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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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Esto con una piba no pasa

Rubiales besa a la jugadora Jennifer Hermoso

Aldo Conway

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“Celedonio [...] inclinó el rostro asqueroso sobre el de la Regenta y le besó los labios. Ana volvió a la vida rasgando las nieblas de un delirio que le causaba náuseas. Había creído sentir sobre la boca el vientre viscoso y frío de un sapo”.

Vengo a deciros en esta columna que soy un hombre. Ni feo, ni fuerte ni formal. Al revés. Pero soy un hombre. Como hombre, nacido hombre y que se siente hombre, tengo mis privilegios. No son privilegios de clase, porque soy un bastardo -de los que no tienen apellidos rimbombantes y nobiliarios, un besazo, papá- sin propiedades, títulos y fábricas a mi nombre. Son privilegios que nunca entendí por qué los consideraban privilegios, pero llevo unos años que creo que lo voy pillando. Soy, y me siento un privilegiado porque mi constitución física me permite pegarle un cabezazo a cualquier persona que me moleste si se da la situación. Si tengo que correr, puedo ser más rápido que un taxista eslovaco y además, si me tengo que pelear, soy de los que muerden: todo a favor. Todo esto es broma, estoy en un momento en el que cualquier hombre, mujer o niño podría patearme hasta dejarme tieso. Mi verdadero privilegio es que rara vez se cuestiona lo que digo en función de lo que cuelgue o subyazca de entre mis piernas. Lo que yo digo va a misa, hombre ya.

De un tiempo a esta parte, tanto yo, como la mayoría en mi entorno, somos mucho más feministas de lo que éramos hace, por ejemplo, diez años. En abril, eché un vistazo a una novela que escribí a los 17 y que tuve que quemar con fuego griego y apagar con agua bendita para purificar mis males. Ahora estoy con uno de los desafíos más jodidos en el proceso de deconstrucción: reírme de según qué chistes. De los más burdos y dañinos me desprendí hace tiempo, pero de vez en cuando me sorprendo soltando una carcajada culpable con alguna barbaridad que pueda leer o escuchar. Esa parte es complicada, porque el sentido del humor es una cosa que se adquiere al principio de la vida y, de alguna manera, está condicionada por el zeitgeist en el que se crece. A pesar de ello, hago progresos todos los días, me río mucho más con Deforme Semanal Ideal Total que con David Suárez -en realidad lo sigo bastante- y, a pesar de todo eso, me sigue encantando acercarme al borde de un pantano con una piedra enorme y tirarla, pa’ ver qué pasa. A veces digo “siuuuuu” de manera irónica y otras, de tanto hacerlas, me salen sin querer.

Tengo un amigo al que quiero mucho, veo poco y siempre me mete en problemas. Lo veo poco, porque vive en Canarias, y siempre me mete en problemas porque es incapaz de controlar sus impulsos. Me duele el alma escribir esto, jurao’, porque lo quiero como si fuese mi hermano, pero acabamos de ganar un Mundial de fútbol femenino -igualando así el exitoso y centenario palmarés de la categoría masculina- y un señor que dice presidir no sé qué historias -no me gusta el fútbol- le ha comido los morros a la delantera de la selección, Jennifer Hermoso y yo lo primero que pensé al ver la foto fue: “¡Hostias, que están liados! Siempre damos la nota, de verdad”. Pero no, no están liados. Siempre damos la nota, de verdad. Con él, y con Rubiales, he vivido la misma situación con días de diferencia.

El otro día, nos vimos unos cuantos en una casa en el campo, para el cumpleaños de un amigo. Éramos, no sé, Javi, José, Marcelo… Creo que Marcelo no estaba. Javi, José, Andrés, Rubén y yo. Marcelo estaba en Tailandia. Hacía tiempo que no veía a mi amiga Marta, que también vive lejos, y le dije de venirse, aunque aparte de mí, no conocía a nadie más. A José creo que sí, pero no es la cuestión. Pasamos un par de días fantásticos, y el sábado aparecieron allí más amigas que no voy a nombrar porque se me acaban los nombres falsos -tengo muchísimos amigos-. También vino Ángel, que es el pibe del que os hablo. Tiene una especie de obsesión con una de ellas. Ella le sigue el rollo siempre, pero a los demás se nos hace un pelín pesado. Casi siempre que se pasa bebiendo, acaba monopolizando la conversación y, cada vez que prestaba atención a lo que hablaba con este o aquel, la conversación siempre era la misma: “ugh, ugh, follar, ugh, ugh, ¡jajajaja!”. A lo mejor soy yo el turras que en las fiestas quiere hablar del último artículo de Manuel Jabois o de que para ser jefe de opinión en un medio de derechas no puedes aprobar el psicotécnico que te ponen, pero me carga el mismo tema siempre.

