En octubre de 2017, Paco Jiménez y yo coincidimos en la Universidad de Murcia asistiendo al acto de ingreso en la Academia de Gastronomía de la Región de nuestro común amigo, el profesor Jorge Novella. No sé muy bien ni cómo ni porqué, durante el vino que se ofreció con posterioridad, a Paco le preguntó alguien si era o no sancionable adelantar un vehículo en autovía por el carril de la derecha. Él, que por lógica conocía al dedillo el código de circulación, respondió taxativamente que no, si bien aclaró que había determinadas excepciones.
Acabada la ceremonia, abandonamos juntos el claustro de La Merced y él se ofreció a acercarme con su coche hasta mi casa. En el trayecto hablamos del convulso panorama político y de lo que se barruntaba en el horizonte. Fruto de las cervezas -y algún vino- que yo llevaba en el cuerpo -él las tomó sin alcohol-, le dejé caer que, igual, si las cosas cambiaban algún día, alguien se acordaría de nosotros, pues habíamos coincidido hasta 2012, casi simultáneamente, en sendos puestos de responsabilidad pública: él, al frente de la Jefatura Provincial de Tráfico, y yo, como director del Centro Territorial de TVE.
Recuerdo que Paco me dijo que no le apetecía para nada volver a su antiguo cargo. “Pues no creas que a mí mucho más. Yo lo que de verdad quiero es jubilarme”, le contesté rotundamente. Al despedirnos, vaticiné algo que intuí que pasaría en el futuro: “Paco, llegado el caso, ya verás la de gente que se postulará para pillar cargos y que incluso no se cortará un pelo a la hora de adelantar por la derecha”. Y él, como solía hacer a menudo, soltó una de sus sonoras carcajadas antes de meter primera y reemprender la marcha.
Francisco Javier Jiménez Jiménez era aragonés, de la cosecha del 61 y socialista, una condición esta última que no ocultaba. Sin embargo, su forma de ser y entender la vida le impedían ser un militante sectario, algo que hoy se lleva tanto en el mundo de la política, en general. Quizá a ello contribuyó tanto su formación jurídica como su cultura, al igual que ocurrió antes con otros socialistas tristemente desaparecidos como Ángel González o José Ramón Jara. Ejemplo de ello es la cantidad de gente que lo apreciaba. Creo no conocer a nadie que hablara mal de Paco. Buena prueba son las palabras que en prensa o redes sociales le han dedicado, tras su muerte, ocurrida este jueves, desde casi todo el espectro ideológico.
En diciembre de 2023 escribí aquí un artículo, luego de su segundo cese como delegado del Gobierno, elogiando el grado de compromiso, la generosidad y, ante todo, su dignidad a la hora de dejar un cargo. Como sospecho que no habrá muchos que expresen esto públicamente, seré yo el que lo haga: a Paco lo utilizaron de interino o comodín al frente de la Delegación del Gobierno no una, sino hasta dos veces, los que mandaban en su partido, el PSOE, siendo muy conscientes de que era un servidor público fiel y leal que jamás se sublevaría. Para argumentar su doble relevo, tras permanecer en ambas ocasiones escasos meses en el cargo, reprocharon su perfil técnico frente a uno político que, aseguraban, se precisaba para un puesto tan señalado en territorio comanche. Es decir, donde gobierna el PP desde hace más de 30 años. Sin embargo, nunca dudaron en echar mano de él, como hombre de transición, dialogante y conciliador, hasta que llegara el o la titular del sillón, según el caso. Y luego, lo retornaron a la secretaría general de la Delegación, a la que se incorporó en 2018.
Quizá por eso, leer determinados elogios y panegíricos, a la hora de despedirlo, por parte de algunos que entonces lo ningunearon, me resulta tan reprobable como vomitivo. Releyendo el artículo que le dediqué a finales de 2023, veo que pequé de diplomático y, posiblemente también, de resultar políticamente correcto. Entonces no quise cargar las tintas por el riesgo que entrañaba perjudicar al amigo. Ahora, cuando Paco se nos ha ido, me urge expresar en voz alta que él no se merecía eso. Y que lo que le hicieron, los que se lo hicieron, no solo resultó arbitrario; también injusto e improcedente para con un excelente funcionario del Estado y aun mejor persona. Porque como expresa un personaje de John le Carré en El jardinero fiel, novela con la que parafraseo el título de este texto, la inocencia nunca excluye la responsabilidad.
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