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Un periodista

El periodista Carlos Franganillo, en la presentación del documental '10.000 días', en Madrid, en enero de 2023.

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En este mundo confundido sobre qué es un periodista, esta semana hay bastante consenso entre colegas y espectadores en cómo es uno bueno. La marcha de TVE de Carlos Franganillo, reportero y presentador del Telediario, nos recuerda la importancia del trabajo bien hecho especialmente en un medio público. Su labor estos años es un buen ejemplo del amor a la información por la información sin más agenda que intentar contar lo que pasa. 

Una y otra vez, Franganillo ha dado ejemplo de ello, siempre con espíritu innovador y piel de reportero –los años de corresponsal ayudan– e intentando contar la noticia desde cerca, con más voces de personas expertas o que son testigos y menos voces (o gritos) de políticos. También ha mostrado lo que la innovación en formatos y los recursos bien empleados pueden hacer para contar de otra forma las noticias incluso en ese espacio tan tradicional como es un telediario. Y, por supuesto, siempre con un esfuerzo extra para evitar el partidismo tanto en los informativos como en las apariciones públicas y en las redes, donde tantos periodistas caemos en la tentación de opinar demasiado. 

Franganillo no es el único caso en la radiotelevisión pública actual, donde personas que están en primera línea de las noticias más duras como Alejandra Herranz, Íñigo Alfonso o Silvia Intxaurrondo han dado un ejemplo tras otro de profesionalidad y dedicación a lo único que importa, informar. Y, por supuesto, tantos reporteros de la radio y la televisión que informan desde París, León, Rabat, Madrid, Kiev o Ramallah. Como escribe en su análisis mi colega Marcos Méndez, Franganillo es “un eslabón en una cadena que permanece”.

El problema es que en los medios públicos siguen a merced del capricho del Gobierno de turno –con casos especialmente sangrantes en las televisiones autonómicas– y siguen sin tener reglas internas y externas que los protejan de presiones y que también aseguren que el comportamiento de sus periodistas es impecable no por la suerte de los que estén en primera línea en ese momento, sino porque existe un sistema claro y predecible. 

Las vagas promesas de asegurar la independencia de RTVE no se han cumplido. Como con otras instituciones públicas, el partido de la oposición critica la supuesta falta de autonomía y al llegar al poder no quiere cambiar nada por si puede explotar su capacidad de influencia. Los últimos años marcados a menudo por la provisionalidad han permitido a los profesionales de RTVE trabajar con más libertad de la habitual, pese a que ha habido casos de presiones políticas, como mostró la crisis por el veto de un viaje al Sáhara Occidental. Comparado con los tiempos más oscuros de interferencia política en los años 80 y 90, la radiotelevisión pública ahora puede trabajar con más respeto y tranquilidad. Pero sigue sin haber norma ni consejo independiente que vele por su autonomía. Y esto, de hecho, hace que ciudadanos de a pie y políticos clamen contra el partidismo o interferencias incluso cuando no existen y que atribuyan a agendas oscuras lo que a veces son meros errores. 

Tampoco ayuda que no exista una guía de estándares mínimos para los profesionales, especialmente los que cubren noticias de actualidad. ¿Cómo confiar en periodistas que dan discursos en mítines políticos, opinan sin parar en redes o comparten bulos sin consecuencias? 

Aunque no sea habitual en España, además de los públicos, también los grandes medios privados del mundo tienen guías detalladas que impiden a sus periodistas participar en manifestaciones, donar a partidos políticos, hacer campaña o tuitear sobre cualquier cosa. Y no se trata sólo de apariencias: esto ayuda bastante a centrarse en lo esencial. Tengo pocas esperanzas de que ningún medio privado en España sea capaz de hacer algo así, pero sí creo que un medio público puede hacerlo como parte de su misión única y valiosa de servicio público. Incluso como valor estratégico: estrategia es ser diferente. 

La BBC es el medio con la confianza más alta en el Reino Unido y tiene un respeto dentro y fuera del país a veces sorprendente (no es tan perfecta). Lo consigue no porque tenga periodistas más extraordinarios o experimentados que los de RTVE, sino sobre todo porque tiene un sistema que protege su independencia hacia afuera y estándares estrictos hacia dentro.

Un modelo siempre en evolución es su guía muy detallada para periodistas, espectadores y oyentes. Y no siempre sale bien, por supuesto. La crisis que se montó en marzo por un tuit del presentador de deportes Gary Lineker reveló la incomodidad en la BBC por los intentos de presión indirecta de los políticos y por las cortapisas internas a veces auto-impuestas. La cadena a menudo comete errores, pero también es rápida en corregirse y pedir perdón en un ejercicio de continua revisión interna y respuesta sistemática a las quejas del público. Los estándares ayudan a navegar cualquier polémica y a asegurar la consistencia en la calidad. Se trata de que no se deje a la suerte de unos periodistas especialmente brillantes o de unos políticos que se corten en sus ganas de interferir.

En España, RTVE es el segundo medio que genera más confianza entre aquellos por los que pregunta el último informe del Instituto Reuters para el estudio del periodismo de la Universidad de Oxford, si bien España no está entre los países donde más se considera que los medios públicos son importantes para la sociedad. 

El buen dato de confianza en la radiotelevisión española, sin duda, tiene que ver con el trabajo concreto de muchos profesionales visibles e invisibles en estos últimos años. Su audiencia es variada y heterogénea en cuanto a ideología, lo que refleja que llega a más personas, algo esencial para un servicio público, sobre todo en tiempos donde cuesta encontrar el consenso sobre los hechos más básicos. Tampoco hay que olvidar el alcance que tiene entre personas a veces menos conectadas con la actualidad por edad o localización geográfica. 

Cuidar los medios públicos nos interesa a todos. Una buena radiotelevisión protegida de partidismos por dentro y por fuera es clave para resistir los embates contra cualquier democracia, también la nuestra. 

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