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La rentabilidad política de la agricultura

Fotografía de archivo de la desembocadura de la Rambla del Albujón al Mar Menor. EFE/Marcial Guillén

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La reciente aprobación del Plan del Tajo ha vuelto a sacar a los agricultores a la calle y a colocar tras las pancartas a políticos del PP y de Vox. Otrora, la agricultura tenía –más que ningún otro sector- la capacidad de concitar la sensibilidad de la mayor parte de la Región y, por tanto, de servir como una poderosa argamasa identitaria. Políticamente, resultaba rentable. De ahí la influencia que, con el tiempo, ha ido adquiriendo este sector, convertido en el auténtico quinto poder de esta comunidad autónoma. La cuestión, en este sentido, es si, tras el estallido de la crisis del Mar Menor, la agricultura continúa funcionando como ese gran movilizador social, capaz de sacar a toda una Región a la calle a golpe de protesta. O formulado en otros términos: ¿más allá del propio núcleo de los regantes, los ciudadanos de la Región de Murcia se sienten concernidos cuando el status quo del agro se siente amenazado? ¿Las demandas de la agricultura siguen siendo las demandas del conjunto de los murcianos? Sinceramente, y pese a que esta respuesta resulte políticamente incorrecta y pueda llevar a mi consideración como un “mal murciano”, la realidad es que no. La agricultura y la Región de Murcia ya no constituyen una unidad de destino; circunstancia la cual se revela como injusta y justa al mismo tiempo. Injusta, de un lado, porque al final acaban pagando justos por pecadores, y la mancha negra generada en el entorno del Mar Menor termina por cubrir a otros muchos productores que hacen las cosas bien. Pero justa, igualmente, porque la única manera de que el Mar Menor pueda salvarse es que el agro deje de ser un legitimador electoral, y el Gobierno de esta comunidad autónoma no dependa de que un colectivo apoye o ningunee a un determinado partido político. Si la voluntad del sector agrícola continúa decantando las elecciones, el Mar Menor morirá indefectiblemente; si, por el contrario, la estructura representativa del agro ve redimensionada a la baja su influencia social y política, el Mar Menor vivirá.

El matiz, a este respecto, es importante: no se trata de elegir agónicamente entre Mar Menor o agricultura, sino, antes bien, entre la sostenibilidad del Mar Menor o el sector agrícola como todopoderoso grupo de presión. Esto implica que, de una vez por todas, sean los políticos –guiados por los científicos- los que decidan las políticas medioambientales, en lugar de que la Consejería de Medio Ambiente sea un juguete en manos del agro. Mientras que López Miras y los suyos trasladen la solución del problema desde su origen –el vertido de nitratos- a su consecuencia –la Rambla del Albujón-, el status quo permanecerá intacto y las políticas medioambientales seguirán respondiendo a intereses muy específicos y sesgados.

Es cierto que muchos votantes del PP y la práctica totalidad de Vox contemplan el problema del Mar Menor desde posiciones precognitivas y ultraideológicas –la culpa la tiene Pedro Sánchez-. Pero, sobre todo, en el ámbito del PP hay muchos ciudadanos que ya no se tragan las soluciones estéticas y que ya no están dispuestos a ponerse detrás de una pancarta para defender el status quo agrícola con razón o sin ella. Todavía está por ver que el PP pierda las elecciones como resultado de esta connivencia con los intereses más torticeros de ciertos empresarios agrícolas, pero lo que resulta evidente es que la preferencia del poder agrícola sobre la salud medioambiental del Mar Menor le impone a López Miras un techo electoral que, con el paso del tiempo, solo puede ir descendiendo. El sesgo agrícola ya no aporta votos –los quita-. El proceso es lento porque el estancamiento del voto en la Región provoca que no se produzcan seísmos, sino lentas pero continuadas reconfiguraciones. El Mar Menor ha trascendido el determinismo político y se transformado en un estado de ánimo. Durante los últimos tiempos, López Miras ha pasado de la negación del problema a su reconocimiento –como arma arrojadiza contra Sánchez-. Pero esta fase del 'reconocimiento' ya no basta: la mayoría de la sociedad sabe que el foco de la contaminación reside en el poder de la agricultura, y que este no ha sido limitado todavía.      

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