Probablemente las dos pastillas de jabón más famosas en el mundo:
A la izquierda, una pastilla de jabón expuesta en una de las vitrinas del campo de exterminio de Auswichtz, fabricada con... la grasa saponizada de los cuerpos de niños pequeños ejecutados por los nazis.
A la derecha, la pastilla de jabón que fabricaban los protagonistas de El club de la lucha con grasa saponizada de las clínicas de cirugía estética.
Recordemos brevemente el argumento: una serie de personas acuciados por una vida rutinaria, bajo la presión de empresas estúpidas y jefes severos, se reúnen por la noche para... ¿organizar una huelga salvaje? ¿Reventarle la cabeza a sus jefes? ¿Preparar una cooperativa laboral y olvidarse de las empresas? No. ¡Se reúnen para pegarse entre ellos!
Una pastilla de jabón oculta a la otra.
Algunos de nuestros más queridos y sanos hijos ya han elegido el jabón de sus vidas: atrapados por una educación mediocre, trabajando en labores seriadas que no les otorgan responsabilidad ni trascendencia alguna, constantemente rebajados sus sueldos por las reformas laborales salvajes, han preferido reunirse para golpearse entre ellos (hooligans de fútbol) y luego al más débil que ellos (ataques a migrantes), como los infelices de Fight Club. Es significativo que uno de los países donde unos pocos ricos más “aprietan” al resto, Rusia sea el de los hooligans más violentos.
Haber conseguido que a los jóvenes les parezcan atractivos los infelices de El club de la lucha es, sin duda, la cumbre de las “leyes mordaza”, una represión que no necesita “apretarnos las tuercas”, le basta con presentar actores guapos para que la indignación pública se desplace desde los culpables hacia los más débiles del sistema, a los cuales sí es factible destruir sin consecuencias. Podríamos decir que ese jabón ocasiona un patinazo moral erróneo, pero con la suficiente suavidad y perfume como para embaucar a unos cuantos. Esta operación no es reciente, a pesar de que yo haya usado esta película para ejemplarizarla, a principios del siglo XX los tiranos que se veían en peligro por los movimientos progresistas obreros usaron a las falanges fascistas de jóvenes violentos para lo mismo: reprimir a los trabajadores mientras los ricos de siempre se mantenían en sus status quo y se reían delante de sus narices.
Por eso, en Murcia, unos vándalos han arrancado y pintarrajeado el monumento a los murcianos que sufrieron el campo de exterminio de Mauthausen, la piedra labrada de los hombres libres. De nuevo, el jabón de las élites, lubricando el desplazamiento mental imprescindible para que sus cachorros adiestrados golpeen a los débiles en lugar de rebelarse contra el status quo que les condena a ser carne de cañón.
Durante el franquismo a los violentos fascistas que habían constituido la fuerza de choque de requetés y falanges, abriendo camino a la Dictadura, cuando se jubilaban, les ponían de porteros en fincas o de vendedores en estancos, revelando así su verdadero carácter: siervos de los ricos.
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