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ENTREVISTA
Jane Nelsen, educadora

“Podemos conseguir muy buenos resultados con nuestros niños sin utilizar castigos ni recompensas”

Jane Nelsen / positivediscipline.com

Lucía M. Quiroga

20 de mayo de 2021 22:54 h

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Jane Nelsen (Utah, EEUU, 1937) es la mayor referente internacional en disciplina positiva, una corriente educativa basada en el respeto mutuo. Su libro Cómo educar con firmeza y cariño, que escribió en 1981 y fue revisando y ampliando a lo largo de los años, es la obra clave de esta corriente. Traducido a varios idiomas, la edición revisada fue publicada en España por Medici en 2007. En sus páginas puede encontrarse una guía completa para educar desde el respeto mutuo, favoreciendo la autoestima de niños y niñas con el objetivo de formar personas independientes.

Nelsen establece los principios fundamentales de esta corriente: firmeza y disciplina a la vez, sentido de pertenencia, educación a largo plazo, respeto mutuo y autoconfianza. Además de su obra clave, ha escrito otros 18 libros y ha sido coautora de una lista interminable de artículos y ensayos.

Es educadora y psicóloga, y a sus 84 años continúa en activo y asegura haber pasado bien la pandemia. “Ya me han vacunado, me encuentro bien. Este último año he disfrutado de poder bajar el ritmo y de estar en contacto con mucha gente de todo el mundo gracias a Internet”, cuenta al principio de la entrevista. Atiende a las preguntas de elDiario.es a través de videoconferencia desde Los Ángeles, donde vive actualmente.

Su libro Cómo educar con firmeza y cariño es un referente internacional para hablar de disciplina positiva. ¿Cómo, cuándo y por qué empezó a escribirlo?

Es una historia interesante, porque tengo siete hijos, a los que suelo llamar los de antes, durante y después de aprender disciplina positiva. Quería ser una buena madre pero no sabía cómo. Me movía entre los dos extremos: ser demasiado autoritaria y ser demasiado permisiva. No me sentía bien siendo autoritaria, con castigos y recompensas, y entonces empezaba a ser demasiado permisiva, con lo que los niños se volvían demasiado demandantes y consentidos. Estaba frustrada, como les ocurre a muchos padres.

Entonces decidí ir a una clase en la universidad sobre desarrollo infantil que estaba basada en el trabajo de Alfred Adler y Rudolf Dreikurs [quienes formularon, a principios del SXX, las primeras teorías sobre crianza democrática]. En esa clase el profesor nos dijo: “No voy a enseñaros un montón de teorías, sino solamente una y sus aplicaciones prácticas, que realmente funciona para enseñar a los niños autodisciplina, responsabilidad y cooperación”. Pensé que aquello sonaba fenomenal. Empecé a aprender mucho sobre esta forma de educar, de manera firme y amable a la vez, y quise compartirlo con otra gente.

Según usted, la clave para educar bien es ser amables y firmes a la vez. ¿Cómo se consigue eso?

Combinar ambas cosas puede ser complicado para aquellos padres que se mueven entre ambos extremos, pero es fundamental ser amables y firmes a la vez. La amabilidad es importante para demostrar que respetamos al niño, mientras que la firmeza es importante para demostrar que nos respetamos a nosotros mismos y entendemos las necesidades de la situación. Los métodos autoritarios carecen habitualmente de amabilidad, y los métodos permisivos carecen de firmeza.

Uno de los puntos principales es pensar cuál es el desafío y cuál la solución, al contrario que en un modelo autoritario, donde pensaríamos cuál es el problema y cuál es el castigo, o en un modelo permisivo, en el que dejaríamos a los niños decidirlo todo. Es un enfoque completamente diferente.

Para usted, educar solo con firmeza o solo con cariño es igual de peligroso. ¿Cuáles son los riesgos de ambos extremos?

Un comentario muy típico de algunos padres es el de: “Bueno, a mí me castigaban y no salí tan mal”. Lo que intento explicarles siempre es que, efectivamente, hemos salido bien, pero no sabemos cómo habríamos salido si hubiéramos sido tratados con respeto y hubiéramos sentido un amor incondicional por parte de nuestros padres. A mí me castigaban cuando era pequeña, y es cierto que salí bien, pero yo no creo que mi madre disfrutase haciéndolo. Y yo tampoco disfrutaba haciéndolo con mis hijos. En esa clase de la que te hablaba, me encantó aprender que podemos conseguir muy buenos resultados con nuestros niños sin utilizar castigos y recompensas.

A otra gente le gusta la disciplina positiva porque no quieren castigar a sus hijos, y a veces se van al otro extremo y se convierten en demasiado permisivos. Y nos encontramos con los niños decidiéndolo todo: a dónde se va la familia de vacaciones, qué programa quieren ver en la televisión… Muchos padres tienen un concepto equivocado de la amabilidad, se vuelven demasiado permisivos porque no quieren ser punitivos. Algunos creen erróneamente que están siendo amables cuando complacen a sus hijos, o cuando los rescatan y protegen de cualquier decepción. Pero esto no es ser amable: es ser permisivo. Ser amable entraña ser respetuoso con el niño y con uno mismo. No es respetuoso consentir a los niños.

Defiende que la dignidad del niño o niña debe ser respetada. ¿Cree que la sociedad actual respeta a la infancia?

Alguna gente dice que la disciplina positiva es otra forma de manipular a los niños para que hagan lo que los adultos queremos, y eso no es verdad. No puede ser entendida así. Los padres tienen que entender que es una metodología que se basa en la dignidad y el respeto, en animar a los niños a hacer las cosas bien. Una de mis frases más conocidas es: ¿Cuándo tuvimos la genial idea de que para conseguir que los niños hagan las cosas mejor tenemos que hacerles sentir mal? La ciencia ha demostrado que los niños hacen las cosas mejor cuando se sienten mejor. Alfred Adler fue uno de los primeros en decir que todo el mundo merece ser tratado con dignidad, incluso los niños. Se trata de respeto mutuo.

