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Elsa Punset: “Decir a los hijos que no lloren o sufran es entender mal lo que significa educar emocionalmente”

Elsa Punset

Ana M. Longo

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Elsa Punset (Londres, 1964), licenciada en Filosofía y Letras, Máster en Humanidades, Periodismo y Educación Secundaria, es autora de la exitosa colección de cuentos Los atrevidos. La novena entrega: Los Atrevidos en la isla de los Nimóviles (Beascoa, 2023), ilustrada por Ester Garay, se completa con El taller de las emociones, que surte de herramientas a familias y profesores para abordar la exposición a las pantallas a través de una adecuada gestión emocional.

Punset dirige el Laboratorio de Aprendizaje Social y Emocional y es autora también de Brújula para navegantes emocionales (Aguilar), su bestseller Una mochila para el universo o la colección de literatura infantil Bobiblú (Beascoa). Explica que, en las primeras décadas de vida, hay que enseñar buenos hábitos de consumo digital y ser modelos: “No hay que olvidar que para ellos no es lo que dices, sino lo que haces. También debemos reeducarnos junto a ellos y aprender en familia”.

Se discute mucho sobre la edad más adecuada para dar el móvil a un niño. Recientemente, un grupo de madres de Catalunya impulsó una iniciativa para prohibir el uso de móviles hasta los 16 años. ¿Qué opina usted? ¿Deben conocer desde temprana edad los niños todos los peligros que esconde Internet?

Cuando hablamos de tecnología con nuestros hijos, más que prohibir hemos de regular. Nos estamos inventando sobre la marcha una forma de vivir y de educar en un mundo digital. De hecho, hasta 2019 no empiezan los grandes estudios sobre el impacto que esto tiene en la salud mental de los hijos. La tecnología es muy potente, afecta a cómo vivimos, trabajamos y nos relacionamos y creo que es absolutamente lógico que escuelas y padres estén preocupados.

Lo que dicen los estudios es que las escuelas libres de móviles no solo mejoran los resultados académicos, sino que también mejoran las relaciones sociales de los niños entre sí, entonces podríamos asegurar que es mejor una escuela libre de móviles. Tenemos una epidemia de salud mental en niños preadolescentes y sabemos que se ven muy afectados por las redes sociales. Por lo tanto, como comunidad educativa hay que hablar del tema, de los peligros y los daños y tomar decisiones.

¿Qué opina usted sobre la privacidad/protección de los menores en cuanto a la publicación de imágenes de estos en las redes sociales de la escuela?

Los humanos somos seres sociales y tenemos este sesgo que nos lleva a hacer lo que hacen los demás o la mayoría. No obstante, educar responsablemente es enfrentarte a eso que piensa y hace todo el mundo, informándote bien y siendo racional pese al temor de hablar con el hijo o la comunidad educativa.

Con el hijo se pueden proponer y pactar unos límites razonables a cambio de ofrecer algo. A los niños se les puede brindar tiempo de calidad y hacer todo aquello que requiere los cinco sentidos, como señalo en el libro (estar en la naturaleza, pintar, conversar...).

¿Qué hemos de tener en cuenta los padres para enseñar a los niños sobre la privacidad de su propia imagen?

Es importante enseñar a los hijos sobre el consentimiento en el uso de la tecnología, por ejemplo, pidiéndole permiso al hacerle una foto o a algo suyo, como un dibujo, para compartirla.

Hablamos de un consumo y una gratificación inmediatos, por lo que el adulto no debe caer ahí. El adulto tiene una corteza cerebral bien desarrollada y control de impulsos, pero un niño pequeño está sin defensas frente a esta tecnología tan atractiva que le genera esos picos de dopamina en un cerebro tan inmaduro. Por lo tanto, somos nosotros quienes hemos de poner los límites.

¿Considera que hoy en día –como sucede en su cuento– dejar el móvil de lado en más de una ocasión resultaría más beneficioso en muchos aspectos a nivel personal, familiar y social?

Si dices a alguien algo desagradable a la cara, inmediatamente se forma como un intercambio de esa emoción. Tenemos neuronas espejo, reflejamos la emoción del otro, pero a través de la pantalla nos deshumanizamos. Tienes que ser muy maduro para poder empatizar con el otro a través de una pantalla, y eso a los niños les está costando mucho, hay mucho acoso y necesitan de nosotros para no hacer daño a otros.

