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Iglesias, Ayuso, Puigdemont y el arte de actuar

Portada de 'La Política i l'Art d'Actuar'
24 de marzo de 2021 22:29 h

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En 'La Política y el arte de actuar' de Arthur Miller, el dramaturgo estadounidense se preguntaba si es bueno que nos dominen las artes del teatro: tragedia, vodevil y farsa. La conferencia que seleccionó para la Jefferson Lecture, editada en España hace dos décadas por La Campana, es de una vigencia que casi asusta. Escribió Miller que como regla general o axioma parece que cuanto más se acerca el político al poder, más teatro hace. La cuestión es hasta qué punto. Se actúa en los debates electorales, en los parlamentos y en las entrevistas. Muchas de estas representaciones, a menudo teatro del malo, solo despiertan incredulidad cuando no la indignación entre el sufrido público, léase, los ciudadanos.

La decisión de Pablo Iglesias de abandonar el Gobierno para enfrentarse a Isabel Díaz Ayuso, -como si para ambos el resto de candidatos en las autonómicas madrileñas fuesen solo actores secundarios-, parece inspirada por su idolatrada serie Baron Noir (que representa lo peor de la política encarnada en un diputado socialista). Los detractores del líder de Podemos le han afeado que haya disfrazado de sacrificio político lo que es una salida de conveniencia personal. Recuerda uno de los reproches que se le hacían a Reagan, referente ideológico tanto de Ayuso (otra política que es imposible analizar sin referirse a su arte actuando) como de Pablo Casado. “La tendencia de Reagan a confundir escenas de películas con cosas que habían pasado en realidad es considerada a menudo como una debilidad intelectual, pero en realidad era -inconscientemente, claro- un triunfo stanislavskiano, el súmmum de la capacidad del actor para incorporar a la realidad la fantasía de su papel. En el caso de Reagan, la línea divisoria entre actuación y realidad se había fundido, había desaparecido, simplemente”, se describe en el texto de Miller.

Los paralelismos entre la actuación teatral y la política no se limitan al vodevil madrileño. La política catalana tiene de todo, desde la tragedia del otoño del 2017, al vodevil del Govern de Quim Torra, y la farsa en la que se está convirtiendo la negociación para investir a Pere Aragonès. “Unas elecciones, de manera parecida a una obra de teatro clásico, tienen una forma estricta determinada que nos exigen que pasemos por determinados pasos hasta llegar a una conclusión lógica. Cuando, al contrario, la forma se disuelve e impera el caos, el resultado -como pasa en el teatro- es que el público se queda con la sensación de que le han estafado e incluso que le han tomado el pelo”, escribió Miller. Así está el público catalán, haya votado a un partido independentista o no. Porque una cosa es que la línea para llegar a un acuerdo sea tortuosa, algo que ya se daba por descontado y más conociendo las malas relaciones acumuladas entre Junts y ERC, y otra es que conscientes de cuál es el punto de destino, se siga perdiendo el tiempo de todos por puro tacticismo mientras ahí fuera la pandemia sigue y sus consecuencias son cada vez más crudas. 

En lo único que están de acuerdo los partidos independentistas es en que están obligados a entenderse. Pero ni siquiera tienen claro para hacer qué ni cómo lograrlo puesto que en la gestión de la pandemia ha faltado lealtad y han sobrado zancadillas mientras que para negociar una salida al conflicto cada uno tiene una vía distinta. Tampoco es que nadie les haya ofrecido una alternativa clara, más allá de algunas buenas palabras sin ninguna concreción y promesas que se van aplazando por intereses electoralistas. 

“Parece que la trágica necesidad de disimular no tiene salida posible. Excepto, claro, la de decir la verdad al pueblo, cosa para la cual no hace falta 'actuar' pero que puede hacer daño al propio partido y, de hecho, en determinadas circunstancias, a la empresa humana misma. Así, pues, ¿qué?”, se interpelaba Miller. La respuesta en este caso sería que dejen de sobreactuar y se pongan a gobernar, tanto en Madrid como en Catalunya.

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