También es importante que el niño se sienta parte de la comunidad y que tenga confianza en sus propias capacidades. ¿Por qué?

Dos necesidades básicas de los seres humanos son el sentido de pertenencia y sentirse importantes. Alguna gente cree que estos dos conceptos son lo mismo, pero no. Tenemos que querer a los niños para que se sientan parte de la comunidad, pero para sentirse importantes tienen que contribuir en algo. A mí me encanta la idea de que los niños tienen que sentir la conexión antes que la corrección.

Los niños se sienten bien cuando sienten que forman parte de su comunidad, se sienten importantes cuando son capaces de hacer cosas por sí mismos. Por eso es tan importante decirles: “Sé que puedes hacerlo, voy a apoyarte, pero no lo voy a hacer por ti”. Al principio los niños protestarán, pedirán que lo hagas por ellos, pero cuando lo consigan se sentirán bien porque lo han logrado. Y también, si hay algo que no quieren hacer, se sentirán mejor si validamos sus sentimientos: “Sé que querías tener ese juguete y no puedes tenerlo en este momento”. Es mucho mejor eso que hacerles sentir vergüenza, culpabilidad o dolor cuando quieres que hagan algo.

En realidad, estas herramientas funcionan no solo para la crianza, sino que son habilidades que van a utilizar a lo largo de su vida adulta.

Exacto. Lo que nos encontramos muchas veces es que los padres que llegan a nuestros talleres vienen pensando en adquirir herramientas para criar a sus hijos y acaban diciendo: “Creía que quería cambiar a mis hijos pero soy yo el que tiene que cambiar primero”. Tenemos que aprender nuevas habilidades para enseñárselas a nuestros hijos. Además, hay mucha gente que nos dice que todo lo que aprenden con la disciplina positiva funciona también para sus relaciones de pareja, en sus trabajos, con sus jefes, en otros entornos fuera de la familia. Como se basa en principios básicos para motivar a la gente a ser mejores, funciona en todos los aspectos de la vida.

También propone pequeños cambios, que parecen sutiles pero no lo son tanto, a la hora de abordar diferentes situaciones con los niños. ¿Puede ponernos algunos ejemplos?

Por ejemplo, cuando no quieren lavarse los dientes, podemos decirles: “Sé que no quieres lavarte los dientes, sé que puede ser molesto, y lo vamos a hacer juntos. ¿Hacemos una carrera hasta el baño?”. Esto en lugar de decir: “Tienes que hacerlo o te voy a castigar”. Otro ejemplo, para validar los sentimientos de los niños: lo que tenemos que enseñarles es que lo que sienten siempre está bien, pero lo que hacen no siempre lo está. Decirles: “Puedes estar enfadado pero no por eso puedes pegar a tu hermana pequeña”. Y ofrecerles opciones: “Está bien que te sientas enfadado, pero piensa qué puedes hacer que no haga daño a otras personas”. O si han sacado un sobresaliente, en lugar de celebrar eso, decirles: “Sé que te has esforzado mucho para lograrlo, debes estar orgulloso por ello”. 

¿Y qué pasa si fallamos en el proceso, qué ocurre cuando hay errores?

Tenemos que entender los errores como oportunidades para aprender. Este es un principio muy básico de la disciplina positiva. Los niños no se tienen que sentir mal si fallan en algo, no tienen la presión de ser perfectos, así que pueden ser más creativos. No tienen que sentir vergüenza si cometen un error, sino que pueden aprender de él. Y esto funciona también para los padres: la disciplina positiva no hace a tus hijos perfectos, pero a ti tampoco como padre. Una de las habilidades que los padres aprenden con la disciplina positiva es a disculparse con sus hijos cuando cometen un error.

¿Cómo ha afectado la crisis del coronavirus a la convivencia familiar? ¿Se hace más difícil aplicar los principios de la disciplina positiva durante un confinamiento?

Esta crisis ha hecho que muchas cosas sean un poco más difíciles, pero también ha traído beneficios. A muchas familias les ha ayudado, por ejemplo, a establecer rutinas, a implicar a los niños en esas rutinas para hacerlas juntos. Y a otras la disciplina positiva les ha ayudado a sobrellevar la situación, por ejemplo a través de las reuniones familiares. Yo siempre recomiendo que, al menos una vez a la semana, las familias se sienten y hagan una reunión en la que resolver problemas, buscar soluciones y favorecer la colaboración. La crisis de la COVID-19 ha sido una oportunidad para hacer que los niños se impliquen, que contribuyan y que aprendan a ayudarse unos a otros: cómo hacemos para mantener la casa limpia entre todos, para hacer las comidas, para hacer los deberes, etc…

Tiene siete hijos, 22 nietos y 18 bisnietos. ¿Funcionaron estos principios en su casa, para criar a su familia?

¡Sí, claro! Estos principios funcionaron y yo disfruté mucho más de ser madre de esta forma. Mis hijos han sido siempre mi fuente de inspiración, he aprendido mucho de ellos. A veces incluso me decían: “¡Mamá, eso no parece muy de disciplina positiva!”. Aprendieron a ser respetuosos, a permitirse cometer errores. Aprendieron los principios universales de la disciplina positiva, que son la clave para que funcione en tantos países, ya que fija los principios básicos de la mayoría de la gente: el amor, la dignidad, el respeto, la responsabilidad, la contribución a la familia y a la sociedad.

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