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Atención Primaria: cuidar y ser cuidada

Imagen de archivo de una protesta ante la Gerencia de Atención Primaria del Servicio madrileño de Salud para exigir mejoras en la atención primaria. EFE/Luca Piergiovanni

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Estamos de acuerdo. En el Centro de Salud Vicente Soldevilla llevamos décadas en continua transformación, como recoge el documental de “Los cuidados”. Desde su creación se buscó cómo cuidar mejor la salud del vecindario, y eso llevó a desarrollar nuevas prácticas adaptadas a las necesidades del barrio, derivadas de problemas de vivienda, trabajo precario, escasez de ingresos y otros muchos factores que tienen un gran impacto en la salud (los determinantes sociales en salud).

Sin embargo, desde hace años estamos viviendo algo muy diferente. La sensación que tenemos es de abandono y maltrato a la Atención Primaria, a los profesionales y a la población. En los últimos días nuestro centro ha aparecido en varios medios por nuestra situación crítica actual, al haber tenido que cerrar la atención médica de tarde tras dimisiones y bajas laborales en cascada. Junto con el ruido mediático y las concentraciones vecinales han venido las prisas por tratar de encontrar soluciones, pero se pueden quedar en meros parches si no cuidamos diferentes aspectos para evitar que el proceso sea definitivamente agónico y terminal. 

Cuidar el vínculo. Las consultas médicas sufren crónicamente de saturación, falta de tiempo y sobrecarga de tareas burocráticas que deberían abordarse en otros niveles. Esto nos ha hecho llegar a medias de más de 50 consultas al día. Para salir del paso se pone el foco en la gestión de lo “no demorable”, es decir, que haya médicos que dediquen su jornada a atender aquellas demandas que no puedan esperar mucho (los 15-20 días de lista de espera que tenemos), dejando de atender en ese tiempo su cupo de pacientes asignado. De esta manera se pierde el seguimiento, el conocimiento mutuo y la confianza que, por experiencia, sabemos que son la base de la relación médico/paciente y de la Atención Primaria en salud. 

Cuidar de quien nos cuida. Este proceso ha llevado a las enfermeras a tener que asumir mayor carga en actividades fundamentales que deberían ser compartidas, como las visitas a las personas inmovilizadas en sus domicilios, la atención al paciente crónico y la prevención y promoción de la salud. Estas se suman a actividades específicas de enfermería como analíticas, inyectables, curas y organización de las vacunas, constantemente desestabilizada por cambios de planificación y protocolos. Cada vez se les pide más colaboración para hacer frente al déficit médico, poniendo así en jaque el que puedan seguir realizando sus funciones y competencias, complementarias con las de los demás profesionales.

Cuidar la acogida. La unidad administrativa es la puerta de entrada al centro de salud, el espacio más visible e invisible al mismo tiempo. Sobre ella se vuelcan las solicitudes, las frustraciones y las quejas de la ciudadanía ante la falta de atención, de manera que todas las deficiencias del sistema salpican en este nivel. Ahí toca decidir qué puede esperar y qué no, pero por más esfuerzo que hagan resulta imposible dar respuesta eficaz, en tensión constante entre retrasar la atención y sobrecargar aún más a los pocos médicos que quedan. A esto se suma la interminable reorganización de agendas por las constantes bajas profesionales, junto con otros trámites irrenunciables (tramitación de tarjetas sanitarias y documentación de todo tipo).

Cuidar el equipo. Hacemos todo lo que podemos. Pero no llegamos. Nos esforzamos, pero nunca es suficiente. A la fisioterapeuta del centro la apoya desde hace meses una auxiliar de enfermería, lo que ha permitido doblar las consultas, y aún así se mantiene una lista de espera de 6 meses. Un tiempo insoportable, tanto para pacientes como para profesionales. Somos equipo, lo construimos día a día, pero al mismo tiempo la tensión y desesperanza que vivimos amenaza constantemente con rompernos. Seguimos por compromiso, aunque en muchos momentos se nos cae la cara de vergüenza mientras nos sentimos gestionando miserias que impiden dar una atención digna a todas las personas: no poder dar una cita en un plazo razonable, no poder dar información actualizada sobre vacunación porque llega antes a los medios de comunicación que a los centros, no poder acudir a valorar un aviso urgente a domicilio. Sabemos cuáles son nuestras responsabilidades profesionales, nos hemos formado durante años para asumirlas, pero en estas condiciones ¿Hasta dónde podemos y debemos hacernos cargo? 

Cuidar la comunicación. El silencio nos mata. Necesitamos hablar, compartir nuestro cansancio y frustración, pero no como un desahogo sin más. Queremos que la población esté informada de la situación real del centro, que sepan a qué atenerse, y que también nos escuchen quienes gestionan los recursos y tienen capacidad de tomar decisiones de fondo.  

Cuidar la participación ciudadana. Es fundamental escuchar a vecinas y vecinos, entender lo que están pasando. Descubrir cómo les está afectando el constante deterioro de la atención, así como las dificultades que tienen en el acceso, como es el caso de las miles de personas que hasta ahora tenían atención y a las que se ha dado de baja por su situación administrativa.

Cuidar para construir. Estamos en una situación crítica, y desde ahí compartimos lo que nos está pasando, pero no podemos quedarnos ahí. Tenemos ideas y propuestas, como las tiene la ciudadanía, y es necesario que la administración se abra a un diálogo real y efectivo para poder reconstruir un nuevo contrato social en torno a la Atención Primaria, dotándola de medios para poder aprovechar de manera más eficaz las competencias que cada cual tenemos. 

Es posible y necesaria una Atención Primaria de calidad, enfocada en promover la salud a nivel individual y comunitario, con todas y para todas las personas. Lo fue en el pasado. En el presente nos estamos dejando la piel para seguir manteniéndola pese a todas las carencias. Tenemos que organizarnos para que pueda volver a desarrollarse en el futuro.

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