A media tarde aquel día, cuando ya no quedaban brasas en el horno de piedra, ni quedaba cerveza en el congelador, apareció Ángel con tres o cuatro bolsas de cerveza helada del supermercado al que había ido mientras las chicas recogían para irse. Se suponía que iba a irse con ellas, pero el cuerpo le pedía marcha. Quedábamos allí entonces los mismos que los días anteriores, más Ángel. El tipo tiene una personalidad arrolladora, un carisma muy fuera de lo común y es muy listo. A veces creo que roza la sociopatía, pero esa es otra historia. Empezó a incomodar a Marta, replicando las bromas que llevaba todo el día haciendo a esa amiga de la que está obsesionada, pero con la que al menos sí tiene confianza para hacer ciertas tonterías.

Noté a Marta incómoda: mientras nosotros estábamos en el porche tomando el sol de la tarde, ella estaba dentro, en el sofá, con el móvil. Fui hacia ella para ver cómo iba. Me dijo que estaba “un poco saturada, por el día y tanta gente y eso, ahora salgo, no te preocupes”. Sabía que era mentira, porque la conozco muchísimo a estas alturas, así que, salí al porche y cogí a Ángel del pecho de la camiseta. No sabía muy bien qué iba a hacer. Le grité muchísimo, muchísimo, pero en voz baja, y lo metí al cuarto de baño. Encendimos un cigarro.

“Hermano” le dije. “Necesito, por favor, que pares esto. Estás molestando a Marta”. Él puso cara de sorpresa. “Voy ahora mismo a pedirle disculpas. No era lo que yo quería precisamente”. Cuando se dispuso a salir del baño para ir a hablar con ella lo volví a detener. “Ya le he pedido disculpas yo por ti, así que déjala en paz, tío, déjala en paz porque está incómoda y a nosotros nos estás poniendo de los putos nervios ya. Si quiere ella hablar contigo, te hablará”. Empecé a notar como, dentro de la jumera que llevaba -que llevábamos los dos-, se sentía mal por lo que le estaba diciendo. Me dijo que él solo intenta ser majo, que en realidad no tiene intenciones con ella, que está muy contento y que cuando está así de eufórico a veces se pasa. Le dije que, lo sé, que sé que él no haría daño a una mosca y en realidad nunca se ha sobrepasado con nadie -creo-.

Marta no le había dicho nada porque no quería generar conflicto en mitad de una fiesta, ni parecer una exagerada™. Tampoco le salía, me contó, echarle su actitud, porque en realidad estaba demasiado acostumbrada a momentos así. Que esas situaciones están muy normalizadas. “Tenía una sensación muy rara, estaba como en alerta, pero hasta que no te he oído hablar con él no me he dado cuenta de que, realmente, lo que había pasado ni estaba bien ni era normal”, me contó unos días después.

La excusa que más se ha repetido en fanfarrona sororidad masculina en las tertulias periodísticas llenitas hasta la bandera de candidatos a ganar un Pulitzer, es la de que, aquel beso, robado, marrano y a traición, se debe al capricho de la euforia. Lo que no sé es cómo, aplicando esa misma lógica, no hubiera acabado algún directivo de la federación atragantado y haciendo gárgaras en medio de un éxtasis testosterónico en los vestuarios de aquel Soccer City que pasó a los anales de la historia. Si mi colega argumenta igual que Juanma Castaño es porque la masculinidad es algo que les ha venido grande.

El tuitero Electrón Libre (@InNomineMei) ha comentado la conexión de la violencia sexual con las manifestaciones de alegría del patriarcado. Si hay algo que diferencia a un hombre de un perro es en la capacidad infinita de enfadarse jugando al FIFA y la parte de reprimir tus instintos. Un perro alegre se saca su chorra rojiza y te la intenta restregar por la pierna. No es agresivo, y dan ternura, porque son un perro. ¿Qué va a hacer, el animal? Claro, que, esta excusa del chucho alegre que se restriega se puede aplicar a un Golden Retriever, no a mi amigo Ángel, y, muchísimo menos, al presidente de la Federación Española de Fútbol -creo que se escribe así, no voy a comprobarlo-. No podemos asumir ni dejar en manos de las emociones los comportamientos inapropiados.

Luego está lo de la impunidad con la que pasan estas cosas, ya no en temas de género, sino de la inviolabilidad -qué paradójico- con la que algunos desarrollan sus cargos públicos. Así que, aprovechando estas últimas líneas, quisiera transcribir un mensaje que me dejó anoche mi amigo Ernesto, que estaba cenando unas bravas: “[...]Y fíjate, tío, una asociación ecologista, que lleva 19 años trabajando, matándose a currar todos los días, y te dicen que no les conceden la utilidad pública por un informe de Hacienda [...] y este cabrón, se agarra la huevada, delante de la reina, de la guaja, y de todo el mundo, y le planta un morreo a esa tía sin encomendarse, y nada, y no pasa nada. Macho…”.

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