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ENTREVISTA Psicólogo

Máximo Peña: “Hay una epidemia de 'padrazos' alabados por cumplir con su función, haciendo menos que las mujeres”

Máximo Peña

Diana Oliver

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Para Máximo Peña (Caracas, 1970), todo nuevo padre aspira a ser un padre mejor que el que tuvo. Probablemente no todos lo conseguirán, y alguno que otro se perderá por el camino, pero quienes tienen hijos e hijas hoy transitan por lugares que posiblemente sus padres no llegaron a imaginar. “Él hizo todo lo mejor que pudo y yo hago lo que me toca”, sostiene Peña cuando se le pregunta si cree que ha logrado ser un padre mejor de lo que fue el suyo. Acaba de publicar Paternidad aquí y ahora (Arpa), un libro en el que aborda desde ámbitos como la psicología, la neurociencia o la filosofía la construcción del papel de padre, del que dice que “en equidad con las mujeres, tiene el potencial de convertirse en un factor de cambio social”.

¿Cómo es ser padre aquí y ahora?

Si tuviera que elegir una palabra para describir la función paterna en el siglo XXI, sería presencia. Para ser padre aquí y ahora hay que estar presente. Una presencia consciente, responsable y amable. Aunque el rol de padre proveedor sigue teniendo vigencia, se ha vuelto insuficiente. En el libro aporto un concepto: el de paternidades del cuidado, en el que la corresponsabilidad entre el hombre y la mujer en materia de labores domésticas y de cuidados se aborda desde la perspectiva de los niños y las niñas, de qué es lo más conveniente para ellos y ellas en cada situación, tomando en cuenta por igual las necesidades de todo el sistema familiar. La idea del hombre como cabeza de familia es un anacronismo. Además, la paternidad no puede seguir siendo, como lo ha sido para muchos hombres, un título vacío de contenido.

¿Son mejores padres los padres de hoy de lo que fueron sus propios padres?

Las comparaciones son injustas y las generalizaciones, también. Habrá de todo. Los hombres que se convirtieron en padres en la España posfranquista respondían a lo que se esperaba de ellos en el momento histórico que les tocó vivir, así como sus padres pasaron por la dureza de la guerra civil y de la posguerra. La paternidad está, indudablemente, marcada por el contexto social. Hace cincuenta años pensar que el castigo físico era parte de una educación sana podía ser visto como algo normal. Sin embargo, que hoy en día haya personas que aún defiendan las bondades de dar “un cachete a tiempo” produce indignación. Cada generación está influida por su propio marco de pensamiento y responde a sus propios retos. A los hombres de hoy nos toca responder al desafío de ser padres en el contexto de la transformación social que reclama el feminismo.

Para ser padre aquí y ahora hay que estar presente. Una presencia consciente, responsable y amable. Aunque el rol de padre proveedor sigue teniendo vigencia, se ha vuelto insuficiente

Escribe: “La paternidad pertenece a esa categoría de acontecimientos que no hemos vivido nunca y de la cual no tenemos experiencia”. ¿Asusta o no interesa este nuevo escenario de cuidados?

Las dos cosas. Por un lado, muchos hombres sienten miedo ante el escenario de la paternidad; yo mismo lo sentí. Los hombres tienen miedo a no estar preparados, a perder la libertad, a no poder hacer frente a la responsabilidad económica, a no contar con las suficientes capacidades, a repetir un modelo paterno autoritario o ausente, a que se estropee el vínculo de pareja, a no saber cuidar o a no tener suficiente amor para dar. La mayoría de los varones, debido a una construcción social machista de la masculinidad, no han recibido pautas de socialización que los preparen para la vida doméstica y los cuidados y se convierten en padres en medio de una enorme precariedad psicoemocional. Por otro lado, nos encontramos con hombres que quieren ser padres, pero sin que su carrera profesional se vea afectada por el hecho de serlo.

