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Ocho lunes de lucha por las pensiones: “No es solo por nosotros, peleamos por nuestros hijos y nietos”

Imagen de la concentración de pensionistas en Bilbao

Eduardo Azumendi

Por octavo lunes consecutivo, miles de jubilados y pensionistas han vuelto a tomar los alrededores del Ayuntamiento de Bilbao, una ciudad que se ha convertido en el símbolo de la lucha por la dignidad de las pensiones en España. Y no están dispuestos a cejar en sus protestas para mantener a flote las pensiones y el poder adquisitivo. Al contrario, “vamos a llegar hasta las últimas consecuencias”, repite incansable Ángel Pérez, subido en las escalinatas que dan acceso a la puerta principal del Ayuntamiento de la capital vizcaína. “Bilbao es una plaza fuerte, ya hemos sufrido las reconversiones y aquí seguimos, con el mismo espíritu de hierro de los antiguos altos hornos”, corrobora Matías Sánchez, que con 81 años a sus espaldas asegura: “Las he visto de todos los colores. Nadie se va a reír de mi a estas alturas de mi vida”.

Por encima de todo, la palabra que más se escucha en la concentración es la de unidad. Y es que la batalla se antoja larga. “Lo que tenemos es que estar muy atentos a que no se cuelen ni partidos ni sindicatos. ¿Dónde estaban cuándo les hemos necesitado? No nos hacen falta ni partidos ni siglas ni nada que se le parezca”, exhibe orgulloso Eugenio Sánchez, quien se desgañita criticando la presencia de antiguos políticos junto a la pancarta principal, en lo alto de la escalinata.

En ese intento de seguir unidos, sin fisuras, las asociaciones de pensionistas y jubilados han pedido sumar 50 personas por cada asistente a la protesta de hoy de cara a la marcha que se celebrará el próximo sábado, 17 de marzo. “Ahora se habla de las pensiones, pero lo que está en juego son todos los logros del Estado de Bienestar, desde los hospitales públicos hasta la educación”, clama Milagros, quien a sus 71 años aún sigue trabajando “en lo que puedo” porque carece de ingresos. “Echo una mano aquí y allá a cambio de un poco de dinero. Es eso o vivir de la caridad”. “Es muy triste”, añade, “que a mis años siga así. Toda la vida he trabajado en la limpieza de casas y jamás disfrute de un seguro ni nada por el estilo”.

Ángel insiste en la idea de que la lucha no es solo por “unas pensiones ridículas o una limosna, sino por unos derechos”. “No es solo por nosotros. Estamos luchando por nuestros hijos y por el futuro de nuestros nietos. No hay otro remedio que dar la batalla en la calle porque es lo único que entienden los políticos. Eso sí, hay que tener cuidado para no hacer en sus trampas y que no nos dividan”.

Es mencionar las palabras partido y políticos y se encienden los ánimos. “Pero si todos los políticos cobran bien gracias a los pensionistas, al esfuerzo que hemos hecho durante toda nuestra vida. Para que ahora nos hablen de planes de ahorro privados”, espeta furioso Pedro Fernández. Tiene 77 años y en los últimos años calcula que su pensión ha perdido un “16% de poder adquisitivo”. “Cada año que pasa es peor. Y ahora me tengo que aguantar con la carta de la ministra felicitándonos porque el Gobierno va a subir un 0,25 %. Menuda broma. Que sepa la ministra y el presidente Rajoy que todos los lunes, llueva, nieve o truene nos va a tener aquí”.

María Luisa se despide de sus amigas cuando está a punto de acabar el acto. Cobra una pensión de viudedad que no le da para salir adelante. “A mí me tienen que ayudar mis hijos. Tengo 84 años y estoy bien de salud. Vivo sola y la casa está pagada, pero los recibos de la luz y el agua llegan puntualmente. Hay muchos días en lo peor del invierno que no se me ocurre encender la calefacción. Paso los días a base de mantas”.

La multitud se va dispersando. La sensación de rabia e indignación se mezcla con la de orgullo al ver la capacidad de reclamo. “Espero que a la manifestación del día 17”, subraya Antonia, “vengan jóvenes y trabajadores. Es muy importante que se conciencien ellos lo mismo que estamos nosotros. Ningún gobierno va a pasar por encima de nuestra dignidad. Los servicios públicos hay que defenderlos, no venderlos”. Antonia se despide con el orgullo de saber que “Bilbao no se rinde”.

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