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No hay emociones buenas y malas y otras ideas para trabajar la salud emocional con niñas y niños

Un grupo de niños, niñas y adultos en Valencia.

Elena Couceiro

No parece exagerado decir que los padres y madres de hoy vivimos, cuando éramos niños, de espaldas al mundo emocional. Seguramente en nuestra infancia expresiones como “empatía” o “poner nombre a nuestras emociones” eran poco habituales, y lo mismo en la de nuestros padres y madres. Sin embargo, nos ha tocado educar en un momento en el que se subraya y reconoce el papel de las emociones en la salud de nuestros hijos y proliferan los consejos para fomentar la empatía, el reconocimiento de los sentimientos y la escucha activa de los menores. ¿Qué supone para nosotros y la relación con nuestros hijos educar en las emociones si nosotros no exploramos ni conocimos ese mundo emocional en nuestra infancia?

Yolanda Salvatierra, psicóloga infantil y responsable del proyecto Kash-Lumn Family Care, cree que podría decirse que somos analfabetos emocionales y que estamos viviendo actualmente una alfabetización en ese sentido. Explica que tradicionalmente “se intentaban ignorar o en todo caso reprimir las emociones porque en general el mundo de los sentimientos y su expresión se ha relacionado a lo largo de la historia de la humanidad con personalidades débiles”. Andrea Zambrano, coautora del libro Educar es emocionar, piensa que esta alfabetización emocional se asemeja a “aprender un nuevo idioma”. Por su parte, Ángeles Jové, también responsable del citado libro, lamenta que tradicionalmente no hemos dado importancia a nuestra condición de seres emocionales: “Se nos ha llenado la boca con la idea de que somos seres racionales, con aire de superioridad”.

Este “nuevo idioma” ha surgido en apenas una generación y se ha dado a conocer gracias a los avances en las investigaciones sobre el cerebro y a “la repercusión para los procesos productivos y empresariales” de la obra de Daniel Goleman Inteligencia emocional, publicada en los noventa, cuenta Salvatierra. Aunque en realidad ya Aristóteles decía que “educar la mente sin educar el corazón no es educar en absoluto”. En todo caso, hoy día parece que tenemos claro que “la razón se construye sobre la emoción”, como afirma Zambrano y que “sin emociones no es posible el aprendizaje y sin este un desarrollo saludable”, en palabras de Salvatierra.

Si la educación emocional es un nuevo lenguaje, ¿cuáles serían las primeras “palabras” que deberíamos aprender? Tal vez el primer paso sería entender que las emociones tienen “como función la protección de la vida y el desarrollo de capacidades adaptativas que activen el aprendizaje”, explica Salvatierra. “Las emociones nos ayudan a tomar decisiones”, complementa Jové. Si se les pregunta cuál es la primera clave de la salud emocional, las tres expertas lo tienen claro: “Conectar con los propios sentimientos y validarlos”, afirma Salvatierra. Así podremos cumplir la misión de “acompañar las emociones infantiles”. “Darse permiso para compartir sentimientos es el primer paso para vencer la vulnerabilidad y conectar con la verdadera misión de las emociones”, señala la psicóloga.

Validar las emociones

Andrea Zambrano lo explica así: “¿Cómo vas a enseñar a tu hijo a hablar inglés si no has aprendido primero?”. Otra de las claves de esa salud emocional es legitimar sin juzgar las emociones. “El mirar a tu hijo sintiendo verdadera curiosidad por quién es y cómo ve el mundo y qué le está pasando por dentro cuando te monta esa rabieta o cuando te contesta así, el ir más allá, el escuchar sus necesidades y sus emociones, eso sería un grandísimo paso”, dice Zambrano. Y es que a veces padres y madres queremos sacar a nuestros hijos de emociones que no nos gustan, como el enfado o la tristeza. 

Sin embargo, Salvatierra quiere dejar claro que “no hay emociones malas y emociones buenas y es importante validarlas todas”, no corregirlas, sino enmendar el comportamiento, resume la psicóloga infantil. “Un comportamiento inapropiado siempre es la expresión de un malestar que el niño no sabe comunicar de otra manera. Hay que descubrir qué emoción se esconde tras éste. Hay que validar dicha emoción pero no por el comportamiento que produzca, sino por la sensación que conlleve”.

Para explicar que no hay emociones buenas ni malas, la experta muestra las ventajas de algunas que, tradicionalmente, hemos visto como negativas o indeseables: “El sistema emocional es esa parte de nuestro cerebro que reacciona cuando toca aprender. Si nos encontramos con algo desconocido, activa el miedo y nos pone en guardia; si lo que ocurre es que el desafío que tenemos nos conecta con la propia impotencia, activa el enfado y nos proporciona la energía para superarnos”.

En este sentido, es importante conocer qué activa cada emoción en nosotros. Así, “si sabemos que el miedo nos obliga a poner en marcha la curiosidad o que el enfado nos ayuda a esforzarnos, mantendremos la calma, ofreceremos recursos y aprenderemos de la experiencia”. Jové, por su parte, subraya la importancia de acompañar las emociones de los niños y niñas: “Sus emociones les pertenecen. Él vive eso de esa manera, que a lo mejor es diferente de la tuya y te puede parecer mal, pero es su vivencia. No la juzgues, acompáñala, sostenla y legitímala”.

¿Qué se llevan las familias?

El hecho de que eduquemos en un momento en el que se reconoce el peso de las emociones en la salud tiene cosas muy positivas, afirman las tres expertas consultadas. Andrea Zambrano lo resume así: “Los padres hemos ganado tener una relación más fluida y de disfrutar de nuestros hijos. Y empoderarnos, porque la sensación que tienes como madre cuando eres capaz de influir en tu hijo y sentirte conectada con él y disfrutando, es más plena para los padres”. Por otro lado, cuando un niño se siente “visto y reconocido, ese niño va a salir a la vida mucho más preparado y más respetuoso consigo mismo y los demás”.

Ser conscientes de la importancia de las emociones es clave, insiste Jové, porque padres y madres “creamos el contexto emocional en casa. Las emociones son muy contagiosas”. Salvatierra considera muy positivo “el interés de las familias por conocer el desarrollo infantil y el mundo emocional porque la salud emocional permite la maduración a todos los niveles: físico, psíquico y social” y resalta que “una óptima salud emocional es la que fomenta la empatía y el respeto hacia los sentimientos del otro mejorando las relaciones sociales”.

Pero lo cierto es que no deja de ser todo un reto y puede suponer una exigencia más para los padres y madres “en un entorno hostil” que “no valora los cuidados”, coinciden Zambrano y Jové. “Pongamos el foco en lo que sí podemos hacer. Pero también hay que cambiar cosas en la sociedad” para reconocer los cuidados y ser más amables con madres y padres “y, en consecuencia, con los niños”, apuntan. “La maternidad tendría que ser un asunto público, no privado de cada uno”, concluye Zambrano.

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