“Hoy tenemos suerte, ya que podemos respirar y los ruidos nos dejan vivir, que si llega a ser ayer…”. Los vecinos de la pedanía Peña Zafra de Abajo (Fortuna-Abanilla) nos cuentan, y no paran, de su infierno particular, viviendo durante decenios acosados y humillados por la actividad de las canteras de mármol que los rodean, así como por el molino de trituración que transforma la caliza en productos finos de alto valor añadido. Inmediatamente recordé el día que, estudiando los proyectos nucleares en España, di en Escatrón (Zaragoza), donde ya existía una central eléctrica que quemaba lignitos de pésima calidad, con su alcalde, que me dijo poco más o menos lo mismo: “Has tenido suerte, que si llegas a venir un día de alta contaminación no entras en el pueblo ni con mascarilla”. Era junio de 1974, y mis sensaciones son las mismas casi medio siglo después: nuestra madrastrona España machaca y envilece a sus gentes por la lenidad de sus instancias políticas, sometidas siempre a un empresariado que les enajena una vida de calidad mínima y les pisotea, a conciencia, su dignidad.
El mínimo núcleo de Peña Zafra de Abajo, ubicado en el límite de los municipios de Fortuna y Abanilla, se adapta a la ladera suroeste de la sierra de Quibas, prolongación menor de la majestuosa sierra de La Pila, y se asoma al estrecho y sugerente barranco del Infierno, que desembocará en el río Chícamo al norte de Abanilla. Y a sus espaldas, y por casi todo el horizonte, lo cierran y angustian las canteras que Mármoles Nicolás explota en el Monte Público “Puntales de Sánchez” desde hace ya medio siglo, pero con creciente impacto, descaro y agresividad, tanto ambientales como –¡ay!– humanos. A éstos se fueron sumando otros, como Euromable o Mármoles Duaime, aprovechando cada hueco extractivo de los “Puntales de Sánchez” o La Loma de la Sal. Unas canteras que, con sus depósitos desordenados de mármol, sus escombreras por doquier y sus terraplenes amenazantes, se han apoderado del suelo y las vistas, con el habitual despliegue de arbitrariedades e ilegalidades en un espacio dominado e indiscutido, donde el negocio impone su voluntad.
Me cuentan mis anfitrionas, mujeres de raza que no tiemblan ante la prepotencia de estas empresas y el servilismo de los políticos de Fortuna y Abanilla (entre los que, como suele ser habitual, figuran algunos empleados de las empresas en cuestión), que la ampliación de una cantera invadió y sepultó una finca con sus cultivos y su pinar, y, aunque los tribunales dieron la razón a la dueña perjudicada, ninguna consecuencia se ha derivado de ello, ya que una cosa es sentenciar, aun en firme, y muy otra obligar a que el dañino pague su culpa e indemnice al dañado. También me cuentan que la vía pecuaria Cuesta de las Raíces que atravesaba la zona ha caído, con su abrevadero, bajo los golpes de esta actividad salvaje, cuya reglamentación, a más de pobre y hecha a medida de las empresas, es conculcada sistemáticamente. Y recuerdan que, propias de un medio calizo, varias cuevas, como la de la Tosca, así como la fuente del Sol, han desaparecido por las voladuras de este proceso industrial que no se cree obligado a respetar nada.
Nuestra pedanía se encuentra envuelta en una “zona minera”, bien es verdad, donde los elementos de intranquilidad son siempre, por definición, numerosos y en cierta medida inevitables; pero la situación en esta geografía, perdida entre sierras y canteras, supera en mucho lo aceptable (no digamos ya lo razonable). Contribuye a la indignación de los afectados que, el área de canteras, perteneciente al municipio de Fortuna, constituya Monte Público y se explote, en consecuencia, mediante concesión; esto debiera de favorecer los derechos de los perjudicados, así como incitar a los munícipes a un mayor sentido social y político. Por el contrario, los 300.000 euros anuales que percibe el Ayuntamiento de Fortuna se concreta en canon infame sobre el perjuicio y el dolor de esta población afectada: no, para esto no están los ayuntamientos, ni su patrimonio ha de volverse contra sus ciudadanos.
A esta “lejanía” de facto de los centros de poder y hasta mediáticos, ha de añadirse –además de la ausencia de las guarderías autonómica y estatal, que debieran vigilar, e impedir, el maltrato de suelos, monte y red hidrográfica– la hostilidad del poder municipal, que vigila y menosprecia a los vecinos exasperados y, por supuesto, dificulta todo lo que puede la celebración de cualquier jornada de información y crítica. Da la sensación, entre ruidos, paisaje desmantelado y omnipresencia de polvaredas, de que se trata de una frontera sin ley: una más en esta región de taifas, geográficas o económicas, sometidas a descarados –y consentidos– regímenes caciquiles, soberanos e impunes.
