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Lo que esconden las olas en Cabo de Palos

La escritora Emma Lira, junto a la costa de Cabo de Palos, en la Región de Murcia

José Miguel Vilar-Bou

Murcia —

El 4 de agosto de 1906, el Sirio, transatlántico que cubría la ruta Génova-Buenos Aires, se hundió frente a las costas de Cabo de Palos, arrastrando al fondo del mar más de quinientas vidas que soñaban con una nueva oportunidad en América. Fue la mayor tragedia naval civil jamás sucedida en aguas españolas. Un siglo después, el inmenso cadáver de metal del barco, de 115 metros de eslora, yace todavía en su silenciosa tumba submarina, a 70 metros de profundidad. La escritora Emma Lira ha decidido rescatar su historia para convertirla en novela. Con Lo que esconden las olas (Plaza & Janés), se propone devolver la voz a los protagonistas del trágico acontecimiento, empezando por el villano, el capitán Piccone quien, al más puro estilo Schettino, huyó de su propia nave, abandonando a los pasajeros a su suerte.

“El accidente parece inexplicable”, afirma Emma Lira. “Eran las cuatro de la tarde. El tiempo era bueno. La visibilidad, inmejorable. El mar estaba en calma. La tripulación conocía la ruta a la perfección: La habían hecho decenas de veces. El capitán Piccone, de 68 años, era un marino reputado y experto, y llevaba más de dos décadas realizando el mismo trayecto. De hecho, este iba a ser su último viaje: Se jubilaba a la vuelta”.

Fue su último viaje, en efecto, pero no del modo en que él esperaba: “Aquella tarde de verano, el barco se acercó demasiado a la costa y su casco chocó contra el Bajo de Fuera, un escollo que figuraba en las cartas náuticas desde tiempos de los fenicios”.

El agua inundó los camarotes de primera clase, donde muchos dormían a esa hora una siesta de la que nunca despertarían. El capitán Piccone, en vez de organizar la evacuación, huyó, para desconcierto de sus marineros, quienes igualmente escaparon, desentendiéndose de los pasajeros.

Éstos, desamparados, quedaron en manos del pánico y del sálvese quien pueda. Muchos se ahogaron en la cubierta, atrapados bajo los toldos que, tan sólo minutos antes, los protegían del sol. Se desató el caos: “Una madre vio perecer, uno a uno, a sus nueve hijos”, cuenta Emma Lira. “Entonces, desesperada, se abrazó al último que quedaba y no lo soltó. Este niño sí se salvó, pero resultó no ser hijo suyo”.

Todo sucedió tan rápido que ni siquiera hubo tiempo de arriar los botes salvavidas: “La gente, al ver que el barco se hundía, se arrojó directamente al agua, y eso fue lo que los sentenció”, relata Emma. “Hay que tener en cuenta que la mayoría eran personas de campo; emigrantes que jamás antes habían visto el mar y que subían a un buque por primera y última vez en sus vidas. No sabían nadar. Y semejante extensión de agua debía de resultarles aterradora. Y luego estaban las mujeres, con aquellos vestidos pesadísimos y aparatosos con los que era imposible nadar. Una vez en el agua, estaban perdidas”.

El afán de supervivencia desató los más bajos instintos. Más de uno se abrió paso a tiros y navajazos: “Fueron cinco horas durante las que salió a relucir lo peor de las personas, pero también lo mejor”, afirma la autora de Lo que esconden las olas. De hecho, fueron los pescadores de Cabo de Palos quienes, habiendo avistado el desastre, se organizaron de forma improvisada para rescatar a los náufragos. En apenas unos minutos, y sin plan previo, se armó el mayor rescate civil de la historia de la navegación en España.

Entre los pescadores que arriesgaron sus embarcaciones y sus vidas para salvar a los 580 rescatados, destaca un nombre: Vicente Buigués, quien logró subir a su barco, el Joven Miguel, a más de doscientas personas: “Para llevar a cabo el salvamento, tuvo que enfrentarse a sus propios hombres a punta de pistola, porque éstos, no sin razón, temían acabar yéndose a pique ellos mismos”, cuenta Emma Lira.

Desde luego, la maniobra de rescate que Buigués improvisó fue muy osada: Dirigió su laúd directamente contra el casco del Sirio y clavó en él el bauprés, para que los pasajeros que se amontonaban en la cubierta semihundida del transatlántico lo utilizaran como pasarela.

En reconocimiento a su valeroso comportamiento, Buigués fue condecorado por el rey Alfonso XIII. Todavía hoy, a los pies del histórico faro de Cabo de Palos, puede verse la placa que recuerda su hazaña.

El rescate se prolongó hasta el atardecer. Los supervivientes fueron evacuados a Cartagena, donde la población local los acogió con grandes muestras de solidaridad. Quizás en ese momento aún no sabían que, de haberse quedado a bordo, una mayoría de muertes hubieran podido evitarse, porque el Sirio permaneció a flote durante dos semanas antes de hundirse definitivamente.

Pasó mucho tiempo antes de que nadie quisiese volver a probar la pesca de la zona: La gente no quería lo que las redes de los pescadores de Cabo de Palos sacaban de un mar empachado de muertos. Pese a los honores y medallas, triste recompensa para quienes se habían jugado desinteresadamente la vida por los demás.

Una historia largamente fraguada

Emma Lira oyó hablar del Sirio por primera vez en 2002, cuando visitó Cabo de Palos para hacer un curso de submarinismo: “Mis instructores me hablaron de él y me pareció increíble, no sólo la historia en sí, sino el hecho de que ésta fuese tan desconocida. Alguien me dijo que, de haber habido pasajeros anglosajones a bordo, el Sirio hubiera sido un Titanic antes del Titanic, que se hundió en 1910”.

