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Diana Oliver, escritora: “Para comer sano no solo hay que tener recursos económicos, también formativos”

La periodista Diana Oliver con su libro '¡Ñam! Sobre lo que comemos'

Patricia Gea

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A diferencia de otros animales, para los seres humanos el acto de comer responde a mucho más que una necesidad fisiológica. Es tradición y cultura, hábito e incluso identidad. Comemos alrededor de una mesa, en un espacio y con unas herramientas destinadas a ello, reunidos con los seres queridos, para celebrar fechas señaladas y compartir. Hemos levantado negocios dedicados exclusivamente a la gastronomía, hablamos de 'turismo gastronómico': comer es mucho más que llenar la barriga.

A las librerías ha llegado un boom de libros de recetas que nos invitan a comer más sano, más sostenible, mejor, pero no nos dicen por qué es conveniente que lo hagamos ni cómo evaluar el impacto que tiene en nuestras vidas la forma en que leemos los alimentos y los consumimos. Esta toma de conciencia debería comenzar en la infancia. El libro que acaba de publicar la periodista Diana Oliver, ¡Ñam!, sobre lo que comemos (Editorial Andana), renueva la mirada sobre las comidas en un texto que abarca todos sus estadios, desde el componente social a las alergias o el impacto en el medioambiente, y que conducido por las ilustraciones de Carmen Saldaña se presenta como una guía educativa constructiva para niños y niñas, y también adultos.

Creo que nunca me había hecho la pregunta con la que empieza el libro: '¿Por qué comemos?' Es curioso cómo una cuestión tan simple puede concienciar mucho más que un manual de nutrición.

Hay que empezar por el principio. Hay mucha información sobre alimentación, pero ¿sabemos por qué comemos? Comemos por otras cosas además de para cubrir una necesidad primaria. Si lo pensamos bien, nuestra cultura y nuestra sociedad giran alrededor de un mantel. Pues ese es el primer paso, saber por qué está ahí y cuál es el alcance de algo que forma parte de nuestras vidas cada día. El libro es una especie de caminito con migas de pan: por qué comemos, cuales son los alimentos que deberían ser la base de la alimentación, qué alimentos tienen carné de saludable y cuáles no, sobre todo en el apartado de procesados y alimentos a evitar. Con esa orientación mínima para luego decir: vale, ya sé qué es lo básico, ahora seguiré investigando.

Parece que buscamos pautas y directrices, o soluciones mágicas, en vez de someter nuestros hábitos alimentarios a reflexión.

Es que la publicidad es tremenda. Por un lado, creo que hablamos más que antes de lo que comemos, porque internet ha recogido mucha información y derribado muchos mitos fomentados por el marketing alimentario, pero no sé si somos muy conscientes todavía de lo que comemos. ¿Sabemos analizar las etiquetas que hay detrás de un procesado? No demasiado bien, porque la publicidad nos ha hecho un lío, nos vende como productos saludables cosas que no lo son, así que tenemos que aprender a averiguar si nos está diciendo la verdad y eso se consigue aprendiendo qué tiene el producto original.

¿Todo el mundo puede permitirse comer sano? ¿Es más caro, o esto también es un mito?

Primero tienes que tener la conciencia de querer hacerlo y luego, efectivamente, los recursos. Pero también recursos a nivel formativo, no solo económico. La educación que recibimos también influye mucho en lo que comemos, lo haremos mejor si tenemos condicionantes que nos lo faciliten un poco. Hay mucha información y por lo tanto hay que saber organizarla, saber dónde ir, a quién acudir en caso de necesitar ayuda y empezar por cosas muy sencillas, pequeños cambios para los que está bien valerte de manuales de alimentación, pero que sean completos. Por ejemplo, la guía catalana de alimentación hecha por la Agència de Salut Pública es una pasada. De hecho, este libro está muy inspirado en ella. Ese es el primer recurso del que debe disponer la gente, la formación. Y si lo vemos imposible, tirar de nutricionista, pero eso ya es un gasto que no puede permitirse todo el mundo. En realidad el objetivo no ha de ser la perfección sino la conciencia de lo que estamos comiendo.

