15 de agosto de 1917 refiriéndose a la huelga, indefinida y de carácter revolucionario, que aún coleaba esos días a pesar de que el comité de huelga socialista (Francisco Largo Caballero, Daniel Anguiano, Julián Besteiro y Andrés Saborit) había sido detenido la noche del 14 en una casa de la calle del Desengaño. Sin embargo, las fiestas de agosto –San Cayetano, San Lorenzo y Virgen de la Paloma– estaban muy arraigados en el Madrid viejo y aquel año también se celebraron.

La prensa da noticia de celebraciones aquel día y de los siguientes en las inmediaciones de la iglesia de La Paloma, en la calle del Humilladero, junto a la plaza de la Cebada, en la Puerta del Moro o en la calle de la Redondilla. Algunas cabeceras las calificaron de “oficiosas” pero hubo kermeses y bailes en los salones, aunque la afluencia de mantones de manila fue notablemente menor que en años anteriores (por más que la prensa conservadora tratara de reflejar que la situación era de normalidad).

¿Era la fiesta la constatación de la vuelta a la normalidad después de la huelga indefinida? Sí y no. En palabras de los historiadores Carlos Hernández Quero y Rubén Pallol, en el artículo Suburbios rebeldes. Fragmentación y desborde social en la huelga de 1917 en Madrid:

“El punto de no retorno pareció marcarlo el 15 de agosto. Mientras los vecinos de los suburbios se batían el cobre a la puerta de sus casas con cuerpos de infantería y artillería y sus calles se teñían de sangre y luto, muchos madrileños cambiaron la protesta por la fiesta (fiestas de la virgen de la Paloma) y se entregaron a la diversión en pleno corazón del Madrid popular, aquel que antaño protagonizaba los disturbios y algaradas. Los barrios del casco antiguo daban la espalda a una protesta que, sin embargo, había sido planificada desde sus viviendas y centros de sociabilidad. Ya se ha mencionado que la Casa del Pueblo fue clausurada y que el comité director fue detenido en la calle Desengaño. Nuevos registros permitieron a la policía descubrir los locales donde se confeccionaba y tiraba la propaganda (calle de Belén) así como las listas con las señas personales de los dirigentes socialistas que comandaban la insurrección (calle del Oso). Ambas calles de nuevo remitían a una cartografía bien concreta, la de los clásicos barrios populares del centro de la ciudad. En sus antípodas, en el extrarradio aún costaría dos días más aplacar por completo el ánimo combativo del vecindario”.

Dichos historiadores han estudiado el conflicto de 1917 atendiendo a la problemática del crecimiento de las grandes ciudades en el primer tercio del siglo XX, con afueras carentes de servicios que congregaban un vecindario de estrato social inusualmente homogéneo hasta la fecha y donde los mecanismos de control gubernamental quedaban más lejos que en los barrios populares del interior de la ciudad o de los nuevos ensanches. Unas barriadas que rápidamente se convirtieron en cantera de partidos y sindicatos de izquierda (PSOE, UGT, republicanos, CNT o PC) pero que, además, fueron el humus perfecto para que se desarrollaran prácticas de autoorganización y protesta volcadas hacia la calle, donde pervivían hibridadas prácticas propias de los motines con formas de la política institucionalizada, como la huelga revolucionaria.

Era la hora de Vallecas, Prosperidad, Ventas, Vallehermoso, Tetuán o Cuatro Caminos y estos fueron los escenarios clave de la protesta pasados los primeros momentos de la huelga. La actividad huelguística fue especialmente caliente en los Cuatro Caminos y en Tetuán de las Victorias desde el primer momento, hasta el punto de que varias cabeceras trataron aparte el relato de la huelga en estos puntos.

El historiador Antonio Ortiz Mateos ha descrito a través de la hemeroteca lo sucedido en el transcurso de la huelga y dibuja una calle Bravo Murillo peleona, con gran protagonismo de mujeres y niños, apedreando los tranvías que intentaban salir de las cocheras de Cuatro Caminos o cerrando tahonas.

La contención de los alborotadores al otro lado de la frontera del Madrid oficial fue fundamental para las autoridades desde el primer día de la huelga, razón por la cual los lanceros patrullaron toda la noche las calles de los barrios extremos, tratando de vaciarlas de huelguistas. En esta clave debemos leer también las ametralladoras de Cuatro Caminos, Tetuán y Ventas, que dispararon el día 14 contra la multitud (la cifra oficial de muertos fue de diez y hubo numerosos heridos). Hernández Quero y Pallol aportan en su trabajo una imagen de dignidad poco conocida al respecto: la de una sentada de más de dos mil vecinos frente a las ametralladoras en Cuatro Caminos.

Los días siguientes, con el bando de estado de guerra colgando de la Puerta del Sol, la protesta desarticulada en el centro de la ciudad, los locales de las organizaciones políticas clausurados y el comité de huelga detenido, las calles del suburbio siguieron ardiendo en refriegas y tiroteos. En Madrid sonaban, esas noches, las notas de los organillos y el silbido de las balas.

El conflicto de agosto de 1917 marcaría un jalón en la memoria de las movilizaciones obreras y de las infamias represivas hasta la guerra del 36, con alusiones en la prensa progresista y obrera a las ametralladoras durante las décadas siguientes.

Tal y como dejó patente el historiador Francisco Sánchez Pérez en su tesis doctoral Protesta colectiva y cambio social en los umbrales del siglo XX. Madrid 1914-1923, aquella huelga, además de suponer el comienzo de un ciclo de protestas con la huelga general nacional en el horizonte, presentó una subida de tono en las protestas del Madrid popular hasta la fecha y, desde luego, en la represión gubernamental.

Como escuela de movilización también supuso un punto de inflexión importante que es recordado en diversas biografías. Es el caso del anarcosindicalista Cipriano Mera, que tendría gran importancia en el sindicalismo de los años treinta y durante la guerra. Mera vivió el conflicto desde su barriada (Tetuán) y dijo que fue el despertar de su conciencia política. También impactó en una niña Luisa Carnés, que lo vivió en la barbería de su padre, en la calle de Santa Engracia. O en el pintor José Bardasano, autor de algunos de los carteles de guerra más recordados, que siendo niño salió de su casa en los Cuatro Caminos con un amigo para jugar a la huelga. Durante aquellas jornadas, su compañero de juegos recibió un disparo y su padre, trabajador de los tranvías, fue depurado.

La huelga revolucionaria de aquel verano supuso la confirmación de que la conflictividad en las calles de Madrid y la consiguiente represión ya no volverían a ser igual que antes. Después de la dictadura de Primo de Rivera, una generación con aquellas jornadas en la memoria volvería a tomar la calle...y de nuevo el calor de las protestas subiría especialmente en las bulliciosas barriadas del extrarradio.

PARA SABER MÁS:

Ortiz Mateos, Antonio. (2014, enero 27). La huelga revolucionaria de 1917. Los cordeles de la dehesa. http://cordelesdehesavilla.blogspot.com/2014/01/la-huelga-revolucionaria-de-1917.html

Pérez, F. S. (1994). Protesta colectiva y cambio social en los umbrales del siglo XX: Madrid 1914-1923 (Tesis Doctoral, Universidad Complutense de Madrid).

Quero, C. H., & Trigueros, R. P. (2019). Suburbios rebeldes. Fragmentación y desborde social en la huelga de 1917 en Madrid. Historia social, (94), 47-70.

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