A Mármoles Nicolás hay que añadir su empresa complementaria, Colina Cimar, propietaria de las instalaciones de molienda para la variable industria derivada, árido, construcción, alimentaria, cosmética, ¡incluso regeneración de playas!, que inició su actividad hace una veintena de años, presentándose a la comunidad como gestora de residuos mineros y salvadora del estropicio asociado a escombreras y terreras mineras. Pero, nada más lejos de la realidad, ya que creó su propio frente de cantera y las escombreras crecieron por doquier, mientras la empresa descubría el potencial de su “oro blanco”, piedra caliza molida, válida para multitud de usos y obtenida a coste cero, en gran parte de los Montes Públicos de Fortuna, bajo el argumento de gestionar sus residuos. ¡Qué amañada bondad! Es este molino el principal causante de que “se apague el sol” cada dos por tres, con una niebla blanca de sólidos irrespirables, al modo de un sudario general que cubre e imposibilita las actividades agrarias tradicionales y, desde luego, amenaza y agrede la vida misma, puesta en peligro, además, por ese tráfico descomunal, las explosiones y los movimientos de tierra.
El trabajo en las canteras es incesante y los monstruosos dumpers recorren ese espacio lunar, con sus cuestas y desmontes, con rígidos, feos y ruidosos movimientos, imponiendo con su sola presencia un ambiente intimidatorio en un marco dantesco que sobrecoge el alma. Estos gigantescos camiones han utilizado la red pública y vecinal de pistas y caminos, adaptándola a sus labores y dejando, para los humillados habitantes de este paraje, los caminos abandonados de las ramblas supervivientes (que también sufren de cortes y desvíos).
La “sinfonía” de ruidos con que estos trabajos obsequian a los vecinos, y que muy frecuentemente se inicia a las 6 de la mañana, se compone del pica-pica de los feroces martillos neumáticos, que es el peor y cuyo nivel puede alcanzar cerca de 100 decibelios, el pi-pi de los infatigables dumpers, del cataplán de las continuas maniobras de descarga y de la variada multitud de agresiones acústicas de los motores, los frenados, los resbalones, los gritos… Me lo cuenta Inma, la líder de la (demasiado, para mi gusto) pacífica rebelión, mezclando el humor con la exasperación. Inma y sus colaboradores editan un magnífico boletín, Territorio de frontera, de información y cohesión social, donde late un auténtico espíritu de revuelta (y de esa resistencia que, incrustada en el hartazgo y la dignidad, ningún poder, económico o político, puede destruir).
“Nos sentimos acorralados”, quisieran resumir mis guías, heroínas encuadradas en la Plataforma de Afectados por las Explotaciones Mineras, surgida de los lugares de Peña Zafra, Balonga y Quibas, lo que resulta cierto en lo físico y también en lo político y lo social. “Ayúdenos usted en lo que pueda”, me dice una paciente y sonriente señora mientras me enseña las grietas del techo de la cueva en que consiste buena parte de su vivienda (ya que estamos en tierra apta para estos habitáculos, tradicionales e inteligentes), unas rasgaduras que periódicamente han de restañar debido a las frecuentes voladuras y vibraciones, equivalentes a verdaderos terremotos de los que no se recibe aviso alguno, sea de su hora, sea de su violencia.
La visita acaba en un gozoso almuerzo familiar, entusiasta y estratégico, que la tradición ecológica y conspirativa marca siempre como el arma más eficaz –y no pocas veces, decisiva– contra los poderes abusivos, confiados y codiciosos. Antes, hubo un recorrido por la familia militante, con plática memorable, fluida y sabia, bajo la clemente higuera y entre perros y gatos curiosones, con el patriarca don Pedro, 99 años (a quien prometo acudir a los fastos de su centenario, el próximo mes de mayo).
Aunque todo empezó, con la sistemática habitual, por el conocimiento directo del escenario concreto y agobiado: una visita a la finca asediada de Inma y familia, con el paseo por los bancales de almendros y viñedos de hoja polvorienta y exhausta, más la revista, preocupada, del chorro cantarino que aporta un nacimiento de agua siempre en peligro, sobreviviente de la masacre general de fuentes y manantiales. Pese a todo, el madroño milenario y los olmos que retoñan son un mensaje de resistencia y de esperanza: invitación a la lucha incesante.
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