¿Cuáles son los principales retos a los que se enfrenta un padre hoy? 

Para mí, el principal reto de la paternidad en el siglo XXI consiste en no perpetuar el sistema patriarcal y el machismo. Un padre que se compromete de manera corresponsable en las labores domésticas y de cuidados es más probable que transmita a sus hijos un modelo igualitario. Nunca en la historia de Occidente ha existido tanta expectativa como ahora sobre el papel de los hombres en la crianza. A la par de seguir cumpliendo con la función de proveedores, en un contexto laboral no apto para padres cuidadores, se les pide, con justicia, que participen de manera directa y activa en la crianza. Pero no perdamos de vista que en muchos lugares del planeta el abandono paterno es un grave problema y que millones de mujeres crían a sus hijos sin la compañía del progenitor porque para muchos hombres la paternidad sigue siendo facultativa, algo que pueden asumir o que no.

En 2005 apenas había 946 padres en excedencia por cuidado de hijos y en menos de 20 años se han cuadriplicado los datos pero, ¿podemos hablar ya de corresponsabilidad?

Si nos quedamos con la idea de que la cantidad de padres que se piden excedencias para cuidar a sus hijos se ha cuadriplicado, podríamos engañarnos y creer que estamos cerca de la corresponsabilidad. Pero si tomamos en cuenta el punto de partida, 946 padres, las cuentas no salen. Menos de cuatro mil hombres de excedencia por cuidados de hijos es una cifra aún muy baja. Según la Encuesta de Población Activa del primer trimestre (INE, 2023), en España casi el 85% de las excedencias sin remunerar por cuidados han sido solicitadas por mujeres. Es decir, que si los hombres apenas se toman el 15% de las excedencias por cuidados aún estamos muy lejos de tirar cohetes por la corresponsabilidad. Los cuidados siguen recayendo principalmente sobre ellas.

El motopapi sería aquel hombre capaz de ser resolutivo en términos domésticos, al que no le hace falta que la mujer le recuerde todo el tiempo sus obligaciones o lo que tiene que hacer, y que es consciente de sus responsabilidades

¿Qué es para usted un padre corresponsable?

Para hablar de corresponsabilidad, en el libro juego con el término motomami, de Rosalía, dándole un giro positivo hacia el hombre, el motopapi. El motopapi sería aquel hombre capaz de ser resolutivo en términos domésticos, al que no le hace falta que la mujer le recuerde todo el tiempo sus obligaciones o lo que tiene que hacer, y que es consciente de sus responsabilidades. Un motopapi no dice: “De eso se encarga mi mujer”. Un motopapi dice: “De eso me encargo yo”. Jugar con los hijos u ocuparse del rato del baño está bien, y a muchos hombres se les da fenomenal, el problema está en reducir a eso su participación en la crianza, dejando los trabajos menos satisfactorios y más ingratos a las mujeres.

Silvia Nanclares en una columna en este diario hablaba de las bolsas de ropa que van quedando pequeñas a las criaturas y que entre madres se van pasando para nuevos usos. “No hay bolsas de ropa rulando en el grupo de padres, salvo excepciones que confirman la norma. Esa es una de las muchas cuestiones del desvalorizado mundo de los cuidados que no va con ellos”, escribe. ¿En estos asuntos tan cotidianos se sigue viendo el lugar que ocupan los cuidados?

Te hablo de mi propia experiencia. Llevo años en igualdad con mi mujer, poniendo la lavadora con la ropa de mi hija y doblándola en su armario lo cual, por lo demás, es absolutamente normal y no es nada destacable. Pero este año, tras finalizar el verano, por primera vez me senté con mi hija y fuimos, cajón por cajón, percha por percha, repasando cada prenda para ver qué ropa seguirá usando y cuál regalar, labor que mi mujer llevaba diez años haciendo y en la que yo apenas participaba. Es el lado ciego, producto del machismo, que seguimos teniendo los hombres en relación con los cuidados, y que aún debemos seguir trabajando.

