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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

El Machinero

Jesús Ortiz

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  • En vísperas de que por aquí se celebre un Congreso de Periodismo Digital, sorprende descubrir que de vidas enteras empleadas en periodismo impreso no queda ni la sombra

En internet hay tanta información que resulta difícil pensar que no está toda. Y, sin embargo, muchas cosas relevantes no aparecen. Por ejemplo, sobre Jesús del Campo Zabaleta «el Machinero» solo hay unas pocas referencias indirectas, gracias a su libro sobre las Calles del Viejo Santander (Estvdio, 1999).

Pero no se dice nada de sus décadas cubriendo la información marítima para el diario Alerta. La información marítima no tiene mucha importancia, cierto, en los diarios de Palencia o Valladolid, pero Santander tiene puerto de mar y, oiga, en él pasan cosas: entran y salen barcos, y tal. Barcos que llevan dinamita, como el Cabo Machichaco; o armas, como los de ahora; o rubias. Hubo una época que los barcos traían muchísimas rubias, tan apreciadas que se las descargaba y trasportaba entre hileras de guardias civiles. Las rubias eran pesetas de cobre acuñadas en Chile, país donde este metal abunda, y fueron revaluándose a medida que la divisa se devaluaba, y al final una peseta rubia valía bastante más de una peseta, gracias al cobre que contenía. Hacerlas en Chile y enviarlas por barco a Santander ahorraba costes.

En fin, que de todas estas cosas informaba puntualmente el Machinero. De todas estas y de algunas otras que se salían de su especialidad, pero conservando el lenguaje que mejor conocía. Por ejemplo, en cierta ocasión advertía a quienes practicaban el cabotaje desde Valdecilla hasta el Sardinero de la presencia en esa ruta de barcos pirata que, sin enarbolar bandera alguna, ni siquiera de conveniencia, deambulaban tanto a barlovento como a sotavento, te abordaban con mucho disimulo y te aligeraban lo que llevaras estibado. Lamento citar de memoria, seguro que el original tenía más gracia, pero aún así convendrá usted conmigo en que en ciudades mayores, con transporte público más extenso, no vieron nunca mejor aviso de la presencia de carteristas en los trolebuses.

Pues nada de esto parece recordarse en ningún sitio. Ni tampoco el otro libro del Machinero: Abigail, una novela notable escrita y ambientada en Santander. Publicada en 1973, tenía por protagonista a un joven y apuesto capitán de la marina mercante que, casualidades de la vida, se llamaba Jesús, como el autor del libro. En el ejercicio de su profesión, Jesús, el marino, conocía a, y se enamoraba irremediablemente de, una chica esbelta y rubia, ingeniera naval e hija de un armador, en Astillero, donde su barco había tenido que entrar por reparaciones. La rubia, con casco de seguridad y mono azul a juego con sus ojos, paseaba diligente entre grúas y cordajes, junto a los diques, tomando notas y dando órdenes.

Pero un capitán tiene que viajar por muy enamorado que esté, y Jesús atracó poco después en Polonia. Allí conoció, también por razones de trabajo porque Jesús no hacía otra cosa, a una chica esbelta y morena, con ojos del color que se dirá, en la oficina del consignatario. Tuvo un amor apasionado con la hermosa polaca, relatado por el Machinero con una prosa vívida que en sus mejores momentos recuerda al Shakespeare de Romeo y Julieta, como cuando el marino le dice a ella, supongo que en inglés:

— Tienes los ojos del color de las costas de mi verde Cantabria, comunistuca mía.

Lo de comunistuca era cariñoso, obviamente, porque la morena era católica, como Jesús el capitán y Jesús el Machinero, para no hablar de Wojtyla y demás.

Pero a un capitán católico no le está permitido tener dos amores. Algunos años después de escrita Abigail, en España se propuso la ley del divorcio y los católicos nacionales se levantaron contra ella, porque con toda seguridad legalizar el divorcio implicaba acabar con la familia. Quienes defendían la ley del divorcio se mofaban de sus adversarios atribuyéndoles jocosamente un eslogan: «No al divorcio, mátala». Evidentemente, este eslogan no se usó nunca en serio, pero algo debía haber en la mentalidad de quienes se oponían a la ley. O así lo entendió Jesús, el Machinero, porque a su personaje le sobraba una novia y para ahorrarle una decisión dolorosa hizo exactamente eso: matarla. Mató a la morena, que era polaca, para que Jesús pudiera casarse con la rubia, católica cántabra como Dios manda (lo de hija de armador era un plus que la galanura del capitán  merecía cabalmente). Eso sí, la mató heroicamente: primero le pegó fuego a un orfanato y la valiente comunistuca se puso a salvar huérfanos de las llamas. Al sacar al último una viga se desprendió, cayó sobre ella y la mató, aunque el niño fue rescatado con vida por los bomberos que andaban por allí esperando una oportunidad de intervenir.

En fin, varios decenios de marítimas, más una novela y una historia de la ciudad, debieran valerle al periodista de la Cuesta del Hospital algún recuerdo. A la espera de que alguien más informado se lo dedique, valga este de un lector agradecido.

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