¿Cree que es necesaria más educación alimentaria también en los colegios tanto para estudiantes como para docentes? ¿Y cómo debería enfocarse?

Sí, porque comer implica muchas cosas a todos los niveles. A veces caemos en el error de centrarnos solo en lo que nos aportan los alimentos y los beneficios que tienen para la salud, pero hay detrás un carácter social, cultural que también hay que enseñar a los niños y las niñas. O por ejemplo las alergias, es muy habitual encontrarlas en varios alumnos de una clase, así que tendremos que enseñarles que comer tiene también una implicación para la salud en este sentido. Otra cosa: ahora todo se vende con etiqueta de 'bio', pero quizá habría que centrar el esfuerzo en hacer pedagogía del consumo local y los alimentos de temporada. O el deporte, no podemos hablar de alimentación y olvidarnos del movimiento porque si estamos todo el día sentados en el sofá, por mucho que comamos muy bien, estamos destrozando por un lado lo que construimos por el otro.  

Para cuidarse hay que adoptar toda una serie de costumbres, una forma de vida.

Es tomar un poco de conciencia de todo, en general. Saber que los pilares para una vida saludable están en la alimentación, en el descanso, el ejercicio físico, la ingesta de líquidos saludables, el no consumo de alcohol y bebidas azucaradas, e intentar huir del estrés todo lo que podamos, lo que es una utopía para muchas de nosotras.

¿Es imposible alimentarse bien al ritmo que nos movemos, por ejemplo, en las grandes ciudades, donde la vida nos come a nosotras?

Contribuye a que comamos mal, sin duda. Es muy sencillo encontrar comidas preparadas, hay una sección entera de refrigerados con comida lista para calentar. Vamos corriendo, no hay más horas para hacer lo que se nos exige. Pero también es cierto que podemos aprender cuatro cosas, cuáles son los alimentos básicos en una dieta y a partir de ahí tirar de ellas. Si vas muy pillada de tiempo en vez de hacer un guiso puedes comprar un bote de legumbre que ya viene cocido con el que puedes preparar un millón de cosas muy rápidas y que no son tan perjudiciales como la comida preparada, que contiene cantidades ingentes de sal e ingredientes no saludables. Las legumbres de bote, el tomate triturado o incluso las verduras congeladas sirven perfectamente. Además podemos organizar un menú y cocinar un par de días a la semana e ir sacando.

El libro nos invita también a salir de los límites de nuestra realidad y asomarnos al mundo, a la cultura gastronómica de los distintos puntos geográficos del globo.

Llevo muchos años escribiendo contenidos sobre maternidad, educación, salud… y me he dado cuenta de que uno de los conflictos cuando se empieza con la alimentación complementaria de los bebés (a partir de los seis meses) surge de la creencia de mitos. Lo que se puede hacer y lo que no depende mucho del país o la región. En España, por ejemplo, antiguamente se decía que a los bebés no se les debía dar fresas porque provocaban mucha alergia. Fuera de aquí no había esa norma o recomendación. La idea del libro también es plantearte preguntas, que llegues a saber otras cosas. ¿Qué desayunan los niños en Nueva Zelanda? ¿Puedo sacar algo de ahí? Claro que sí.

Para quienes se inician en la vida sana, ¿podría dar una fórmula sencilla de plato saludable?

Lo que más ayuda, aunque ahora se ha popularizado y tergiversado el tema, es la fórmula saludable de Harvard, que dice que la mitad del plato deben ser hortalizas frutas y alimentos de origen vegetal, y la otra mitad hidratos de carbono y producto animal. Se pueden hacer muchas combinaciones con esto. Una pasta de tomate casero con una ensalada para el centro, mira que cosa más sencilla.

¿El error común en los primeros pasos hacia una dieta sana?

Tener en casa cosas que no quieres que tus hijos coman. Si no lo tienes en casa, cuando te dé la tentación no vas a caer. Sobre todo bollos y galletas para desayunos y meriendas. Es verdad que no van a pasar de un día para otro de comer fatal a comer bien, es imposible, pero el truco para conseguirlo es ir sumando cambios hasta encontrar el punto en el que estén a gusto y haya un equilibrio entre lo que les gusta y lo que les sienta bien. La clave está en el equilibrio.

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