Muchos padres siguen echando la culpa de esta falta de corresponsabilidad a las propias madres…

Bueno, sabemos que echar la culpa a los demás de nuestras propias faltas es una de las señas de identidad de la persona irresponsable. Las madres están hasta arriba de ser culpabilizadas por todo, incluso, de su propio sometimiento.

¿Exigimos socialmente menos a los padres que a las madres?

Sin duda, lo que para ellas es lo normal, si lo hacemos nosotros es extraordinario. Por eso ahora tenemos una epidemia de 'padrazos', hombres que son alabados simplemente por cumplir con su función, haciendo, normalmente, mucho menos de lo que hacen las mujeres. Pero está bien que proliferen los padrazos, que se multipliquen, si así cada vez más hombres asumen sus responsabilidades, hasta que ya no haga falta llamarles 'padrazos' porque hayamos alcanzado una igualdad real en materia de cuidados.

Lo que para ellas es lo normal, si lo hacemos nosotros es extraordinario. Por eso ahora tenemos una epidemia de padrazos, hombres que son alabados simplemente por cumplir con su función, haciendo, normalmente, mucho menos de lo que hacen las mujeres

¿Qué es lo que más les cuesta afrontar a los hombres en el tránsito de la pareja a la familia?

Convertirse en padre, la llamada transición paterna, conlleva pasar de tener el foco puesto en el yo a centrarlo en el nosotros. Si antes del nacimiento de un hijo la brújula personal del hombre apuntaba hacia sí mismo, con la llegada de un bebé lo conveniente es que ocurra un cambio de orientación: el norte será el bienestar de la madre y el bebé. Pero algunos hombres tienen la expectativa de que, transcurrido ese tiempo mítico de la cuarentena, recuperarán la normalidad, la vida anterior al nacimiento del bebé, incluyendo la frecuencia de las relaciones sexuales. Pero tal vuelta a la normalidad no existe.

Escribe que “la maternidad y la paternidad no son equivalentes ni intercambiables”. ¿Por qué no es lo mismo ser padre que ser madre?

En biología existe el concepto de inversión parental o reproductiva, es decir, el gasto aparejado a la función de traer crías al mundo. En el caso de las mujeres, debido al embarazo, el parto y la lactancia, existe una disparidad insalvable frente al hombre. Para ellas la maternidad es una experiencia atravesada por el cuerpo. Para ellos, una construcción social y, si acaso, un evento psicológico.

Después del nacimiento, mientras el cuerpo del hombre está intacto, el de la mujer debe recuperarse del embarazo, un largo proceso fisiológico que transfigura su organismo, y del parto, que no pocas veces deja importantes secuelas físicas y emocionales. De cada diez mujeres que dan a luz en España, seis regresan a casa con heridas de consideración, por una cesárea o por una episiotomía. ¿Cómo podemos hablar en estas condiciones de igualdad?

¿Y para el bebé?

Desde el punto de vista del bebé, la madre y el padre tampoco son intercambiables. Durante la exterogestación, es decir, al menos los nueve meses siguientes al nacimiento, el tiempo en el que los seres huma­nos completamos la maduración necesaria para alcanzar una cierta autonomía, semejante a la que otras especies de mamíferos traen al nacer, no existe ningún otro adulto más adecuado que una madre sana para cuidar de la criatura. ¿Por qué nos extraña que un bebé, durante los primeros meses de vida, se sienta más a gusto en contacto estrecho con el cuerpo en el que se formó? Pero para que la mujer pueda cumplir, si así lo desea y es su decisión, esa función primordial de una manera sana y gozosa, necesita ella ser cuidada y su labor reconocida por su pareja, por el grupo social de pertenencia y por toda la sociedad. En fin, la maternidad y la paternidad no son equivalentes ni intercambiables porque la maternidad ha existido siempre, mientras que la paternidad está aún en proceso de invención.

