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¿Es que los MIR no tienen bastante con nuestros aplausos?

MIR

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Fui al hospital para una revisión y en la consulta me encontré a un médico interno residente (MIR) con muy mala cara. Como si llevase muchas horas sin dormir. Diría más: como si llevase muchas horas trabajando, como si acabase de salir de una guardia de 24 horas sometido a fuerte estrés, asumiendo decisiones que exceden su responsabilidad y formación, y hubiese empalmado con el siguiente turno sin descanso. Le vi tan mala cara que le aplaudí. Allí mismo, en la consulta: me puse en pie y le di un aplauso de medio minuto. Siguió con mala cara, pero estoy seguro de que se sintió mucho más descansado con mi aplauso.

Al salir de la consulta vi a otros dos residentes que correteaban estresados por el pasillo. Iban quejándose de que los utilicen como mano de obra barata y explotada para suplir las carencias de personal del sistema sanitario. “Sin nosotros no podrían funcionar, hacemos muchas veces lo mismo que un adjunto pero cobrando la mitad”, dijo uno. “Llevan demasiados años acostumbrados a que los MIR tapemos todos los agujeros del sistema”, añadió el otro. Un momento, chavales, les dije, y les solté un fuerte aplauso allí mismo. Conseguí que varios pacientes y familiares se sumasen conmigo, y espero que con nuestra ovación quedase resuelta la situación laboral de esos dos residentes.

Mientras cruzaba el hospital hacia la salida fui repartiendo aplausos a todos los MIR que me encontré: al que explicaba que con su sueldo mileurista es imposible vivir en una ciudad como Madrid salvo que acumules guardias; a la que se quejaba de no tener ni un sitio digno para descansar, a veces usando las mismas sábanas del anterior residente; al que lamentaba la falta de supervisión por no haber adjuntos suficientes; a la que contaba cómo hay pacientes que completan el circuito asistencial sin haber visto más que residentes... A todos les aplaudí fuerte, y confío en que se sintiesen mucho mejor tras mis muestras de apoyo.

Antes de irme me asomé a la cafetería del personal. Allí varios residentes compartían mesa y penas: contaban batallitas de los duros meses vividos con la pandemia, cómo ellos habían estado en primera línea, tomando decisiones vitales y sin suficientes equipos de protección, exhaustos tras interminables jornadas, y ahora se sentían maltratados por la falta de respuesta de la administración madrileña a sus reivindicaciones, y temiendo que si hay segunda ola les toque otra vez tapar agujeros en malas condiciones. “Bueno, pero si hay otra ola os volveremos a aplaudir a las ocho desde los balcones”, les prometí para espantar sus penas.

En la calle me encontré una manifestación de MIR, los que han convocado huelga indefinida en Madrid para exigir un convenio colectivo, condiciones de trabajo dignas y mejor atención a los pacientes. Comentaban entre ellos la imposición de servicios mínimos del 100%, y cómo la madrileña será solo la primera, que pronto se movilizarán los residentes de la Comunidad Valenciana, Cataluña y otras comunidades que comparten problemas. Por supuesto, les aplaudí todo lo que pude, y volví a casa con las manos rojas de tanto mostrarles apoyo y reconocimiento.

Ahora leo que van a seguir con sus protestas, y la verdad, no sé qué más quieren. ¿Que volvamos a salir todos los días a aplaudir? ¿Que aplaudamos mejor dos veces al día? No sé, igual esperan que los ciudadanos, que tanto les debemos desde hace años pero especialmente por su entrega total durante la pandemia, les apoyemos con algo más que aplausos. Venga.

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