Asimismo, hay estudios que también nos dicen que los padres ni se imaginan a lo que se enfrentan sus hijos en las redes sociales, es decir, la avalancha de pornografía, de desinformación, los retos virales peligrosos, la violencia, las horas perdidas... y la exposición, sobre todo, de las niñas al acoso machista, al lenguaje sexista, a los prejuicios.

Hay dos grandes factores que están perjudicando la salud de nuestros hijos en esta generación: la sobreprotección física y el abandono digital. La tecnología es el fast food de la mente, y para el adulto muchas veces es cómodo ver al hijo tranquilo frente a una pantalla por la vorágine diaria en la que nos vemos envueltos. También son preocupantes los datos que tenemos sobre que los niños hacen cada vez menos ejercicio físico y cada vez duermen menos al estar entretenidos con las tabletas y los móviles.

¿Cómo explicaría usted el concepto de inteligencia emocional a padres que lo desconocen y por qué es tan importante que los niños la desarrollen?

La inteligencia emocional es un término que se acuñó hace unos años, cuando empezamos con el mundo tecnológico para poder entrar en la caja negra del cerebro y conocerlo. Hasta el momento nos habían dicho que era puramente racional, pero en el cerebro humano emociones y racionalidad van de la mano. Hay una emoción en la base de todo lo que haces, desde que te despiertas hasta que te duermes. El cerebro depende de esas emociones y estas son entrenables.

Hablamos de un cerebro antiguo, del Paleolítico, programado para sobrevivir y que da mucha importancia a emociones básicas humanas como el asco, la tristeza, el miedo o la ira. La alegría se encuentra en un rincón. Considera que para la supervivencia es más necesario el miedo o la ira; contamos con esta inclinación negativa.

Cuando tienes un hijo, nace con una enorme capacidad para la alegría, la curiosidad. De hecho, los niños ríen y sonríen muchas más veces al día que los adultos, aunque si no educas sus emociones no estás educando una parte muy importante de su inteligencia.

Educar en inteligencia emocional es enseñar a estos niños a poner nombre a esas emociones, a comprender lo que les mueve, a entender por qué las emociones negativas pesan tanto, el porqué de tanto estrés o ansiedad... Esto les posibilitará gestionar sus propias emociones, entender las de los demás, motivarse... Los grandes objetivos de una educación e inteligencia emocional.

¿Es acertado decir a los hijos 'no llores', 'no sufras'? ¿Estamos invalidando lo que sienten? ¿Qué mensaje les estamos mandando así?

No validamos lo que sienten y es entender mal lo que significa educar emocionalmente. No les estás enseñando cómo expresar y gestionar sus emociones. Ninguna emoción es en sí misma ni buena ni mala. La ira puede ser el germen de la justicia social y es bueno sentirla. Lo que no lo es, es coger un arma y atacar a personas. Hay que enseñar al niño a canalizar la ira u otra emoción de una forma constructiva, no dañina pero sí eficaz. Con la tristeza, lo mismo.

En las últimas décadas hemos pretendido asegurar que la vida no es difícil, y la vida es intrínsicamente difícil, para empezar porque somos mortales y sufrimos pérdidas y procesos de adaptación, como afrontar que los hijos un día se vayan de casa.

Debemos preparar a nuestros hijos para que puedan vivir una vida con momentos y emociones complicadas y ayudarlos a potenciar esa alegría que ocupa un espacio relativamente pequeño en el cerebro humano.

Han de aprender a no agrandar las dificultades, a no complicarse la vida inútilmente, pero eso no significa desautorizar sus emociones. No podemos decirles que, si están tristes, se distraigan con la tableta, porque se convertirá en un niño que no aprenderá a autorregularse. No encontrará alegría en sí mismo, sino que va a depender de un dispositivo electrónico para no pensar en el sufrimiento o la preocupación y eso no es la solución a crisis y retos.

¿Cree, entonces, que hoy en día nos preocupamos más por saber qué sucede a nivel interno, emocional, mental y lo tenemos en cuenta a la hora de educar a los hijos?

Hay generaciones en las que a los padres ni se les ocurría preguntar al hijo si era feliz. El siglo XX fue el siglo de la salud física, y le dimos mucha importancia a todo lo que era aprender a alimentarse mejor o aprender hábitos de higiene básicos, pero en cuanto a salud mental dabas por sentado que el ser humano no cambiaba.

La idea que tenemos ahora de que podemos educar las emociones, que tenemos un cerebro entrenable o que podemos aprender habilidades es una llave de libertad enorme que tiene esta generación y no teníamos nosotros. Hoy en día los padres son conscientes de cuidar de la salud mental y desarrollar buenos hábitos, al igual que con la salud física.

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