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Pamplona homenajea al guardia civil republicano que trató de frenar la sublevación de Mola y acabó fusilado

José Rodriguez-Medel.

Rodrigo Saiz

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Julio de 1936. Mientras Pamplona celebraba las fiestas de San Fermín, el gobernador militar de la plaza, Emilio Mola, ultimaba los detalles de la sublevación militar que protagonizaría pocos días después tras el golpe de Estado de 1936 y que provocó que la capital navarra fuera una de las primeras ciudades en alinearse con el nuevo régimen junto con la vecina Vitoria, la primera institución conquistada en toda España. Para garantizar el éxito de la rebelión militar, Mola quiso contar con el apoyo de la Guardia Civil, pero se encontró con el rechazo del comandante del cuerpo en Pamplona, José Rodríguez-Medel, quien se mantuvo fiel al Gobierno legítimo de la República. Como consecuencia, el 18 de julio -mismo día del golpe de Estado- fue asesinado con seis disparos por la espalda en las inmediaciones de la comandancia, situada en la calle de Ansoleaga. Este martes se le ha rendido un homenaje en el 87 aniversario de su fusilamiento.

La Asociación de Familiares Fusilados de Navarra (AFFN36) ha colocado un “tropezón” en el número 16 de esta calle del Casco Viejo de Pamplona, donde los informes de la época señalan que fue asesinado. Se trata de una placa de latón con la que, siguiendo el proyecto 'stolperstein' para conmemorar a las personas asesinadas por los nazis, se busca rendir homenaje y recordar a los represaliados por el franquismo. Como la de José Rodríguez-Medel puesta este 18 de julio, AFFN36 ha colocado otras 240 en la comunidad foral para conmemorar a las víctimas de la dictadura.

Natural de Siruela (Badajoz), se reencontró en Pamplona con Emilio Mola, con quien había coincidido en la Academia de Infantería de Toledo. Era junio de 1936 y el Gobierno de Manuel Azaña trataba de frenar, con el nombramiento como comandante de la Guardia Civil de alguien de su confianza, un intento de sublevación militar que sospechaban que Mola estaba planeando con otros generales del Ejército. Mola se tomó el nombramiento como un obstáculo a sus intenciones golpistas y, de hecho, hizo llamar a su despacho a José Rodríguez-Medel para tantearle, dado que en sus planes contaba con la Guardia Civil para la rebelión.

El autor y general de división de la Guardia Civil Gonzalo Jar Couselo realizó una aproximación de aquella conversación a raíz de los relatos de otras personalidades próximas al general Mola como Iribarren, Arrarás o Maíz, su secretario personal:

—Mola: Quiero hablarle, no en plan [de] general, sino de compañero. He decidido sublevarme para salvar a España, contra un Gobierno que nos lleva a la ruina y al deshonor y le llamo para decírselo y para saber si Vd. está dispuesto a sumarse al movimiento que ha de estallar dentro de unas horas.

—Rodríguez-Medel: Yo no puedo secundar ese movimiento.

—Mola: Le advierto a Vd. que cuento con toda la guarnición y con toda la provincia.

—Rodríguez-Medel: Yo cuento con mi fuerza.

—Mola: ¿Cree Usted?

—Rodríguez-Medel: Sí señor.

—Mola: Lamento su decisión. Mire que va a ser muy duro tener que enfrentar mis tropas con la Guardia Civil.

—Rodríguez-Medel: La Guardia Civil seguirá al lado del Gobierno. Ahora y siempre defenderé al Gobierno de la República como poder constitucional. Esa es mi postura.

—Mola: Entonces ¿no le importa nada la salvación de España?... ¿Qué haría si se implantase, dentro de unos días, el comunismo en nuestra patria?

—Rodríguez-Medel: Cumpliría con mi deber.

—Mola: ¿Y cuál es su deber?

—Rodríguez-Medel: Obedecer las órdenes del poder constituido.

—Mola: Sí, pues aténgase a las consecuencias.

—Rodríguez-Medel: Supongo que no será una amenaza o una encerrona, mi general.

—Mola: Usted no me conoce. Para eso no le hubiera llamado. Puede irse bien tranquilo porque, por lo que a mí atañe, no tiene nada que temer, ni en su vida ni en su libertad. Adiós.

—Rodríguez-Medel: A sus órdenes, mi general.

A las pocas horas de ese encuentro, cuando se dirigía a formar las tropas para trasladarse a Tafalla, donde estaba planeado establecer una línea defensiva que aislara a Navarra por el sur para hacer frente a la sublevación militar, fue asesinado en las puertas de la comandancia de Pamplona con seis disparos efectuados con arma larga, de calibre 7 milímetros, que se corresponden con las armas que utilizaba el Ejército, por varios guardias sublevados que le esperaban a la salida. Es considerado por algunos historiadores como la primera víctima del golpe de Estado en la Península.

Se da la circunstancia además, de que su cuerpo fue trasladado, tras serle practicada la autopsia, al cementerio de Pamplona, donde fue enterrado en un panteón sin una inscripción que lo identificase. Un año después, tras morir al despegar del aeródromo de Vitoria, la base de la Legión Cóndor nazi en España, los restos de Emilio Mola fueron sepultados, hasta 1961 cuando fueron trasladados al mausoleo de Los Caídos de Pamplona, en un panteón situado enfrente al de José Rodríguez-Medel.

No fue Rodríguez-Medel el único integrante de la Guardia Civil leal al Gobierno legítimo. Un alavés de Llodio llamado Juan Ibarrola, también con alta graduación, encabezó una de las dos columnas del Ejército de Euzkadi -erróneamente simplificado como un cuerpo exclusivo de 'gudaris' o combatientes nacionalistas- en la que fue su única y fallida ofensiva contra el bando franquista, la conocida como batalla de Villarreal. Al mando de la segunda columna estuvo el teniente coronel del Cuerpo de Carabineros de la República, Juan Cueto, también alavés y nacido en la propia Legutio (denominación actual de Villarreal de Álava), a la luz de las investigaciones de Josu Aguirregabiria. Según Michael Alpert, Ibarrola siguió combatiendo con las fuerzas gubernamentales tras la caída de todo el territorio vasco y acabó en un campo de concentración. Fue condenado a muerte aunque le conmutaron la pena. Murió en su Llodio natal en 1976, pocos meses después de fallecido Franco.

Y Salvador Lapuente Arbeo, que contaba apenas 22 años, en 1936, era agente de la Comandancia de Bizkaia y estuvo destinado, entre otros, en el cuartel de Alonsotegi, una localidad entonces dentro del término municipal de Barakaldo y ahora independiente. Sus ideas eran firmemente republicanas y, como otros agentes gubernamentales de la provincia, se opuso al golpe de Estado. En agosto ya estaba en el frente, en Usurbil. Tras caer herido en la zona de Larrabetzua, que formaba parte de la defensa conocida como Cinturón de Hierro, fue apresado por los sublevados el 13 de junio de 1937, primer día de la batalla de Bilbao, que caería seis días después a manos de las tropas franquistas, auxiliadas por los nazis alemanes y los italianos fascistas. Trasladado a Valladolid porque las tropas conquistadoras eran las de la VII Región Militar, fue sometido a un consejo de guerra en el que otros compañeros le delataron como “rojo”. El tribunal lo condenó a muerte y fue fusilado el 9 de mayo de 1938. Ahora, 84 años después, sus restos han sido localizados en el cementerio vallisoletano de El Carmen.

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