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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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La conquista silenciosa

Barco de Frontex entre Turquia y la isla griega de Lesbos

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Como una riada que comienza inundando las cotas de nivel inferior, serpenteando por los valles, y después, paulatinamente, va subiendo por las laderas, así las sepulturas fueron ganando terreno…

'Todos los nombres', Saramago

 

El pasado uno de marzo a primera hora de la mañana llegaron a las costas de Lesbos siete cuerpos inertes, no llevaban identificación, no había rastro de ninguna embarcación, como caídos del cielo, así, sin más. Al día siguiente una mujer, también sin pistas. Solo una evidencia, no eran personas europeas, porque no eran blancas y porque el mar las devolvió a la tierra. A los cuerpos no migrados, no víctimas de guerra, no hambrientos, a los cuerpos no huérfanos de libertad, el mar no los devuelve. En el caso improbable de que una persona nacida en Europa se encuentre a la deriva, se activa todo un despliegue: barcos, helicópteros, equipos de buceo… Rescatarnos no es delito, es obligación de estado. Pero si lo tuyo fue una huida desesperada por tu supervivencia nadie te busca, el operativo consiste en devolverte al lugar del que saliste antes de que pises tierra prometida, o bueno, si la pisas y no hay periodistas cerca, también es probable que te devuelvan, ¡qué más da! Hay muchos recursos económicos internacionales para los protocolos de retención y devolución de personas que tratan de llegar al lado bueno, no así para quienes mueren en el intento. No existe ningún sistema eficaz, fácil o claro para la gestión de los cadáveres del crimen legal organizado.

El Proyecto Migrantes Desaparecidos ha documentado, desde enero de 2014 hasta abril de 2022, la muerte de 48.037 personas en busca de una vida digna en diferentes puntos alrededor del mundo, siendo la ruta más mortífera la del Mediterráneo central con 19.307 personas muertas en ese mismo periodo. Muchas de estas víctimas no son identificadas y las veces que se consigue ponerles nombre, la repatriación de los cuerpos supone un complicado proceso administrativo además de muy costoso para las familias. A esas 48.037 vidas hay que sumarles las que nadie reclama y el mar no devuelve, la cifra es incalculable y presumiblemente aterradora. Solo el fondo marino lo sabe.

No, la gestión de los muertos y las muertas no es sencilla si naciste en la cara mala del mundo. Cualquier migrante tiene un caso cercano de alguien que se montó en una patera y nunca más se supo. En las redes sociales abundan gritos de auxilio de familiares y amistades preguntando por Aminata, Mounaim o Babacar. Si frecuentas comisarias u oficinas de extranjería, encontrarás al primo de Bilal o la tía Amal, que buscan desesperadamente alguna pista sin hallar consuelo. En los países de origen hay nuevos rituales para dar sepultura a los seguramente-muertos en el mar. En algunas zonas de Mali, por ejemplo, se celebran entierros en los que, a falta de cadáver, se le llora a una mano de mortero de madera para moler cereal, kolongala en bambara. La sombra del llamado primer mundo todo lo cubre, incluso aquello que fotografiamos en nuestros viajes organizados por pintoresco y peculiar para nuestros ojos, leídos e ignorantes a partes iguales.

Cada kolongala tiene nombre y cara y madre, pero sus cuerpos salen a flote sin identificación, desfigurados a veces, desmembrados otras, o resulta muy pesado preguntar a quienes les acompañaron en su travesía mortal, ¡qué pereza! La desidia y la falta de voluntad política hacen que sean enterrados en tierra soñada e ingrata sin más epitafio que el día en el que carne y huesos llegaron a nuestras costas. Tenerife, Túnez, Lampedusa, Tarifa, Doğançay o Barbate, tras su nombre y bajo tierra, esconden las víctimas anónimas. Cementerios de ciudades cercanas a las costas más mortales guardan miles de restos desarraigados. Para los más afortunados hay flores frescas que algunas buenas gentes les llevan por compasión. Hay sepultureros, hombres recios de oficio, que confiesan haber llorado para los que apenas tuvieron que cavar un pedacito de tierra.  

Aquella mañana de marzo las personas refugiadas que permanecen en Lesbos desde hace años sin ninguna proyección de futuro quedaron mudas, el grito habitaba demasiado profundo y era tan compartido que bastaba con la mirada entre aquellos que sufren la violencia de llevar la etiqueta de no-acogible: “Podría ser yo”.

Hace tiempo que las personas refugiadas que llegan a Lesbos no son noticia, ni vivas ni muertas. La actualidad es rabiosa y llevan demasiado tiempo llegando, además ahora tenemos otros refugiados más acogibles y fotogénicos. En 2007 se enterró en Lesbos la primera persona refugiada, en 2016 el cementerio de San Pantaleón se quedó sin espacio, la morgue de la isla tuvo que traer un contenedor para guardar los cuerpos y las autoridades locales buscaron entonces una alternativa: un solar bien alejado de los vivos, tanto como los nuevos centros de detención de personas refugiadas, ahí desde donde nuestra vergüenza se nos antoja invisible. Un trozo de tierra inhóspito, sin puerta ni sepulturero, sin lápidas ni flores. Quienes lo conocen solo dirán que es un lugar triste, no entrarán en detalles.  

Generamos víctimas a diario y muchas de ellas continuarán llegando a nuestras orillas, no sólo en Lesbos, pero las islas tienen eso de parecer micromundos a los que observar a través de una mirilla. En un espacio limitado, y al cabo todos lo son, la capacidad de esconder cadáveres también es finita. Existen otros mecanismos para reducirnos al polvo que somos, eso ya se sabe, pero la llegada de los muertos podría tornarse una suerte de conquista involuntaria. Como el cementerio imaginado por Saramago, este otro, también sin puertas, bien puede extenderse por la isla: silenciosamente se cuela entre las calles y avenidas, busca hueco por las viviendas y los centros comerciales, porque si no damos lugar a las vidas, habremos de cederle terreno a la muerte.

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