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Cuando la artesanía y la ingeniería producen adicción

El nuevo Mazda3, en la versión compacta.

Jorge Castro

Si te decimos que la aproximación al diseño del automóvil de Mazda se basa más en el arte que en el crudo resultado del diseño asistido por ordenador, seguramente te venga a la cabeza la imagen del perfil del nuevo Mazda3, pintado en su llamativo color rojo, sobre fondo negro y atravesado por un uniforme rayo de luz blanca. El diseño KODO, que alcanza su máxima expresión en la nueva generación del compacto y sedán, marca una expresión minimalista pero llena de carácter al trasladar a los modelos de calle los volúmenes y las proporciones de los últimos concept car presentados en salones.

Pero ojo, que no solo se trata de escultura. Aunque las técnicas básicas para llegar al modelo de producción tengan en muchos casos más que ver con la artesanía que con lo que uno esperaría encontrar a la salida de una cadena de montaje, la forma en la que ambas esferas se conectan es donde Mazda realiza un estudio en profundidad para conseguir un vehículo agradable a los sentidos que provoque el deseo de repetir la experiencia de volver a viajar en él. Ahí es nada.

Con los cinco sentidos

En esencia, un coche parece ser una máquina para desplazarse de un punto a otro. Pero, en realidad, el cerebro organiza la información que le proporcionan sus sentidos para convertir al automóvil y al trayecto en una experiencia placentera, algo que la firma japonesa no se cansa de buscar con ahínco.

El ejemplo perfecto de ello lo encontramos en la unión entre los paneles que componen la carrocería del nuevo Mazda3. No en vano, si las tolerancias fueran demasiado estrechas, el subconsciente llevaría a identificarlas como potencialmente peligrosas si, por ejemplo, se atrapara un dedo. Si por el contrario fueran demasiado anchas, la ausencia de luz que devuelven los encuentros entre las piezas llamaría la atención de la vista de forma tan poderosa, que podría echar por tierra la percepción de calidad y seguridad del modelo. Si dos piezas contiguas no describiesen el mismo arco, tampoco darían continuidad al reflejo de la luz.

En el interior, el contacto con el cuerpo y los sentidos cobra mayor importancia. Organizados en lo que se ve, lo que se toca y cómo se opera, el interior del nuevo Mazda3 ofrece una atmósfera encaminada al máximo disfrute de la experiencia de conducir y transportarse. El llamado “ruido visual” se minimiza simplificando al máximo la disposición de los elementos, y su estructura. El salpicadero es por ello fundamentalmente horizontal, los mandos se agrupan en dos planos distintos (frente a las manos y debajo de ellas) e incluso su iluminación tiene diferente intensidad cuando se alejan de la proyección natural de los ojos del conductor.

Al tacto se han conseguido inferir relaciones entre la fricción, la fuerza de reacción y las irregularidades de una superficie dada, hasta el punto de cuantificarlas para otorgar una percepción uniforme del tacto del volante, el cambio o el reposabrazos, aun teniendo formas completamente diferentes. Un paso más allá, los controles se han definido también considerando los cambios emocionales que producen. Lo que Mazda llama “adaptación perfecta” no solo se resuelve en el Mazda3 con una ergonomía muy cuidada: usar su mandos, botones y palancas, resulta placentero y, en cierta forma, adictivo.

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