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La mascarilla

Una mascarilla pensada para alumnos con problemas de audición en Palma de Mallorca.

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Una de las claves esenciales en el buen uso de mascarillas es su ajuste. Tienen que estar bien pegadas a la cara, sin huecos por los lados o en la nariz, para que cumplan su función de evitar que respires el virus. Una mascarilla mal ajustada especialmente en los lugares cerrados de riesgo puede no protegerte lo suficiente. 

A mí las mascarillas quirúrgicas me quedan grandes, como a muchas mujeres. Sí, yo también he probado el truco que comparten sanitarios de doblar la mascarilla y meter los bordecillos pero nunca queda tan bien como en los vídeos. He encontrado una web en Estados Unidos que se llama Fix The Mask con un invento que permite ajustarla y también ofrece una opción para hacerlo en plan casero. La solución que más me ha convencido últimamente es intentar ajustarla recortando los bordes de otra mascarilla

Ahora empieza a haber tallas, pero todavía son difíciles de encontrar para mascarillas quirúrgicas y FFP2, las de mayor protección. Las mascarillas por defecto están pensadas para una cara estándar y esa cara, como es habitual en productos sanitarios, es más habitualmente la de un hombre.

Estar haciendo apaños puede ser un asunto menor para la mayoría, pero para las personas más expuestas, como el personal sanitario, una mascarilla que no encaja bien es un riesgo grave.

En la sanidad pública de Reino Unido, ya hubo protestas esta primavera por el equipo de protección personal demasiado grande para la mayoría de sus trabajadores: la mayoría, por encima del 70%, son mujeres. El hecho de que la mayoría del personal sean mujeres se repite en muchos sistemas de salud así como en muchos otros servicios esenciales y ahora de riesgo. Por el estudio de seroprevalencia en España, sabemos que un grupo desproporcionadamente afectado por el coronavirus ha sido el de las cuidadoras y las trabajadoras de la limpieza.

Que el estándar universal esté pensando en el cuerpo masculino no es una novedad. Ha sucedido así con los cinturones de seguridad, las dosis de los medicamentos o incluso los patrones de las calles por las que van las máquinas quitanieves, como explica con detalle Caroline Criado Pérez en La mujer invisible, el mejor libro de economía de 2019 según un premio del Financial Times y que documenta las lagunas de datos en un mundo diseñado para hombres y sus consecuencias negativas para la sociedad, la salud y la economía. A menudo, lo que sucede es que falta información. En los diseños de las ciudades, los medicamentos o el equipo de trabajo, no hay datos suficientes sobre los horarios más habituales de las mujeres, sus intolerancias o alergias más frecuentes, su peso, su altura o su resistencia media. 

“La brecha de datos de género no va solo del silencio. Esos silencios, esas lagunas, tienen consecuencias. Tienen impacto en la vida diaria de las mujeres. El impacto puede ser relativamente menor. Por ejemplo, estar tiritando en oficinas con un estándar de temperatura adaptada a los hombres o no alcanzar bien un estante colocado a la altura del estándar masculino. Irritante, ciertamente. Injusto, sin duda. Pero nada que ponga en peligro tu vida. No es como estrellarse en un coche cuyas medidas de seguridad no tienen en cuenta las medidas de las mujeres. No como que no se te diagnostique un infarto porque tus síntomas se consideran 'atípicos'”, escribe Pérez Criado.

Como cuenta a lo largo del libro, la mayoría de estos estándares no están hechos pensando en los hombres de manera deliberada o maliciosa. Son producto de la mentalidad asumida por la sociedad, reflejo de comportamientos sociales anticuados y de la herencia de lo habitual durante milenios. Y sólo ahora las consideraciones en el diseño urbano, médico o doméstico empiezan a ser más amplias.

No se trata de crear un mundo con estándares por defecto adaptados sólo a las mujeres pero sí de tener en cuenta a más de la mitad de la población para crear estándares más neutros o más flexibles o que se acerquen más a la composición más frecuente de la población que utiliza las calles, las medicinas, las mascarillas. Parece algo pequeño pero refleja una brecha que tiene muchas consecuencias.

Esta pandemia ha sido en muchos sentidos un espejo donde se han reflejado nuestros males, como la desigualdad, la polarización y la emergencia climática. Como toda crisis global, también es una oportunidad para afrontar y resolver algunos de ellos. Cada cambio que afecta a muchas personas importa, aunque pueda parecer a primera vista pequeño. También una mascarilla que se ajuste mejor para todas esas sanitarias, cuidadoras y trabajadoras esenciales en primera línea. 

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