En efecto, el naufragio, pese al morboso revuelo que causó en su época, era, un siglo después, pasto del olvido. “En el entorno local, sí se han hecho grandes trabajos de recopilación”, explica la escritora. “Hay blogs de historiadores de la zona que se han preocupado de rescatar imágenes, crónicas periodísticas, testimonios de supervivientes. Y tenemos el documental Sirio, el naufragio de un sueño y el libro El naufragio del Sirio, del submarinista Miguel Ángel García Gallego y el historiador Luis Miguel Pérez Adán”.

Emma Lira ha querido, sin embargo, ir un paso más allá, adentrándose en el terreno de la ficción histórica: “Me di cuenta de que la historia poseía todos los ingredientes épicos que nos gusta encontrar en una novela. El trasfondo del naufragio y de la época me han servido para hablar sobre emociones, sobre decisiones que tienes que tomar en apenas un segundo, pero que van a acompañarte el resto de tu vida”.

A lo largo de las 527 páginas de Lo que esconden las olas, se recrea, con estilo intenso, directo y apasionado, el último día del Sirio, en 1906. Y a la vez, la otra línea del relato nos lleva a 2006, cuando el joven Sandro viaja al lugar del naufragio dispuesto a descubrir la verdadera causa de éste.

Pero esta novela, que combina catástrofe, relato histórico y misterio familiar, tardó mucho en tomar forma: “Durante años recopilé información sobre el Sirio simplemente porque el tema me interesaba. En algún momento pensé en hacer algo con ella, un reportaje tal vez, pero no llegué a concretar”.

La idea sólo solidificó tras el éxito de su primera novela, Búscame donde nacen los dragos (Plaza & Janés, 2013): “Entonces tomé la decisión. Me vine una semana a Cabo de Palos, embarazada de cinco meses, y me empapé del ambiente. Escribí el primer capítulo en un barecito del puerto, sola en mi mesa, y ya no pude parar. Los personajes, tanto ficticios como reales, cobraron vida y empezaron a interactuar entre ellos. Cuando llegas a ese punto, no te queda más remedio que dejarte llevar”.

El viejo drama de la inmigración

Lo que esconden las olas saca también a relucir un problema que viene de muy antiguo: la inmigración ilegal. Explica la autora: “Junto a los pasajeros de primera clase, entre los que se encontraban un arzobispo, dos cantantes célebres, un cónsul o un inventor, había otros cuyos nombres no aparecían en el registro; inmigrantes que no podían pagar un pasaje regular y que embarcaban por menos dinero, de forma ilegal y en condiciones deplorables. Como sus nombres no figuran en ninguna parte, nunca sabremos cuántos murieron allí. Pero pueden ser cientos”.

De hecho, hay pocas dudas de que, si el capitán Piccone acercó demasiado ese día su barco a la costa, fue para subir emigrantes ilegales, práctica muy extendida en los trayectos intercontinentales de los vapores de la época.

“En 1906 éramos los europeos quienes moríamos en el mar en busca de una nueva oportunidad”, recuerda la escritora. “Familias enteras se embarcaban hacia América con lo poco que tenían. Los jóvenes escapaban para no ser alistados en absurdas y sangrientas guerras coloniales. Había hambruna, conflictos sociales, y se fraguaba la Primera Guerra Mundial”. Un entorno convulso que Emma Lira refleja en su novela.

Una costa bella y mortal

Varias cosas hacen únicas las aguas de Cabo de Palos. Una de ellas, la minúscula extensión de la plataforma continental. De pronto, de unos centenares de metros de profundidad se pasa a 2.700. Esto convierte esta población de apenas mil habitantes, en “el mejor destino de buceo de Europa”, en palabras de la oceanógrafa Amelia Cánovas, del centro de buceo Planeta Azul, donde se encuentra el centro de interpretación de Cabo de Palos. Allí pueden contemplarse piezas rescatadas del Sirio, como vajillas o un salvavidas.

La cercanía de aguas profundas a la costa hace que puedan avistarse fácilmente ejemplares de tortuga gigante o de rorcual, cetáceo que, con sus veinte metros de largo, es el segundo animal más grande del planeta. “Hemos llegado a verlos en grupos de nueve”, explican desde Planeta Azul. “Muchas especies atlánticas entran al Mediterráneo para alimentarse y reproducirse y luego regresar al océano, algunas suben desde el África tropical. Cabo de Palos es el último territorio del Mediterráneo con influencia atlántica”.

Pero además de por su biodiversidad, Cabo de Palos destaca por ser, desde tiempos inmemoriales, tumba de barcos. En ese sentido, el Sirio no hizo más que unirse a una larga tradición de naufragios: “No muy lejos de donde se hundió el Sirio, en Mazarrón, fue hallado el pecio completo más antiguo del mundo: una nave fenicia del siglo VI a.C.”, explica el veterano submarinista y alpinista extremo Miguel Ángel García Gallego.

La cordillera submarina que va de Calblanque a las islas Hormigas, toda una explosión de vida subacuática, esconde cinco buques de más de cien metros de eslora, entre ellos el Stanfield, hundido por el torpedo de un submarino alemán durante la Primera Guerra Mundial. Son tres millas peligrosísimas para la navegación a causa de los escollos que surgen como colmillos desde el fondo del mar, rozando prácticamente la superficie.

Desde la Zodiac, las aguas que rodean las islas Hormigas parecen tranquilas y seguras. Nadie podría imaginar que justo aquí, en pleno día, se desató la mayor tragedia de la navegación civil en España, así como el mayor rescate, espontáneamente organizado por sencillos pescadores. Ahora, todas esas voces olvidadas vuelven a la vida gracias a la ficción, de la mano de Emma Lira, en las páginas de Lo que esconden las olas.

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