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Cuando eres mujer y cofrade: “Esto es una procesión y no puedes salir con esa falda”

Cofradía California de Cartagena, integrada solo por mujeres. Foto: Cachi Oms

Belén Remacha

En enero de 2018, dos hermandades de Semana Santa de El Puerto de Santa María decidieron excluir a las mujeres de sus cuadrillas de costaleros. Una de sus miembros, Maika Anelo, lo lamentó muy expresivamente: “Es como si nos hubieran arrancado un trocito de nosotras mismas”. La medida sorprendió porque cada vez es más habitual que estas asociaciones se abran a ser mixtas, de manera espontánea u obligada por los tiempos: en León, dos cofradías pusieron fin en 2017 a una discriminación que se remontaba al siglo XVII. Tuvieron entonces que ceder tras múltiples excusas.

La queja más frecuente entre las mujeres una vez que sí acceden a una cofradía es el bloqueo a ciertos puestos, especialmente a los más altos dentro de la jerarquía interna. Todo el proceso forma parte de una tradición que muchas llevan a cabo desde pequeñas, ya sea por ilusión o motivos familiares. Algunas argumentan que no hay mujeres que aspiren a romper lo que se podría llamar “techo de cristal” debido tanto a la arraigada costumbre masculinizada como al elevado peso material que se tiene que soportar en algunos cargos, como el de costaleras.

La experiencia de Diana, que ha pertenecido a dos agrupaciones en Melilla, le ha llevado a achacarlo a otras razones más directas: “En mi última cofradía, hasta hace dos años, una mujer no podía ser costalera de trono, porque el cura y el hermano mayor no lo permitían. El motivo era que no querían que se mezclasen con hombres. Según afirmaban, no teníamos la misma fuerza y ellos se despistarían de lo que tenían que hacer”.

“Por la presión pública, cuando la gente empezó a preguntar, aceptaron que entrasen las mujeres”, cuenta, “pero tenía que ser en las varas de en medio, juntas y sin mezclarse con varones”. Cuando sí ha ido al lado hombres ha vivido comportamientos que pretendían hacerle sentir que no era su sitio: “Hay mucho roce y muchas veces les encanta hacer comentarios. Comentarios del tipo 'cuidado cuando te agaches' o 'menos mal que como llevo la túnica no traspasa”.

A Alba, en la cofradía de Zamora en la que sale desde que siendo niña la introdujo su abuela, le han ocurrido cosas parecidas pero con otros interlocutores, en muchos casos, adolescentes: “Vas con el paso y la gente ve la procesión desde los márgenes. Y vas oyendo comentarios, como un goteo, tampoco puedes pararte: 'Mira esta qué fea, mira sus piernas'. Sobre el vestuario, sobre la apariencia. Todo el rato”. Históricamente, en su cofradía los cargos organizativos y de mayor participación estaban limitados a los hombres y a ellas se les reservaba el luto –tampoco podían salir con capirucho–, y en 2004 pasó a ser al menos sobre el papel totalmente mixta. El propio obispo de la ciudad exigió este año que las que aún no admiten mujeres –todavía hay cuatro – que se adapten al Estatuto.

“El uniforme de las mujeres es media, falda, zapatos. Todo negro, pero que te traes tú de casa”, relata Alba sobre la coyuntura de su Semana Santa. “Hace dos años tuve una movida con uno de esos hermanos que dirige la procesión: me quería echar porque decía que llevaba la falda muy corta –era por la rodilla, no llegaba a un dedo por encima–. Me hizo sentir muy mal, me trató fatal. Me dijo: 'Esto es una procesión y no puedes salir con esa falda”.

Elena, que sale de nazarena en Sevilla, destaca que durante su paso, al ir tapada con el capirote, no ha vivido situaciones de ese tipo. Pero tampoco recuerda “a ninguna hermana mayor. Diputadas de tramo –las que dirigen un sector– sí hay. Entre los diputados hombres, de la junta de gobierno –los que realmente mandan y dirigen todo– no hay prácticamente ninguna mujer, nunca”. En Málaga capital, de 41 cofradías de Semana Santa, solo tres mujeres ostentan el cargo de hermanas mayores.

Diana incide en esto último: “A modo interno se veía que todos los capataces eran hombres. Las mujeres que llevaban años y años en la cofradía se dedicaban únicamente a ser mantillas –mujeres que lloran–, o a vestir al Santo. Un trabajo menos reconocido, no salen el día de la procesión como personal de la cofradía sino que tenían dos opciones: salir así o quedarse haciendo bocadillos para cuando volvieran de la procesión. Nunca con el reconocimiento que se merecen”.

“Cuando se le da un mínimo cargo, es para cuidar a los niños o para dirigir exclusivamente a las mujeres de la procesión. Lo peor es que muchas lo tienen asumido. Se tiraban mas de 24 horas seguidas sin parar de trabajar para que ese día el Trono salga a la calle, pero el mérito siempre era de los mismos”, continúa. Y lamenta: “Nos tenían únicamente para que ese día se pudiesen lucir y mostrar tolerancia, cuando es mentira. Yo al final acabé saliendo de todas las cofradías. Sigo adorando esta festividad, pero no creo y no puedo participar en algo que cuando lo vives y estás dentro, como mujer, da tanto asco”.

Marta G. Franco, autora de un hilo de Twitter que luego tornó en artículo viral sobre por qué la Semana Santa sevillana trasciende lo religioso y es todo un evento cultural, analiza otro aspecto fuera de las cofradías: el dress code. Mucho más rígido para ellas que para ellos: “Sobre todo se centra en estrenar ropa el Domingo de Ramos y ponerte mantilla el jueves, por supuesto con tacones altos y la obligación de ir hipermaquillada todo el día (más teniendo en cuenta que te vas a pasar hasta 10 o 12 horas de pie)”.

“Hay guías y hasta posts de fashion bloggers bastante rancios”. Como ejemplo, artículos donde para disfrutar de la procesión el protocolo solo se contempla para ellas (“¿Se puede enseñar rodilla? ¿Qué escote se recomienda? ¿Y pendientes?”). “Claro que no todas las mujeres siguen el código, pero las que quieren pasar por mujeres tradicionales tienen que respetarlo escrupulosamente. Jamás verás una mantilla con zapato plano, cualquier innovación está mal vista y será objeto de críticas”, explica.

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