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El ‘peligro’ de los coches eléctricos de alta potencia

El Mercedes EQC tiene 4,76 metros de longitud y 2,5 toneladas de peso.

Pedro Urteaga

Un estudio de la aseguradora francesa AXA dado a conocer recientemente ha puesto de manifiesto un aspecto sobre la movilidad eléctrica que no suele tenerse demasiado en cuenta. Puesto que los coches de baterías entregan todo su par motor en cuanto se aprieta el pedal del acelerador, quienes los utilizan necesitan un periodo de aclimatación a este tipo de comportamiento. En el caso de los modelos eléctricos de gran potencia, la respuesta puede ser tan brutal que cabe preguntarse si todos los que los conducen cuentan con la diligencia necesaria para controlarlos.

El trabajo de AXA concluye que, por desgracia, no suele ser así en muchas ocasiones. Mientras que las tasas de accidentalidad de los eléctricos de pequeño tamaño (pensemos, por ejemplo, en un Renault Zoe como el que emplea el servicio madrileño de carsharing Zity) son casi las mismas que las de los vehículos de combustión equivalentes, entre los turismos de lujo y los grandes SUV se observa un 40% más de siniestros, y aquí estamos pensando en los modelos de Tesla y en los todocamino de alta potencia encabezados por los Jaguar i-Pace, Audi e-tron y Mercedes EQC, cada uno de ellos con alrededor de 400 caballos en sus ruedas.

De acuerdo con la investigación, que consideró una flota de 1.000 coches durante un periodo de siete años, la base del problema se halla en que el vehículo eléctrico no solo gana velocidad con rapidez y de manera uniforme, sino que, como decíamos, lo hace desde muy bajas revoluciones del motor, es decir, de forma casi instantánea. “Esto hace que los conductores puedan ir más rápido de lo previsto”, señala el estudio, acostumbrados como están a los modelos convencionales en los que lleva un tiempo alcanzar esa aceleración máxima.

También tiene efectos en circulación a baja velocidad

Esta peculiaridad del coche eléctrico tiene efectos incluso en la circulación a baja velocidad por ciudad, donde pueden incrementarse los alcances y los pequeños golpes de aparcamiento, todo debido a su arrancada tan impetuosa, que en un coche como el Tesla Model 3 Performance llega a ser rabiosa si uno no toma la precaución de regularla a través de su pantalla digital. En el tráfico por carretera o autopista, ese nervio se traduce en maniobras tan fulgurantes que a menudo se activa la alerta por excesiva proximidad del vehículo precedente y, particularmente, en adelantamientos que hace 10 años –pongamos por caso– solo cabía plantearse hacer con solvencia a bordo de un superdeportivo.

Pensemos que un Ferrari 458 Italia, de 2010, aceleraba de 0 a 100 km/h en 3,4 segundos, justo el mismo tiempo que necesita el Model 3 Performance. La diferencia estriba en que al conductor de un Ferrari se le supone una actitud y una pericia que no esperamos, en general, de alguien que compra un modelo que se vende sobre todo como ecológico, por muy prestacional que sea. Por lo demás, no entramos en valoraciones sobre qué coche frena mejor y es más estable o fácil de controlar ante una reacción imprevista.

En el caso de los SUV eléctricos, la misma maniobra de alcanzar los 100 km/h desde parado se completa en 4,8 segundos en un Jaguar i-Pace, en 5,1 segundos en el Mercedes EQC y en 5,7 en el Audi e-tron. No dejan de ser cifras llamativas, máxime cuando aquí la circunstancia agravante es el peso, que no baja de 2.200 kilos, y la altura del vehículo, con lo que el usuario tiene que vérselas no solo con una fortísima aceleración, sino también con una mole que tarda en detenerse y que, por muy bien conseguido que esté su comportamiento, tiene inevitables dificultades desde una perspectiva de pura física para girar en las curvas.

La cuestión es que nadie prepara a este conductor para afrontar una situación semejante con seguridad. Dependiendo de su experiencia al volante, su destreza y su capacidad de adaptación, podrá salir airoso de la experiencia o sufrir algún susto. Más que dejar la cuestión al albur de factores tan azarosos, tal vez convendría que las marcas que venden este tipo de coches instruyeran a sus clientes, al menos mínimamente, sobre la manera de utilizarlos de manera que no se pongan en riesgo a sí mismos ni a los demás usuarios.

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