Menciona al psiquiatra y pediatra inglés Winnicott a propósito de la importancia de la díada madre-bebé. ¿Es diferente el lugar que ocupa cada miembro de la familia según la edad de los hijos e hijas?

Esa es una cuestión clave, porque nos lleva a la idea de gradualidad. La participación de los hombres en la crianza y el cuidado directo de las criaturas se va construyendo con el tiempo. Durante los primeros meses de vida del bebé la función principal del padre no es “ayudar” sino cuidar de la díada, haciéndose cargo de que el ambiente que la rodea sea el más favorable posible y de que la madre tenga cubierta sus necesidades materiales y emocionales. Eso no significa que un hombre no pueda y no deba cambiar pañales, coger a la criatura en brazos, bañarla o darle de comer (si es el caso), pasearla, dormirla, en fin, atender a todas sus necesidades. ¡Pero esa no es su función principal! Ya tendrá tiempo para irse encargando de manera progresiva del cuidado directo de la criatura, hasta alcanzar una situación de equidad con la madre, atendiendo a las necesidades evolutivas de la criatura y a la singularidad del sistema familiar.

Los padres necesitan tomar consciencia de la responsabilidad que tienen y de la situación de privilegio que han vivido hasta ahora con respecto a la crianza, los cuidados y las labores del hogar, en detrimento de las mujeres

¿Cómo afronta el feminismo esto?

Siento muchísimo respeto de decir cualquier cosa acerca del feminismo. No creo que sea papel nuestro, de los hombres, decir nada a las mujeres sobre cómo deben llevar adelante una lucha que les pertenece. Sí comparto la idea de que, si el feminismo es un movimiento a favor de los derechos humanos de la mitad de la población, el papel que asuma la otra mitad puede ser clave. En este sentido, si algo podemos aportar al espacio feminista es en relación con un ámbito que nos es propio a los hombres: la paternidad. Si la maternidad ha sido el principal vehículo por parte del patriarcado para subyugar a la mujer y mantenerla cercada en el ámbito de lo doméstico, la asunción de responsabilidades en materia de cuidados y labores domésticas son formas concretas que tenemos los hombres de apoyar las reivindicaciones del feminismo.

¿Qué diría que necesitan los padres para asumir la importancia de los cuidados e integrarlos?

Primero, los padres necesitan tomar conciencia de la responsabilidad que tienen y de la situación de privilegio que han vivido hasta ahora con respecto a la crianza, los cuidados y las labores del hogar, en detrimento de las mujeres. En segundo lugar, todos los hombres tenemos por delante la compleja misión de desbastar las capas de machismo que se superponen en nuestro ser, impregnando todo lo que hacemos, pensamos y sentimos. Tercero, no podemos abogar por la corresponsabilidad asumiendo que los hombres, viniendo de donde venimos, contamos con las capacidades para hacer frente a las labores de cuidados. Es necesario desde las instituciones dotar a los padres de la psicoeducación y el acompañamiento para que puedan cumplir de manera satisfactoria con su nuevo rol de cuidadores.

¿Es suficiente con la corresponsabilidad paterna y la asunción del papel en los cuidados para mejorar las condiciones en las que criamos y cuidamos?

La corresponsabilidad de los padres es un paso importante, pero no suficiente. Es imprescindible que desde los poderes públicos y el resto de la sociedad se otorgue a la maternidad y a la paternidad el reconocimiento, el apoyo social y los recursos que merecen. Traer nuevas personas a este planeta y cuidarlas es algo a lo que podemos renunciar como individuos, pero no de forma colectiva. Tener descendencia es una costosa inversión, sobre todo para las madres –ellas ponen el cuerpo– y para los padres, cuando están presentes, de la que se beneficia toda la sociedad. Sin embargo, el apoyo institucional a la crianza, materializado en ayudas económicas y facilidades para que madres y padres disfruten de un contexto favorable, gobierne quien gobierne, es miserable. 

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