Enfermería escolar: una medida sanitaria, un avance educativo
¿Qué representa la Enfermería escolar? ¿Cuáles son sus funciones? ¿Qué tipo de incidencias sanitarias se producen en un colegio? Arantxa Arellano lleva diez años ejerciendo estas tareas en la ikastola San Fermín, uno de los pocos centros educativos navarros que dispone de su propia enfermera. Los beneficios de este puesto para el centro son claros: puede atender accidentes leves en las propias instalaciones, supervisar al alumnado con diversos problemas sanitarios (diabéticos, celíacos, alérgicos…), asesorar a tutoría y profesorado, coordinar campañas como las de hábitos saludables y, en definitiva, convertirse en un referente sanitario cercano para los y las estudiantes.
Sin embargo, la enfermera o enfermero escolar, un puesto más asentado en otras comunidades como Madrid, en Navarra todavía parece una rareza. Se trata básicamente de una cuestión, como casi todo en el mundo educativo, de recursos. La ikastola, por ejemplo, no cuenta con ayudas del Departamento navarro de Educación para abonar este gasto, al que hacen frente las madres y los padres de alumnos. Y esto es posible, además, en un centro del tamaño de San Fermín, que ronda los 1.550 alumnos. Para la directora de la ikastola, Pilar Vicente Imaz, ofrecer este servicio de Enfermería es un reflejo de ese nivel de alumnado pero, también, de “cómo entendemos la educación”.
Se trata de ofrecer un servicio integral, con una apuesta clara por la salud, y, por ello, preparan en el propio centro los menús, promueven la alimentación saludable, cuentan con una dietista y con una enfermera. Esta última, eso sí, también realiza labores de cuidadora en Infantil, porque, según reconoce Vicente, “habría sido muy difícil contar con una profesional así a jornada completa”. No obstante, el tratamiento de la diversidad parece demandar esta figura, puesto que “cada vez los centros tenemos que atender situaciones más complejas”: diabetes, celiaquía, alergias ahora más extendidas… De ahí que, como apunta la directora, para los padres y madres de alumnos contar con una enfermera escolar sea un elemento de “tranquilidad”.
Este debate en torno a la Enfermería escolar ha resurgido tras la reciente denuncia del padre de un alumno de un centro público cuyo hijo, diabético, tuvo problemas para acceder al comedor escolar porque no había quien supervisara que utilizaba (en este caso, disponía de bomba de insulina) la dosis adecuada para la comida. De ahí que desde la asociación de diabéticos de Navarra reclamaran al Departamento navarro de Educación, cuando menos, que se elaborara un protocolo que explicara cómo actuar en la red pública ante este tipo de casos. Y, cuando más, el colectivo apostaba por impulsar la figura de la enfermera escolar, un guante recogido por el Sindicato de Enfermería, SATSE. ¿Si hay empresas que disponen de profesionales sanitarios, por qué no hacer lo mismo en un centro escolar? O, como mínimo, reforzar el personal de los ambulatorios de referencia de cada centro.
Del hospital a la ikastola
La ikastola San Fermín va, en esta cuestión, un paso por delante. Hace una década, tras la jubilación de la persona que se hacía cargo de esta primera atención sanitaria en caso de una caída o similar entre los alumnos, el centro lanzó una oferta de trabajo: buscaba a un perfil de FP2 y euskera. Pero esta posibilidad también atrajo a diversas enfermeras de carrera. Ese fue el caso de Arellano, exestudiante de ikastola y entonces trabajadora del Hospital de Navarra. Se acababa de quedar embarazada, buscaba dar un giro a su carrera, y lo logró tras superar las pruebas.
Ahora recuerda que, cuando cambió el hospital por la ikastola, “pensé que serían cuatro tiritas y ya está”. Pero nada más lejos de la realidad. Asegura que, en la actualidad, no tiene tiempo para aburrirse. Cuando no hay una caída en el patio, un mareo, un ataque de ansiedad o un curso sobre alimentación o de reanimación, es época de gastroenteritis. O de anginas. O de gripe. Y siempre coordinándose con andereños y tutores, estando en contacto con el ambulatorio de referencia de la zona (en este caso en la urbanización de Zizur Mayor, donde, por ejemplo, se hacen las vacunaciones) y viendo de cerca cada caso.
Porque, para Arellano, esta es la clave de la figura de la enfermera escolar: que está ahí desde que los y las estudiantes apenas tienen 3 años, que les conoce, les ve crecer y, además, “no les pongo notas”. Esa cercanía con el alumnado marca la diferencia, mejora la atención y completa la educación. “Es un trabajo muy bonito”, destaca, sobre todo cuando los alumnos y las alumnas acuden a ella para “consultarme temas personales”. Para esta enfermera escolar, ese gesto es como un premio, la prueba de que los atendidos no son solo pacientes, sino personas (impacientes) en desarrollo.