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Cuatro balas y los autores intelectuales

Carta con amenazas a Pablo Iglesias

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Una amenaza terrorista y su banalización. Ese ha sido el detonante que ha cambiado el paradigma de la percepción en la opinión pública mayoritaria del fascismo descarnado que representa Vox y que mostraba a destellos. Una concepción que hasta ayer solo advertía la vanguardia antifascista en medios y activismo. El escenario que se vivió rompe cualquier precepto democrático vivido desde la desaparición de la banda terrorista ETA. Cuatro balas amenazantes, una para Pablo Iglesias, otra para Irene Montero, otra para su padre, otra para su madre. Dos misivas con el mismo contenido para Fernando Grande Marlaska y María Gámez. Un partido que niega las amenazas y que toma como objetivo frontal de sus ataques al receptor de la amenaza. Cuatro balas y una autoría intelectual. 

La amenaza terrorista contra un ministro del Interior, contra la Directora General de la Guardia Civil y el candidato de Unidas Podemos a la Comunidad de Madrid no es un episodio más sobre el que pasar de puntillas. Es un punto y aparte en la normalización y justificación de la violencia política. En otro periodo de nuestra democracia hubiera sido la noticia principal de diarios e informativos y la sanción social y mediática sobre el que osara ponerse de perfil hubiera sido devastadora. Puede que incluso penal. Pero el periodo de normalización fascista que hemos vivido en los medios de comunicación españoles alcanzó un hito el día en el que se conocieron la existencia de las amenazas. Ninguno de los grandes periódicos de tirada nacional llevaron en su primera ninguna mención a la amenaza terrorista contra los máximos responsables de la seguridad española y un candidato a las elecciones. Ninguno. Una mancha que les acompañará mucho tiempo pero que muestra de manera clara cómo la amenaza de extrema derecha no solo no es su prioridad, sino que para muchos de ellos era preceptivo invisibilizarla. Tomaron posición, de forma contundente. 

Cuando el huevo de la serpiente empieza a moverse y temblar existen tres posiciones morales posibles a la hora de confrontar el discurso de odio fascista desde el periodismo. El antifascismo, el filofascismo, y los equidistantes. Los procesos de aprendizaje históricos sobre la conformación de periodos de barbarie nos muestran las identidades de estos tres tipos de comportamiento en los medios de comunicación. Los equidistantes fueron aquellos que por convicción ideológica, cobardía o por no evaluar de manera correcta la situación, se posicionaron en medio de los discursos de odio y de aquellos que los combatían. Son la mayoría en España. Una posición de punto medio entre el totalitarismo y sus combatientes que en la actualidad se intenta ocultar bajo el paraguas de una falaz neutralidad. Algunos se dieron cuenta tarde del error, otros nunca lo admitirán e intentarán transmitir que siempre estuvieron comprometidos contra el fascismo, los más se pasarán al bando ganador. Las otras dos posiciones son diáfanas. El filofascismo mediático consistente en la asimilación, colaboración y distribución de esos mensajes de odio desde su ámbito de actuación. No mienten ni engañan. El periodismo antifascista es la única posición moral decente, la que busca utilizar su pluma para combatir la degeneración democrática que implica el triunfo de ideas barbáricas. A veces hay que elegir entre ser Fritz Gerlich o Ernst “Putzi” Hanfstaengl. Es una simple posición dilemática entre el bien y el mal, entre el fascismo y la democracia. No hay que mirar a los años 20 en Europa para tener que tomar decisiones deontológicas de ese tipo. Estamos en esa coyuntura, llevamos tiempo en ella. 

La responsabilidad del envío de las balas y las amenazas a Iglesias, Marlaska y Gámez es única y exclusivamente del que la haya enviado. Pero el ambiente social que propicia la sensación de impunidad y la legitimación moral para llevarla a cabo viene inducido por actores políticos y mediáticos que han contribuido de manera sustancial a que eso pueda ocurrir. Existen determinados elementos que forman parte de la autoría intelectual que permeabiliza las resistencias morales para ir más allá y pasar a la acción directa contra el adversario político. Los autores intelectuales del envío de las cuatro balas no necesitan poner el sello porque lo lacraron con palabras. El proceso de conformación del odio es paulatino, se conforma mediante la palabra. El discurso de odio es performativo, precede a la acción. Una lluvia fina de mensajes, constantes, ruidosos y repetidos crea el ambiente necesario para que existan unas manos que se sientan legitimadas para actuar contra el objetivo de ese odio. 

La persecución mediática contra Pablo Iglesias se asemeja a la que se construyó sobre cualquier otro colectivo perseguido a lo largo de la historia. El bulo como constructor de la conspiración que justifique la violencia política contra el líder de Podemos. La amenaza le acusaba de la muerte de los ancianos en la residencias, porque las mentiras calan en cerebros esponjados. La imagen deshumanizada de Pablo Iglesias que los libelos digitales ha contribuido a crear justifica que cualquier patriota actúe contra él. Medios de comunicación caracterizándolo como una garrapata, a la que poder pisar. Es una rata, como los judíos para los nazis, es una cucaracha, como los tutsis para los hutus. Coletas rata, le llama una diputada. Cierra al salir, escribe el PP. No merece respiro. Meses de persecución sistemática y constante frente a su hogar, donde viven sus hijos, celebrada y aceptada de manera natural por medios y adversarios políticos. Periodistas que festejaron que Iglesias tuviera que abandonar sus vacaciones en Asturias. Perseguirle hasta echarlo de España, que no tenga descanso. Los autores intelectuales llevan tiempo creando las condiciones para que se envíen balas. La carta llega al amenazado. Palabras justificándolo, un partido fascista banalizándolo, los palanganeros riendo. Un editorial acusando a la víctima. Mañana se recogerán casquillos manchados de sangre, fingirán llorar. Tendremos memoria. 

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